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Capítulo 3

Penulis: Carlos
Claro que yo sabía que él me amaba.

No era ciega, veía el amor profundo en sus ojos.

Su amor por mí estaba en cada detalle, no hacía falta comprobarlo.

Ese gesto inconsciente de abrazarme cada noche sin importar cómo me moviera no era falso.

Ese cuidado de recordar cada palabra mía y convertirla en realidad no era falso.

Esa mirada pegada a mí en cualquier lugar y momento no era falsa…

Pero precisamente por eso, en este amor no cabía ni una sola traición.

Lo miré, revelando poco a poco la verdad más cruel.

—¿Te atreves a decir que no sientes nada por ella?

—¡Por supuesto! —respondió Leonardo Sánchez sin dudar.

Cerré los ojos, giré la cabeza y hablé despacio.

—Entonces, ¿por qué guardaste su currículum aparte?

—Después de tantos años juntos, ¿cuándo te has emborrachado?

—¿Y por qué, desde aquel viaje de negocios, tu teléfono nunca volvió a estar en silencio?

—¿Y esas salidas mensuales fijas por “viajes de trabajo”? ¿Adónde ibas realmente?

Con cada pregunta, el rostro de Leonardo se volvía más pálido.

Y mi corazón se desgarraba un poco más.

De pronto recordé que yo ya había visto a esa mujer.

Un año atrás, cuando fui a llevarle la comida a su empresa, vi un currículum apartado sobre su escritorio.

En la foto, Valeria sonreía radiante, llena de encanto.

Fue de la misma universidad de nosotros, pero su especialidad y experiencia no encajaban para ese puesto.

Leonardo, al verme fijar la vista en ese papel, lo retiró con calma de mis manos.

Yo incluso le pregunté:

—¿Piensas contratarla? Aunque sea de nuestra universidad, parece poco adecuada.

Él contestó que era una propuesta de Recursos Humanos y que estaba a punto de descartarla.

Le creí, y no le di importancia.

Pero desde ese día, él, que nunca hablaba de trabajo en casa, empezó a cambiar.

Respondía llamadas laborales con frecuencia, incluso perdiendo la paciencia más de una vez.

Me pareció gracioso y le pregunté:

—¿Quién es capaz de poner de mal humor a nuestro paciente director Sánchez?

Se quedó callado un segundo y respondió con incomodidad que era su nueva asistente, que no tenía grandes defectos, solo que era algo descuidada.

Asentí.

Después de eso, jamás volvió a contestar llamadas en casa.

Yo dormía ligero, y desde que estábamos juntos, su teléfono siempre había estado en silencio por las noches.

Pero desde aquel viaje, nunca más volvió a estarlo.

Incluso más de una vez, atendió llamadas a medianoche y salió de casa.

Cuando le preguntaba, decía que era por trabajo extra.

Y aquellas salidas fijas de cada mes… seguramente eran para acompañarla a sus controles prenatales.

Las grietas eran demasiadas.

Con los resultados en la mano, todo encajaba: las señales estaban desde hacía tiempo.

Solo que yo, en su momento, no quise verlas.

Cuando por fin se arrancaba el velo, lo que quedaba era carne viva, sangrante.

Cada gota era testigo de un matrimonio ya destrozado.

Leonardo, pálido, permanecía de pie frente a mí, moviendo los labios sin poder decir nada.

El timbre de su teléfono rompió aquel silencio asfixiante.

Miró la pantalla, dudó, pero aun así contestó.

No hacía falta adivinar de quién era la llamada.

Volteé el rostro, mordí mis labios con fuerza, prohibiéndome mostrar un mínimo de dolor.

No sé qué dijo ella al otro lado, pero él, molesto, contestó:

—¿Otra vez el dolor de barriga? Siempre por tonterías me llamas. Aunque realmente te sientas mal, la niñera puede llevarte al hospital. Yo no soy médico, ¿para qué me llamas a mí?

Lo miré fijamente.

Colgó la llamada de Valeria delante de mí, pero en su ceño aún se escapaba un rastro de inquietud.

Al fin y al cabo, era la mujer que llevaba a su hijo en el vientre.

Pensándolo bien, me levanté de la cama.

—Vamos, te acompaño a verla.
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