Capítulo 4

Pero en lugar de llevarme al hospital, Tucker condujo a su departamento. A cada instante, la fiebre se disparaba y mi estado empeoraba a cada segundo. Al final, el poco juicio que me quedaba terminó por hacerse añicos.

Me hundí contra Tucker en el asiento del conductor, dejando un rastro de besos por su cuello y detrás de su oreja. Podía sentir cómo pasaba saliva, y su respiración se volvía más agitada con el paso de cada segundo. Aun así, mantuvo la compostura, con las manos aferradas al volante.

—Quédate quieta.

Su voz sonó tensa.

Pero en lugar de contenerme, su orden solo me provocó más. Me pegué a él, mi cuerpo ardiente amoldándose al suyo. Me incliné hacia su oído, con la voz temblando de desesperación.

—Te quiero… te necesito… ahora…

El auto frenó en seco debajo del edificio de apartamentos.

—Ya llegamos. ¡Bájate!

Lo dijo con brusquedad.

Aun así, me aferré a él, sin querer soltarlo todavía. En un instante, me apartó de un tirón. Al notar mis ojos perdidos y mis mejillas sonrojadas, arrugó la frente.

—¿Te das cuenta de lo que haces? ¿Lo pensaste bien? Esto no es un juego.

Su tono severo solo aumentó la frustración y el caos que se arremolinaban dentro de mí. Luchando contra el dolor y el deseo, las palabras se me escaparon sin poder evitarlo.

—¡Si no me vas a ayudar, entonces buscaré a alguien que sí quiera! Igual, en la universidad sobran quienes estarían felices de estar conmigo!

Mis palabras fueron la gota que derramó el vaso. En cuanto salieron de mi boca, Tucker explotó. Su mirada se volvió seria mientras me tomaba del mentón con brusquedad.

—¿Y se puede saber con quién piensas irte?

Preguntó con una voz autoritaria.

Me desconcertó su presencia dominante. Sin embargo, el dolor que me desgarraba no me dejó otra opción. Dejé de lado toda precaución.

Consumida por un torrente de emociones, mis orejas de loba volvieron a aparecer. Con lágrimas corriéndome por la cara, la verdad por fin salió de mis labios.

—Solo un compañero fuerte puede mantenerme con vida. Sé que eres tú, puedo sentir tu fuerza. Eres a quien siempre estuve destinada a encontrar.

Levanté el mentón, dejando que mis labios rozaran los suyos.

—Entonces, ¿serás mío?

Tucker pasó saliva, y el brillo en sus ojos destellaba con deseo y posesividad. Aunque su voz sonaba ronca, no había duda de la sinceridad en sus palabras.

—Un hombre lobo solo tiene un compañero en la vida. Tienes que pensarlo muy bien. Una vez que formemos el vínculo, ya no habrá vuelta atrás.

Asentí sin dudarlo ni un segundo.

—Ya lo pensé. Solo te quiero a ti.

Tucker sonrió con satisfacción. Sin previo aviso, se inclinó y capturó mi boca con la suya.

—De acuerdo, mi pequeña loba.

Me estrechó entre sus brazos y me envolvió con el saco de su traje. Con mi ropa desarreglada y mi cara sonrojada ocultas, me llevó en brazos hacia el ascensor. En ese preciso momento, el ascensor de enfrente también se abrió.

Morgan salió con un grupo de amigos; sus risas y su plática resonaban en el pasillo. Era obvio que habían venido al departamento de Tucker para hacer una fiesta.

De pronto, Morgan se quedó paralizado, sorprendido al encontrar al normalmente reservado Tucker abrazando a una hembra. Con las mejillas enrojecidas y la respiración agitada de su hermano, era obvio que estaba excitado. El contraste con su habitual actitud indiferente era imposible de ignorar.

Morgan no pudo evitar quedarse mirando, fascinado por esa faceta desconocida de Tucker.

—¡Vaya! ¿Desde cuándo sales con hembras? ¿Quién es este angelito que en serio logró que rompieras tus propias reglas?

Mientras hablaba, Morgan dio un paso al frente e intentó quitar el saco que me cubría. Pero antes de que pudiera acercarse más, Tucker, por instinto, me apretó más contra él.

Lanzándole una mirada feroz a Morgan, entró en el ascensor y apretó el botón para cerrar. Cuando las puertas comenzaban a cerrarse, un gemido se escapó de mis labios.

Morgan se quedó helado, la confusión reflejándose en su cara. ¿Por qué ese sonido le resultaba tan inquietantemente familiar?