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Capítulo 03

Author: Ana Fénix
—¿Y el padre del bebé? —preguntó el doctor—. Puedo llamarlo para que venga a cuidarte.

Camila parpadeó, débil, y, con voz apagada, respondió:

—Mi hijo... no tiene padre.

—¿Cómo es posible? —El médico hojeó su historial—. Aquí dice que estás casada. Tienes esposo, pero nunca lo vimos en tus controles. ¿Cómo puede ser que no haya venido, ni siquiera ahora que has perdido al bebé?

Fue entonces cuando Camila lo entendió: todo este tiempo, siempre había ido sola a sus consultas.

Tres meses atrás, cuando se enteró de que estaba embarazada, Lucas se mostró emocionado y le dijo que la acompañaría a su primer ultrasonido.

Pero ese mismo día... Renata volvió. Desde entonces, el corazón de Lucas había dejado de estar con ella. En cada revisión, él encontraba alguna excusa. Y, aunque ella sabía que Lucas y Renata se habían visto varias veces, había decidido callar… por el bien del bebé.

Pero ahora que el niño ya no estaba, no iba a darle a Lucas otra oportunidad de hacerle daño.

Iba a divorciarse.

Después de perseguirlo durante siete años… estaba completamente agotada.

—Si no viene nadie de tu familia, tendrás que ir tú misma a pagar la hospitalización —dijo el doctor, entregándole el formulario.

Camila apartó las sábanas, se incorporó lentamente y bajó de la cama arrastrando su cuerpo débil.

Apenas había avanzado unos pasos cuando se topó de frente con Lucas y Renata.

Lucas sostenía a Renata con cuidado del brazo, y, al verla, rápidamente la protegió colocándose frente a ella.

—¿Tú también viniste hasta aquí? ¡Renata ya tiene la mano lastimada! ¿Qué más quieres?

Camila lo miró… y lo único que sintió fue un frío desgarrador.

—Lucas, no le hables así a Camila —intervino Renata con voz dulce, apoyándose en él—. Seguramente vino a disculparse conmigo. Camila, yo no te guardo rencor. Todo está bien —dijo, fingiendo una sonrisa comprensiva, mientras se recostaba más en Lucas.

—Ya que vienes a disculparte, ve afuera y cómprale algo de comer a Renata. Su mano está herida, necesita quedarse en observación.

Camila echó una mirada a la mano de Renata. Solo estaba un poco enrojecida… ¿en serio eso justificaba hospitalización? ¿Y qué había de ella?

Ella había perdido a su hijo. Pero ¿quién iba a cuidar de ella?

Sus ojos comenzaron a enrojecerse. Intentó forzar una sonrisa, pero su voz se quebró antes de salir.

Lucas notó algo extraño y frunció el ceño.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó con un tono un poco más suave—. Solo te pedí que le pidieras perdón a Renata y que le compres algo de comer. ¿Eso también te cuesta?

—No —respondió Camila, esforzándose por mantener el control—. No me cuesta.

¿Qué iba a costarle, si ya lo había perdido todo?

Con el bebé se habían ido todas las quejas, todos los reproches.

—Está bien —dijo Lucas—. Ve a casa a descansar. Cuando la mano de Renata se recupere, volveré contigo.

Esa frase... tan familiar. Ya la había escuchado muchas veces.

El día que Renata volvió, Camila tenía programado un control prenatal, pero Lucas le había dicho que estaba ocupado y que la alcanzaría más tarde.

Ella esperó todo el día en el hospital. Pero él nunca apareció.

En la televisión, transmitían la llegada de Renata al país… y entre la multitud, Camila lo vio.

Lucas sostenía un ramo de rosas amarillas. Su «luz de luna» había vuelto, y él había ido a recibirla.

Al tercer día de la llegada de Renata, Camila tuvo fiebre alta. No podía tomar medicamentos por el embarazo, por lo que pasó toda la noche sola en casa, luchando con el malestar. Mientras Lucas estaba en el set de grabación… acompañando a Renata.

Ella lo había llamado, le dijo que se sentía muy mal, a lo que él había respondido que lo esperara, que volvería pronto.

Pero eso no sucedió… hasta la tarde del día siguiente.

Para ese momento, la fiebre ya había cedido.

Había pasado lo mismo tantas veces. Tantas … que Camila ya no podía contarlas.

Después de tantas decepciones, Camila discutió con Lucas, tras lo cual, él le prometió que no volvería a dejarla por Renata. Ella le dijo que solo le daría cinco oportunidades.

Y esta… era la quinta.

—Renata aún no ha comido —dijo Lucas, interrumpiendo sus pensamientos—. Si no vas tú, la acompaño yo. Mejor vete a casa.

—Está bien —respondió Camila, sin discutir.

Dio un paso hacia adelante, dispuesta a marcharse. Pero Lucas notó algo en sus manos. Se quedó mirando fijamente, y preguntó:

—¿Qué es eso que tienes ahí?

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