MasukAl voltear, Leonardo, el jefe implacable de siempre, estaba de pie detrás de ellos, pero en su rostro se dibujaba una ternura poco común.Miró al viejo empleado y le habló con voz suave:—¿De verdad me viste mimar tanto a mi esposa? Yo ni siquiera lo notaba… dime, ¿cómo era su expresión en ese momento?El empleado lo miró como si hubiera visto un fantasma, tardó en responder y finalmente dijo con cautela:—Estábamos lejos, no lo vi con claridad. Pero por la forma en que ella te respondía, seguro sonreía.Aquellas palabras hicieron que los ojos de Leonardo se humedecieran.Sonrió con tristeza.—¿Sí? Entonces en ese tiempo era realmente feliz.Pero luego fue él mismo quien destruyó esa felicidad.Al volver a casa, lo esperaba la misma escena de siempre: Valeria en la puerta.Ella corrió hacia él entre lágrimas.—Leonardo, te lo ruego, ¿puedes ir a ver a Nico? Está enfermo y no deja de llorar por su papá.Leonardo no se conmovió. Con frialdad apartó sus manos y sacó un pañuelo para limpia
Pensé que al ver aquellos paisajes familiares me invadiría la tristeza.Pero, extrañamente, al volver a caminar por las calles de Liubliana lo único que sentí fue libertad y calma.Creo que antes fui demasiado ingenua, creyendo que lo más importante en la vida era ser amada por un hombre.Cuando en realidad, lo más valioso es el deseo y la búsqueda de la libertad.En esos viajes encontré un nuevo placer, y decidí que debía poner en marcha mi plan de recorrer toda Europa.Y, de alguna manera, hasta tenía que agradecérselo a Leonardo.Todos esos años él había cubierto mis gastos, y el dinero que yo ganaba lo fui ahorrando casi intacto.Además, cada mes depositaba en mi cuenta una suma nada despreciable.Ahora podía considerarme una mujer rica, capaz de pagar mis propios caprichos.Me quedé en Eslovenia dos meses.Durante ese tiempo, solo una vez pensé en Leonardo.Fue al abrir sin querer el círculo de amigos y ver una publicación de su madre.“¡Mi nietecito ya cumplió un mes!”La felicid
Camila había desaparecido.Leonardo buscó en cada rincón de la casa, pero no había ni rastro de ella.Las cosas de Camila seguían allí, nada faltaba, pero a ella no la encontraba en ninguna parte.Algo no cuadraba.Abrió el armario y vio que toda la ropa cara que le había comprado seguía colgada, pero las prendas que ella usaba a diario ya no estaban.En ese instante lo invadió un miedo como nunca antes había sentido.Conocía demasiado bien a Camila.Sabía que ese gesto era un mensaje claro:ella quería cortar con él para siempre.Se quedó de pie frente al armario durante mucho rato, hasta que la tristeza lo ahogó.Se dejó caer en la cama y escuchó el crujido de un papel bajo su cuerpo.Era un acuerdo de divorcio y una nota.El último mensaje que Camila le dejó:“Leonardo, tú dijiste que yo era la única en tu vida, por eso me casé contigo. Ahora ya no soy. Nuestro matrimonio no tiene sentido. Firma.”Gotas de agua cayeron sobre la hoja, borrando poco a poco la tinta, como si su amor es
Valeria se quedó porque él la permitió.La muchacha sí que tenía sus trucos: en cuanto notó que Leonardo no rechazaba del todo sus acercamientos, empezó a cometer errores pequeños, insignificantes, pero suficientes para llamar su atención. Y él, en vez de frenarla, se dejó arrastrar.Camila lo descubrió una vez, y desde entonces él dejó de contestar las llamadas de Valeria en casa.En ese momento, lo único que quería era callar la boca de sus padres.Hasta que murió la abuela de Camila.Ella había sido criada por su abuela, y Leonardo sabía lo devastador que sería para ella.Debería haberla acompañado en ese duelo.Pero sin que él lo supiera, sus padres ya le habían arreglado un viaje de negocios ineludible, algo tan importante que solo él podía resolver.La asistente que lo acompañó fue Valeria.Sabía perfectamente que era una trampa, un modo de obligarlo a decidir.Camila confiaba tanto en él que, cuando supo que debía viajar, le dijo entre sollozos por teléfono:—Ve, no te preocupes
El tiempo de la cirugía no fue largo, pero para Leonardo fue una agonía tan interminable como un siglo.Por fin, la puerta del quirófano se abrió.Camila salió sosteniéndose el vientre, tan pálida y débil que parecía a punto de desplomarse.Leonardo se apoyó en la pared para levantarse; tambaleándose, dio unos pasos hacia ella y, con los ojos rojos, preguntó:—…¿El bebé ya no está?Camila asintió.—Sí.El cuerpo de Leonardo se encorvó; en un instante parecía haber envejecido diez años.—Camila, qué cruel eres.Un puñal le atravesó el corazón a ella, pero en su rostro se mantuvo serena.—Sí. Por eso, nos vamos a divorciar.El gesto de Leonardo se torció de dolor.Odiaba esa decisión tan tajante de Camila, pero al ver su cara tan pálida no podía evitar sentirse conmovido.Quiso abrazarla.Apenas extendió la mano, apareció su madre.—Hijo, rápido, Valeria está de parto.Su mano quedó suspendida en el aire; enseguida la bajó y salió corriendo escaleras abajo.Yo alcé mi propia mano demasia
Casi al llegar, Leonardo aún intentaba convencerme de que no fuera.Pensé que temía que yo hiciera daño a Valeria.Pero al entrar en la habitación comprendí de qué realmente estaba preocupado.Aquella que habíamos decorado con tanto esmero para nuestro futuro ahora rebosaba de huellas de la vida de él con otra mujer.Valeria me vio y su sonrisa se quedó rígida en el rostro.Me miró con timidez, como si tuviera miedo.Leonardo le lanzó una mirada de consuelo.Ambos se lanzaron miradas cómplices ante mí.Esa escena me atravesó como una puñalada.Me volví hacia Leonardo y le dije:—Sal tú primero, quiero hablar a solas con la señorita.Leonardo dudó un instante.Le sonreí y le pregunté:—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que dañe a tu tesoro?Leonardo no supo qué decir; antes de salir corrigió con terquedad:—Mi tesoro eres solo tú.Valeria me miró al oír eso.Con esa sola mirada supe que mi sospecha era cierta.—Entraste a la empresa para Leonardo, ¿verdad?Valeria se quedó quieta un segundo y