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Capítulo 6

Penulis: Sofía Murón
Al ver a Rolando de esa manera, Simona sintió un rubor de incomodidad.

Tal vez era el calor que emanaba de su cuerpo, o quizá porque hacía tiempo que no se encontraba frente a un hombre con semejante carga de hormonas que casi la sacudían a la vista.

Retrocedió un paso breve, intentando serenarse, y con voz suave saludó:

—Señor Olivar, buenos días.

Carrola también se apresuró a hablar:

—Buenos días, Señor Rolando.

La mirada de Rolando recorrió a Simona. Aquella mañana ella no llevaba una gota de maquillaje, y aun así resplandecía; la piel tersa, sin mancha alguna.

Con una simple camiseta y unos jeans ajustados, debería verse común, pero en ella las curvas maduras resaltaban, y esa ingenua sencillez dejaba escapar, sin que lo notara, un magnetismo de fruta madura, como un durazno listo para ser tomado.

La nuez en la garganta de Rolando se movió apenas. En la superficie, en cambio, mantenía la frialdad, y se limitó a inclinar la cabeza hacia madre e hija:

—Buenos días. Siéntanse en casa.

Dicho esto, giró y subió las escaleras.

Carrola fue llevada a buscar a Francisca, mientras Simona siguió al mayordomo hasta la cocina.

Hugo, el chef principal de la casa, estaba allí. Ese día ayudaría a Simona.

No mostró disgusto; él cocinaba para Rolando, y Simona solo estaba como invitada de Francisca para preparar la reunión. No había choque de intereses.

Además, desde que la vio, aquel chef severo no pudo evitar que sus orejas se encendieran de rojo. Claramente, la belleza de Simona lo había puesto nervioso. Se concentró en el trabajo en silencio.

Arriba, Francisca había sido arrancada del sueño por Carrola, y después de un buen rato logró levantarse.

Cuando ambas bajaban, se cruzaron con Rolando, que también descendía. Llevaba camisa negra y pantalón de vestir negro, sin corbata, con el cuello abierto mostrando la clavícula marcada; las mangas arremangadas hasta los antebrazos, la estampa elegante y relajada, alto y esbelto.

Francisca lo miró sorprendida:

—¿Tío, hoy no vas a trabajar?

Las cejas de Rolando se mantuvieron frías:

—Hoy es domingo.

—Ah… pensé que usted no tenía fines de semana. Nunca lo vi descansar. Ya se nota la edad, ¿verdad? El cuerpo ya no aguanta…

El comentario sarcástico le valió una mirada afilada. Francisca encogió el cuello y, riéndose, jaló a Carrola para bajar más rápido.

Mientras andaba, murmuró:

—No dije mentira. Cuarenta años ya, claro que la edad pesa…

Carrola recordó la imagen de Rolando tras hacer ejercicio esa mañana.

—No se ve mal, ¿no? Tu tío siempre se ejercita, hasta parece más joven.

—¿Quién sabe? Igual es pura fachada.

Llegaron al comedor, donde Simona había preparado con lo que había a mano un desayuno para Francisca.

—Francisca, Carrola me dijo que te gustan las quiches que preparo. Traje unas pequeñas de casa y también armé unos bocadillos. Además, hice una crema ligera de azafrán con almendras. Ojalá te sirva para desayunar algo distinto.

—¡Guau, señora Simona, lo que cocines me encanta!

Francisca comió con entusiasmo, Carrola también probó algo.

Rolando se sentó a la mesa y encontró su desayuno listo: el mismo sándwich de pollo con leche de siempre.

Levantó la mirada hacia el plato de Francisca: variedad de colores, aroma tentador. La crema ligera de azafrán con almendras lucía de un tono dorado suave en un cuenco de porcelana blanca. Las quiches individuales tenían la corteza crujiente y en la superficie brillaba una lámina de trufa. Los bocadillos estaban cortados con bordes ondulados, en piezas pequeñas, colocados en un plato bonito, y al lado había adornos dibujados con salsa de tomate en forma de gatitos, infantiles y adorables.

Rolando miró demasiado tiempo. Francisca lo notó, y casi de instinto cubrió su plato con la mano.

—¿Tío, qué ve?

¿Acaso se le antojaba su desayuno? Imposible.

El desayuno de Rolando siempre había sido lo mismo: sándwiches insípidos y un vaso de leche. Si él quisiera comer otra cosa, sin duda ya habría hecho que el chef la preparara.

No, no era antojo.

Con la mirada helada retiró los ojos, terminó su desayuno en silencio y sin demora.

Al levantarse para salir del comedor, su vista rozó sin querer la figura femenina en la cocina: un cuerpo esbelto, absorto en la tarea, que apareció y desapareció en un instante. Sus pasos no se detuvieron ni medio segundo.

***

Los amigos de Francisca comenzaron a llegar al jardín.

Algunos eran compañeros del bachillerato, otros conocidos de familias cercanas al clan.

No eran muchos. Comían, bebían, reían; el pretexto era “ver pinturas”, pero la realidad era socializar en la élite de Puerto Azul.

Los bocadillos y tés los había preparado Simona. El almuerzo también lo preparó en gran parte Simona. Cuando no podía con todo, le compartía a Hugo su manera de cocinar para que la ayudara, y de paso aquello servía como un intercambio culinario entre ambos.

Francisca no lo había anunciado con intención; todo transcurría con naturalidad.

Aun así, hubo quienes de verdad encontraron el sabor delicioso y comenzaron a preguntar.

—Francisca, el chef de tu casa cocina increíble. Los platillos se ven distintos, ¿de dónde sacó tu tío a este cocinero?

Otros asintieron.

—De verdad estaba muy bueno. A mí me encantó el té de flores de hace un rato; mucho mejor que muchos otros que he probado.

—Yo prefiero los platillos de la comida. Conocidos, pero distintos. Muy novedosos.

Francisca sonrió y explicó:

—No es de casa. Para hoy invité a una chef especial. Es creativa y su comida luce tanto como sabe. Si quieren, después pueden contratarla.

—Si la recomiendas así, la tenemos que conocer. Que salga. La próxima semana tengo evento en casa, podría invitarla.

—Perfecto.

Simona salió enseguida. Una camiseta sencilla metida en jeans de tiro alto, figura esbelta. La cara limpia, apenas sonrojada por el trajín, con una sonrisa que transmitía calma.

La brisa entraba por la ventana abierta, levantando los mechones de su frente, realzando su belleza viva y natural.

—Carrola, ¿no es tu mamá? ¿Qué hace de cocinera aquí?

Entre sus compañeros, hubo quien reconoció que se trataba de Simona, la madre de Carrola; al fin y al cabo, con aquella belleza, quien la veía una vez difícilmente podía olvidarla.
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