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Mi Bastardo Inocente

Mi Bastardo Inocente

Oleh:  GrinTamat
Bahasa: Spanish
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Rebeca, la amiga de toda la vida de mi prometido, resultó que estaba embarazada, por lo que, Héctor, para salvar su reputación, decidió casarse con ella. Cuando, sin poder creérmelo, le pregunté qué iba a pasar con nuestro bebé y conmigo, Héctor me respondió con una calma que me dejó aterrada: —Mira, Gabriela, Rebeca no es como tú. Ella solo me tiene a mí en el mundo. No soportaría el escándalo ni los chismes por un embarazo así. Lo que él parecía olvidar era que yo tampoco tenía a nadie más en el mundo, y que nosotros dos también esperábamos un hijo sin estar casados. Tiempo después, mientras todo el mundo se burlaba y decía que el hijo que yo esperaba era un bastardo fruto de la infidelidad... Héctor, junto a Rebecca, se limitaba a observarlo todo con una indiferencia hiriente. Fue entonces cuando comprendí que, incluso en el amor, hay niveles. Así que tristemente decidí abortar a nuestro hijo, que de por sí no era ningún bastardo, para así dejarle el camino libre a él y a su «inmenso amor» por ella.

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Capítulo 1

El primer mes después de saber que estaba embarazada, llena de ilusión se lo conté a mi prometido, Héctor Alcázar. Pero su reacción fue bastante extraña. Lejos de mostrar entusiasmo, arrugó la frente y su semblante se mantuvo sombrío.

Cuando le pregunté cuándo pensaba casarse conmigo, cambió de tema con un nerviosismo que no pasó desapercibido. Hasta el día que fui sola al hospital para mi revisión, cuando me enteré de todo.

En el hospital, me encontré justo con Rebeca Ibarra, la amiga de la infancia de Héctor.

Fue entonces cuando descubrí que, a mis espaldas, no solo se habían casado, sino que ella también estaba embarazada.

—A ver, chiquitín, pórtate bien y crece pronto para que tu mami no sufra tanto, ¿eh? Porque si no, cuando nazcas, le voy a decir a tu papá que te dé unas buenas nalgadas.

De repente Héctor salió del consultorio con unos medicamentos en la mano para el cuidado del embarazo. Su rostro reflejaba una ternura especial, de padre primerizo, mientras extendía la mano y acariciaba con ternura el vientre de Rebeca.

—Pero si todavía está muy chiquito, ni cuenta se da, ¡y tú ya lo estás amenazando!

Un instante después, la máquina de turnos anunció mi nombre.

Me levanté del rincón donde estaba, entre la gente. Héctor se volteó de golpe y nuestras miradas se cruzaron.

En sus ojos se reflejó el pánico y la inquietud. Seguramente, no esperaba una coincidencia así: encontrarnos en el mismo hospital, y a la misma hora.

Un día antes de la revisión, le había pedido que me acompañara al hospital. Pero él me había dicho que tenía asuntos pendientes que atender, que no tenía tiempo, y yo, sin dudarlo, le creí.

Por eso, había ido completamente sola, a sacar cita al hospital.

¡Qué ironía! Sus dichosos «asuntos que atender» resultaron ser acompañar a su amiga de la infancia a su revisión, sin importarle en lo más mínimo su novia, la oficial.

Con lentitud, caminé hacia ellos, mientras mis ojos se clavaban en el vientre apenas abultado de la otra mujer, con una expresión tranquila, casi indiferente.

—¿Cuánto tiempo tiene?

Él apretó los labios con rabia y desvió la mirada, sin atreverse a decir nada. Mientras que ella, en cambio, me dedicaba una mirada con un aire de triunfo apenas disimulado.

—Casi dos meses. ¡Y sí, es de Héctor!

Al escuchar su respuesta, me mordí el labio con todas mis fuerzas.

¡Qué casualidad! Tenía el mismo tiempo que el bebé en mi vientre.

Sentí como si el corazón se me partiera en mil pedazos. Las lágrimas que se habían acumulado en mis ojos por fin se derramaron y corrieron desbordadas por mis mejillas.

Levanté la vista hacia el hombre que amaba, con los labios pálidos de tanto mordérmelos; la voz me salió ahogada:

—¿No piensas darme una explicación?

Al verme llorar desconsolada, él entró en pánico al instante y me miró con una expresión de angustia. Se abalanzó sobre mí, me abrazó y empezó a consolarme en voz baja:

—Fui un completo idiota, te mentí sobre por qué estaba aquí con Rebeca. Pero, por favor, créeme, el bebé que espera no es mío. Solo me preocupaba que le pasara algo si venía sola a la revisión, por eso la acompañé.

La mujer, que estaba detrás de él, hizo un gesto de angustia y enseguida puso una cara de víctima. Con los ojos anegados en lágrimas, lo miró con una fragilidad estudiada.

—¡Pero Héctor, tú me prometiste que serías el papá de mi bebé! ¡Si hasta nos casamos por el civil! Cuando nazca, ¡tienes que registrarlo como tuyo!

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