Capítulo 5

Las puertas del ascensor se cerraron lentamente, ocultándome de la mirada indiscreta de Morgan. Dentro de aquel espacio reducido, solo se oía el sonido de nuestras respiraciones agitadas. El intenso aroma a cedro que emanaba de Tucker casi me abrumaba.

Mientras el ascensor subía, perdí todo el control. Guiada por el instinto, pegué mi cuerpo al de Tucker, reclamándolo como mío. Me deshice de su saco y me aferré a él, cubriendo su cuello y su mandíbula de besos antes de buscar con torpeza los botones de su camisa para desabrocharlos.

El cuerpo de Tucker se tensó, pero no hizo nada para detenerme. Sus ojos profundos no se apartaron de mí, encendidos de deseo y posesividad. Podía sentir cómo se movía su nuez de Adán bajo mis labios.

Los números de los pisos desfilaban con una lentitud exasperante; cada segundo se sentía eterno. Un tintineo anunció nuestra llegada.

En cuanto se abrieron las puertas, Tucker me cargó en brazos y abrió con rapidez la puerta de su departamento. Antes de que pudiera reaccionar, sentí sus labios chocar contra los míos. Me besó con una ferocidad implacable, como si pretendiera devorarme.

Quedé aturdida, mi cuerpo indefenso bajo su tacto. Al final, me tomó en sus brazos y me recostó sobre la enorme cama. La habitación estaba en penumbras, iluminada únicamente por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.

Tucker se quedó de pie a los pies de la cama; su figura se cernía sobre mí como una sombra. Sus ojos eran oscuros e intensos, como los de un cazador que había capturado a su presa.

—Addison —dijo con voz áspera—. Esta es tu última oportunidad. Si cambiaste de opinión, tienes que decirlo ahora.

Negué. En ese momento, él era lo único que existía en mi mundo. Pasé mis manos alrededor de su cuello, dejando que mis acciones hablaran por mí.

—Solo te quiero a ti, Tucker.

La contención en su mirada se hizo añicos, reemplazada por un deseo feroz y arrollador. Se inclinó hacia mí, y su aliento ardiente me rozó la oreja.

—Recuerda que tú lo elegiste.

Esa noche, por fin entendí a qué se refería mi abuela con el vínculo de compañero. Era un acto de posesión y de marca.

En el instante en que Tucker me besó la nuca, una fuerza poderosa recorrió nuestros cuerpos entrelazados. Esa energía calmó a la loba que rugía en mi interior y revitalizó mi cuerpo debilitado.

El tiempo pareció disolverse. Cuando las primeras luces del amanecer se colaron por la ventana, nuestra unión apasionada llegó a su fin.

Estaba demasiado agotada para moverme, con el cuerpo cubierto de moretones y marcas. Cada uno de ellos era la prueba de la posesión feroz e incontrolable de Tucker sobre mí.

Me llevó en brazos hasta el baño y me ayudó a limpiarme con cuidado. Pronto, el agua tibia empezó a caer sobre mi piel. Me recargué en él, inhalando su aroma reconfortante. Sin darme cuenta, caí en un sueño reparador.

Cuando desperté, ya era mediodía. La luz del sol entraba por las ventanas, bañando el cuarto con un resplandor cálido. Estaba acostada en la cama, envuelta en una de las camisas blancas de Tucker. La tela era lo suficientemente larga como para apenas cubrirme los muslos.

Al mismo tiempo, el aire todavía guardaba un eco de la pasión de la noche anterior.

Me moví despacio, sintiendo solo un ligero dolor muscular. Los impulsos abrumadores de mi celo por fin habían desaparecido. Al bajar la mirada, me di cuenta de que mi piel estaba más tersa y mi figura se había vuelto más cautivadora. Más allá de mi transformación física, una nueva energía recorría mi cuerpo.

Esta era la señal de haberse vinculado con un compañero fuerte.

Descalza, salí de la cama y fui a buscar a Tucker. La sala estaba vacía, pero podía escuchar ruidos leves que venían de la cocina. Al asomarme por la esquina, vi a Tucker con un delantal, ocupado preparando algo en la barra.

La luz de la mañana suavizaba su alta figura, haciéndolo ver inesperadamente tierno. Se volteó al escuchar mis pasos. Cuando me vio, sus ojos se iluminaron y sonrió.

—¡Ya te levantaste! Ven a comer algo.

Llevó a la mesa un plato con huevos y tocino y me sirvió un vaso de leche tibia. Jalé nerviosamente las mangas de la camisa holgada que me cubría.

—Tucker…

Con una sonrisa de satisfacción, se acercó y pasó los dedos por mi cabello.

—Come rápido. En cuanto termines, te llevo a tu casa.

Caí en la cuenta de que no había vuelto en toda la noche. Mi familia debía de estar muerta de la preocupación.

***

Después de desayunar, Tucker me llevó de regreso a la residencia de los Flint. En cuanto el auto se detuvo en la reja, vi a Morgan, parado ahí como un centinela silencioso. Parecía no haber dormido nada. Unas ojeras oscuras le rodeaban los ojos, lo que le daba un aspecto agotado y molesto.

En el momento en que vio el auto de Tucker, se abalanzó hacia adelante como un poseído. Sus ojos rojos se clavaron en Tucker, que estaba al volante.

—¿Quién era esa que llevaste a tu departamento anoche? —exigió Morgan, con una voz que delataba un pánico del que ni él mismo era consciente.

Sin hacerle caso, Tucker bajó del auto y lo rodeó para abrirme la puerta.

—Ya llegamos —susurró él.

Mantuve la cabeza agachada mientras bajaba del auto. Morgan se quedó con la boca abierta en cuanto me vio. No solo llevaba puesta la camisa de Tucker, sino que además tenía el cuello lleno de chupetones. Nos señaló a uno y a otro, con la voz entrecortada.

—¿Addie? ¿Q-qué haces aquí? Tucker, ¿tú…? ¿Ustedes dos…?