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Capítulo 02

Author: Ana Fénix
Un dolor intenso la atravesó de pronto. Camila miró la silueta de Lucas alejándose y, entre sollozos, gritó con desesperación:

—¡Lucas, no te vayas! ¡Mi vientre...!

Lucas se detuvo, pero solo la miró con frialdad.

—Camila, no tengo tiempo para tus trucos. ¿Sabes que Renata es una celebridad? ¡No puede quedar con una cicatriz en la mano! ¿Cómo puedes ser tan cruel?

Dicho eso, abrazó a Renata y se marchó sin siquiera mirar atrás.

Camila, al ver cómo su figura desaparecía por el pasillo, cerró los ojos con desesperación.

Un dolor punzante le recorrió la parte baja del abdomen. Se giró con dificultad y pidió auxilio a los presentes.

—¡Ayuda! ¡Por favor, salven a mi bebé...!

Un líquido cálido corrió entre sus piernas y, un segundo después, el olor a sangre la golpeó con fuerza.

Bajó la mirada... y vio una mancha roja que se extendía bajo ella.

—¡No...!

Las lágrimas brotaron de sus ojos como un torrente. El miedo le estrujaba el corazón.

Su bebé... ¡no podía perder a su bebé!

—¡Señorita! ¿Está bien? ¿Se siente mal? ¡Voy a llamar a emergencias!

Alguien se acercó y, al ver la sangre en el suelo, llamó al 911 sin dudarlo.

Dentro de la ambulancia, Camila sentía que el dolor le nublaba los sentidos. Estaba al borde del desmayo, pero, aun así, sostuvo la mano del médico y le suplicó con todas sus fuerzas:

—Doctor... se lo ruego... Salve a mi bebé. Apenas tiene tres meses. Por favor, sálvelo...

—Tranquila, señorita. Haremos todo lo posible. Voy a llamar a su esposo para que la acompañe de inmediato.

Aunque el médico sabía bien que era muy probable que no se pudiera salvar al bebé, no se atrevía a decírselo.

Un momento después, marcó el número.

—¿Hola? ¿Es el esposo de la señora Camila?

Pero del otro lado no respondió Lucas, sino que se oyó la voz de Renata.

—¿Qué pasa?

—¿Y usted quién es? Busco al esposo de la paciente. La señorita Camila está teniendo una hemorragia muy grave. Estamos de camino al hospital. ¡Tiene que ir ahora mismo!

En ese momento, Lucas acababa de llegar al hospital con Renata. Él había ido a pagar la consulta y había dejado su celular en el bolso de ella.

Renata miró el teléfono con frialdad y murmuró:

—Camila, eres increíble... ¿De verdad contrataste a alguien para que monte esta escena? ¿De verdad crees que con el pretexto de un hijo, Lucas va a volver contigo? Camila, si no me hubiera ido al extranjero hace tres años, hoy yo sería la esposa de Lucas. Él siempre me ha amado a mí. ¿Qué tienes tú para competir conmigo?

—¡Señorita, esto es asunto de vida o muerte! ¡No me importa quién sea usted! ¡Páseme al esposo de la paciente de inmediato!

En la ambulancia, Camila escuchó vagamente la voz y con gran esfuerzo abrió la boca.

—Renata... yo no quiero competir contigo. Solo te pido... por favor... haz que Lucas venga. Mi bebé... está a punto de...

—No te creo nada —respondió Renata con frialdad—. Pero ya que insistes... hoy voy a dejarte claro quién es más importante para Lucas: si tú... o ese bebé que llevas dentro.

En el hospital, Renata le entregó el celular a Lucas con una sonrisa fingida.

—Lucas... es Camila. Dice que el bebé está en peligro. Quiere que regreses.

—No le hagas caso. Seguro es otra de sus mentiras. Lo importante ahora es tu mano. El doctor ya viene, no tengas miedo.

Las palabras de Lucas atravesaron el corazón de Camila como una daga.

En sus ojos apareció un destello de tristeza. Su conciencia comenzaba a desvanecerse.

Antes de que el médico pudiera intervenir, Lucas ya había colgado la llamada.

Cuando intentaron volver a llamarlo... él ya tenía el celular apagado.

—¡Qué situación más absurda! —dijo el paramédico—. Señorita Camila, por favor no se rinda. ¡Vamos a ayudarla!

El médico le sostuvo la mano con fuerza.

El dolor la envolvía por completo... y en lo más profundo de su ser, Camila sabía que su bebé... ya no estaba.

Cuando despertó, el olor penetrante del desinfectante llenaba el aire. Le ardían los ojos y la nariz.

—Está bien... Aún es joven —dijo el médico, observándola con una mirada compasiva—. Podrá tener hijos otra vez.

Camila no respondió. Miró el techo, bajando la mano hacia su abdomen, ahora plano, y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por su rostro. Solo ella sabía lo difícil que había sido concebir a ese bebé.

La familia de Lucas nunca la había querido, y siempre la habían presionado para que quedara embarazada.

Cuando por fin lo logró, todos en la familia se alegraron.

Pero ahora... el bebé se había ido.

Y había sido su propio padre quien lo había condenado.

Y ella sabía que, en esa situación, la familia de Lucas... tampoco se haría responsable de ella.

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