Rebeca, la amiga de toda la vida de mi prometido, resultó que estaba embarazada, por lo que, Héctor, para salvar su reputación, decidió casarse con ella. Cuando, sin poder creérmelo, le pregunté qué iba a pasar con nuestro bebé y conmigo, Héctor me respondió con una calma que me dejó aterrada: —Mira, Gabriela, Rebeca no es como tú. Ella solo me tiene a mí en el mundo. No soportaría el escándalo ni los chismes por un embarazo así. Lo que él parecía olvidar era que yo tampoco tenía a nadie más en el mundo, y que nosotros dos también esperábamos un hijo sin estar casados. Tiempo después, mientras todo el mundo se burlaba y decía que el hijo que yo esperaba era un bastardo fruto de la infidelidad... Héctor, junto a Rebecca, se limitaba a observarlo todo con una indiferencia hiriente. Fue entonces cuando comprendí que, incluso en el amor, hay niveles. Así que tristemente decidí abortar a nuestro hijo, que de por sí no era ningún bastardo, para así dejarle el camino libre a él y a su «inmenso amor» por ella.
Lihat lebih banyakAl día siguiente, solicité a la empresa un cargo permanente en otra ciudad.No me esperaba que la única vacante para traslado fuera en el extranjero.Pero eso encajaba a la perfección con lo que yo quería.¡Alejarme de esta ciudad, cuanto más lejos y pronto, mejor!Al tercer día, con la ayuda de la empresa, tramité mi pasaporte, tomé un avión y dejé por fin el país.***En un abrir y cerrar de ojos, pasaron cinco años.Durante ese tiempo, dejé de lado todas mis preocupaciones y enfoqué toda mi energía y vitalidad en el trabajo.Solo de vez en cuando, a través de algunos amigos y clientes del país, me llegaban noticias de otras personas.Pero nunca les presté demasiada atención.Con el paso del tiempo, fui olvidando de forma gradual el doloroso pasado.Finalmente, gracias a mi esfuerzo, logré alcanzar cierto éxito.Poco a poco, ascendí hasta el puesto de directora de la sucursal en el extranjero.Cerca de la noche de Año Nuevo, como directora de la sucursal, regresé al país para present
Debido al aborto, tuve que quedarme internada en el hospital.Durante los días siguientes, Héctor aparecía puntual en mi habitación.Siempre llegaba con caldos saludables que él mismo preparaba, como de pollo o de pescado.Yo lo ignoraba por completo.Cada vez, él se quedaba un buen rato afuera de la habitación, con la mirada apagada, muy abatido.El día que me dieron de alta, caía una llovizna.Imaginé que Héctor averiguaría la hora, así que planeé irme más temprano.Apenas clareaba cuando terminé de empacar mis cosas.Lo que no me esperaba era encontrarlo recargado como una estatua junto a la entrada principal del hospital al salir.Quién sabe cuánto tiempo llevaría allí.Tenía un aspecto terrible: el pelo revuelto por el viento y el abrigo con rastros de haberse mojado.En cuanto me vio, se enderezó sorprendido y me miró con visible angustia.—Gabriela, vine por ti para llevarte a casa.Lo miré con desagrado y de inmediato di un paso atrás.Al ver mi gesto, sus ojos se llenaron de l
—¡Lo que pasa es que prefieres a Rebeca, y ya!Él se quedó ahí pasmado un buen rato, sin poder articular una sola excusa.Fui yo quien, sin piedad alguna, le reveló la verdad que tanto se esforzaba por ocultar.Héctor se quedó inmóvil un instante; sin pensarlo, empezó a golpearse la cabeza contra la pared con furia.—Pum, pum— resonaban los golpes.En ese momento, alertadas por sus gritos desgarradores desde fuera del cuarto del hospital, Paula y Rebeca entraron de golpe.Al abrir la puerta, me vieron de pie, cubierta de sangre, frente a un Héctor que se retorcía de dolor agudo.Rebeca como fiera protectora se abalanzó y me empujó con todas sus fuerzas.Perdí el equilibrio; además, con el aborto reciente, estaba muy débil.Caí de golpe al suelo.Un reguero de sangre se extendió por el piso, dejando una larga y espesa mancha.Las pupilas de Héctor se contrajeron con violencia.Intentó acercarse, alarmado, pero su hermana lo sujetó firmemente.Paula habló, con una mueca de asco en la car
Lo observé: su cara era una máscara de pavor, mezclado con una desesperación incrédula.Una oleada de retorcida satisfacción me invadió.Sabía que debía haber adivinado lo que sucedió, pero simplemente no podía aceptarlo.Levanté una ceja y una sonrisa irónica, que hacía temblar levemente mis hombros, se dibujó en mi cara. No pude resistirme a asestarle otro golpe.—¿Para qué iba a quererlo? Ya lo ves, ni su propio padre lo quería.Hice una pausa.Al instante, escupí iracunda las palabras, una por una, reflejando todo mi odio:—¡Pues claro que lo perdí!Él se quedó como si lo hubiera partido un rayo, completamente inmóvil.Los músculos de su cara apenas temblaban y el terror se reflejaba en sus ojos desorbitados.Su voz sonó rasposa, como si llevara una eternidad sin hablar.—Gabriela, ¡era nuestro hijo! ¿Cómo te atreviste a perderlo? ¿Es que ya se te olvidó todo lo que hablamos del futuro? ¡Los dos estábamos tan ilusionados con este bebé! ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué no me dijiste na
Sentí que el corazón se me hacía mil pedazos en ese instante. Lo miré fijamente sintiendo cómo perdía toda la esperanza en él. Aturdida, como flotando en una pesadilla, me encerraron como un perro rabioso en el ático de la mansión.Al caer la noche, a la oscuridad se sumó el chillido de las asquerosas ratas. Una se plantó frente a mí y me observó con cierta curiosidad durante un largo rato.De repente, la puerta del ático se abrió.La rata, asustada, huyó y se escondió. Tras la puerta apareció Rebeca, con una expresión de odio.Al ver que estábamos solas, dejó de lado cualquier disimulo y me dedicó una sonrisa llena de malicia.—¡Mírate nada más, Gabriela! ¡Por fin te llegó tu hora! Te lo dije mil veces, Héctor es mío. Pero tú, con el mayor descaro del mundo, metiste. ¿Y encima de todo pensabas casarte con él? Deberías saberlo: para él, yo soy lo más importante en la vida. Tú… tú solo eras un pasatiempo, alguien para matar el rato cuando se aburría, ¡nada más! Su sonrisa, tan
Después de ese día, Héctor y yo apenas mantuvimos contacto. Él se dedicaba a tiempo completo a cuidar de Rebeca y, solo de vez en cuando, muy tarde por la noche, me preguntaba cómo estaba. Al ver que yo no le hacía caso, con el tiempo, sus mensajes se volvieron cada vez más esporádicos.Hasta el día en que cumplí tres meses de embarazo.En el hospital, durante una exhaustiva revisión prenatal, me encontré justo con la hermana de Héctor. Paula Alcázar me miró con total sorpresa, me arrebató el informe de las manos, y, sin poder evitarlo, alzó la voz:—Gabriela, ¿en serio engañaste a mi hermano? ¿Y estás esperando el hijo de otro?Mi rostro se transformó. No podía creer que pensara eso de mí. Por lo que me apresuré a explicarle:—¡Este bebé es de tu hermano, de Héctor! ¡Yo no lo engañé!Pero ella me dedicó una mirada de profundo desagrado y rio con desprecio varias veces.—Te acabo de descubrir con las manos en la masa, ¿y todavía quieres negarlo? Gabriela, en serio, pareces tan
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