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Capítulo 10

Author: Gala Montero
El alboroto en esa zona privada atrajo las miradas de todos los presentes. Valeria, antes tan pendiente de no incomodar a Patricio, rara vez bebía en ese círculo social.

Para muchos era la primera vez que la veían tomar así, y no tardaron en acercarse a bromear.

—¡Vaya, Valeria! Qué detalle que nos acompañes así.

«Qué fastidio», pensó ella, poniendo los ojos en blanco en su imaginación.

Pero por esos millones en juego, no le quedaba de otra que seguirles la corriente.

Dejó el vaso sobre la mesa, esbozando una sonrisa forzada mientras miraba a Damián Figueroa.

Él, sin embargo, ni se inmutó. Valeria tomó otro vaso y se lo bebió de un trago. Era un vaso grande y, con la prisa, el licor ámbar se deslizó por la comisura de sus labios.

El líquido oscuro trazó un camino desde su boca hasta el mentón, continuando por la piel clara de su cuello.

Finalmente, resbaló por su clavícula hasta perderse en la curva generosa de su escote.

En ese instante, todas las miradas estaban fijas en Valeria. Nadie reparó en la nuez de Damián, que subió y bajó con lentitud mientras disfrutaba de la vista.

Tras varios tragos, un rubor comenzó a teñir lentamente las mejillas de Valeria.

Pero Damián no daba señales de que fuera suficiente. La mujer a su lado volvió a llenar el vaso vacío de Valeria.

Ella no la detuvo, pero apretó la mandíbula y siguió bebiendo, un vaso tras otro.

Ya había perdido la cuenta de cuántas llevaba, y ese desgraciado de Damián seguía sin dar ninguna indicación.

De pronto, la puerta del privado se abrió de golpe. El estruendo hizo que todos voltearan hacia la entrada.

Al reconocer el rostro del recién llegado, Valeria detuvo el gesto de llevarse el vaso a los labios.

Antes de que pudiera decir nada, Patricio habló, con la cara ensombrecida y la mirada clavada en ella.

—Dijiste que tenías una junta de negocios. ¿Aquí es donde “cierras tratos”?

—Valeria, ¿no se te cae la cara de la vergüenza?

La mirada de Valeria, antes nublada por el alcohol, se endureció. Apretó los labios, dispuesta a responder, pero Damián se le adelantó.

Dejó salir una risita despectiva, dedicándole una mirada irónica.

—Valeria, mejor arregla tus asuntos personales antes de venir a buscarme para hablar de negocios.

Aunque se refería al trabajo, las palabras resonaron en Valeria con un doble sentido que no supo descifrar.

Antes de que pudiera entenderlo del todo, Damián ya se había levantado para irse.

Su figura alta, cercana al metro noventa, imponía una presencia casi opresiva. Nadie dijo una palabra mientras salía del lugar.

Valeria frunció el ceño y se volvió hacia Patricio.

—¿Ya vas a empezar otra vez? ¿No te dije que lo nuestro se acabó?

«Ya me tienes harta, Patricio», pensó, molesta.

«¿Acaso él va a pagarme si pierdo este contrato con Figueroa?»

«Claro que no».

Furiosa, Valeria se levantó para irse, pero Patricio la agarró de la muñeca y empezó a jalarla hacia afuera.

Los demás observaban atónitos la escena en silencio, con los ojos bien abiertos, ávidos de chisme.

Medio aturdida por el alcohol, Valeria se dejó arrastrar por un Patricio visiblemente enfurecido.

Se había enterado de que Valeria estaba allí por una historia que subió Claudia a Instagram. En la foto, era visible la manera en que Damián la devoraba mientras ella bebía.

Era la mirada de un depredador sobre su presa.

Como hombre, sabía perfectamente lo que eso significaba.

Su instinto posesivo le impedía soportar que otro tipo deseara a la mujer que consideraba suya.

Valeria trastabilló mientras él la metía a empujones en el asiento trasero de un carro.

Vio con impotencia cómo Patricio se abalanzaba sobre ella. La rabia la consumió y, sin dudarlo dos veces, le soltó una bofetada que reverberó en el espacio reducido.

—¡Patricio! ¿Qué demonios te pasa? ¿Estás enfermo? —gritó, perdiendo la compostura.

Patricio, con los ojos rojos de furia, la miró desde arriba.

—¿Qué? ¿No quieres que te toque yo? ¿Prefieres acostarte con Damián, verdad?

De repente, le sujetó el mentón con fuerza. Su cara, usualmente atractiva, se contrajo en una mueca sombría.

—¿De verdad crees que alguien como Damián se fijaría en ti? Valeria, deja de hacerte ilusiones.

Valeria intentó incorporarse, forcejeando, pero la mano de Patricio desgarró uno de los tirantes de su vestido.

En ese instante, el carro entero se sacudió con violencia. Patricio cayó de golpe sobre el piso del vehículo.

—¡Ah...!—

Soltó un pequeño grito de dolor. Valeria se levantó deprisa y lo vio retorciéndose en el suelo del carro.

Afuera, justo al lado de la puerta abierta, un Bentley Mulsanne permanecía detenido con las luces intermitentes encendidas.

Un momento después, el Bentley retrocedió unos centímetros. Un tipo alto y de piernas largas bajó y se acercó.

Qué oportuno. Era Damián.

Llevaba un cigarro entre los labios y una sonrisa algo despreocupada.

—Ups, disculpa. Se me resbaló el pie del pedal. Joven Garza, ¿se encuentra usted bien?

Lo decía sin rastro alguno de arrepentimiento en la cara.

El pie de Patricio había quedado fuera del carro, así que el golpe solo le había fracturado algún hueso.

Él, que había crecido entre algodones, jamás había sentido un dolor parecido. No podía articular palabra, solo se abrazaba la pierna y aullaba.

Valeria se sintió de pronto mareada, invadida por una oleada de náuseas.

«¿Cómo pude haberme fijado en alguien así?».

Damián se acercó. Sus ojos indiferentes pasaron por Valeria y luego se posaron en Patricio, que se retorcía de dolor.

—Cubriré todos los gastos. Si necesita algo más, señor Garza, puede buscarme en mi oficina.

—O puede contactarme a través de sus abogados.

Valeria se recargó en el carro, sintiéndose a salvo por un momento. Con dedos temblorosos, buscó algo en su bolso. Al no encontrarlo, se giró hacia Damián.

—¿Tienes fuego?

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