Share

Capítulo 7

Penulis: Sofía Murón
Carrola no lo negó.

Al contrario, levantó con orgullo la barbilla.

—Es mi mamá.

—¿Tu mamá es cocinera? No me digas tonterías.

La voz suave de Simona se escuchó acompañada de una sonrisa.

—No es ninguna broma, Luvina. Ahora trabajo por mi cuenta, tengo mi propio canal de videos donde comparto recetas y consejos de cocina. También ofrezco el servicio de ir a preparar comida a domicilio. Si algún día lo necesitas, puedes contar conmigo.

La muchacha a la que nombró se sonrojó ante la calidez y la belleza de Simona, incómoda por la atención.

—¿Señora Simona, se acuerda de mi nombre?

—Claro. Recuerdo a todas las compañeras de Carrola.

Luego miró al resto:

—Si tienen alguna pregunta, también pueden hacérmela.

Simona ya venía preparada para esa situación.

La que había sido esposa de Ignacio Herrero, ahora se presentaba como cocinera a domicilio. Tarde o temprano, eso daría de qué hablar. Mejor mostrarse con entereza desde el inicio.

Antes de esto, madre e hija ya lo habían conversado.

Carrola no tenía miedo de que hablaran del trabajo de su madre.

Estaba tranquila: mientras fuera honesto, ella siempre la apoyaría.

Los demás, aunque pensaran lo que pensaran, en la casa de Francisca nadie se atrevió a decir algo desagradable.

Al contrario, varios pidieron el contacto de Simona, asegurando que más adelante la llamarían para que cocinara.

Incluso siguieron su canal. Aunque apenas lo había abierto y solo había subido de prisa algunos videos sencillos de esa mañana, ya era un inicio.

Después, Simona se retiró a descansar, sin interferir más con los jóvenes.

Desde la cocina, miró hacia el jardín. En medio del pasto verde, dentro de un pabellón lejano, se distinguía una silueta erguida. Rolando estaba allí, hablando por celular.

Pensó que él no había ido a la oficina ese día y que, entre atender a los muchachos, casi ni había comido bien.

Francisca le había abierto esa oportunidad de presentarse, pero sin la aprobación del dueño de la casa, nunca habría sido posible.

Además, recordaba cómo Rolando la había ayudado en otra ocasión. Tenía que agradecerle.

—Hugo, quiero preparar algo de té y bocadillos para el señor Olivar, ¿puedo? Quiero darle las gracias por lo de hoy con Francisca.

—Por supuesto. Pero al señor no le gustan los postres. Lo demás, hazlo como creas.

—De acuerdo.

Simona se movió rápido. Con los ingredientes disponibles armó unas piezas sencillas, acompañadas de una tetera de té floral.

Con la charola en las manos llegó al pabellón justo cuando Rolando colgaba la llamada.

Sus ojos brillaron curvándose en una sonrisa tenue, la voz suave.

—Señor Olivar, preparé unos bocadillos con té. No sé si le gusten.

Los ojos oscuros de Rolando titilaron. Se sentó y Simona enseguida le sirvió el té.

Sus dedos largos y blancos, con uñas limpias, pasaron frente a él un instante al posar la taza.

—Es ingrediente de su propia casa, solo le hice un ajuste. No sé si le agrade el sabor. Es un detalle, para agradecer su ayuda.

Rolando bebió en silencio. El té era el de siempre, pero ese día tenía un aroma distinto, fresco. No supo identificar qué era, solo que le recordaba a la presencia de Simona: una suavidad que rodeaba e iba entrando poco a poco, mezclándose con el sabor.

Oscureció la mirada, dejó la taza y habló con voz baja y tranquila:

—No hay de qué. Fue algo mínimo.

—Para usted fue mínimo. Para mí significó mucho.

Rolando no respondió. Siguió bebiendo.

Simona pensó un momento y decidió no interrumpirlo más.

—Señor Olivar, disfrute con calma. Yo me retiro.

Dio media vuelta y se fue. Rolando permaneció con la taza, los ojos fijos en su silueta que se alejaba, envuelto en el aroma del té durante un largo rato.

Por la tarde, los invitados se fueron. Francisca y Carrola estaban felices, rodeando a Simona y celebrando lo bien que había salido todo.

—Oigan, mejor no se vayan. Quédense esta noche. Mañana vamos juntas a la escuela —propuso Francisca.

Simona fue la primera en negarse.

—Carrola puede quedarse. Yo prefiero regresar a casa.

No le conviene quedarse aquí.

Francisca la abrazó de inmediato. Ya lo tenía planeado.

—Señora Simona, no te vayas. Carrola siempre dice que dormir contigo es lo más cómodo. Ay, yo también quiero dormir contigo. Tranquila, mi tío ya salió. A esta hora seguro tiene compromisos y volverá muy tarde.

Simona, acorralada por Francisca, no tuvo más remedio que sonreír y aceptar.

Esa noche, después de cenar, las tres se recostaron juntas.

Francisca, acurrucada en el cuerpo cálido de Simona, suspiró bajito:

—Qué bonito. Yo siempre envidié a Carrola. Tener a su mamá siempre cerca…

Los padres de Francisca vivían casi todo el tiempo en el extranjero. Era su mayor vacío.

Aunque amaba a su madre, lo que más envidiaba era tener a alguien como Simona.

Carrola rió con naturalidad:

—Somos súper amigas. Mi mamá también es tu mamá.

Simona las abrazó a ambas, y con su voz baja y melodiosa las fue arrullando hasta que se durmieron.

Ella, en cambio, no tenía sueño.

No estar en su propia casa le dejaba cierta inquietud.

Y más allá de eso, en las noches solía hundirse en dudas dolorosas.

De día podía ser clara y fuerte. Pero en soledad, volvía el eco de su matrimonio roto. ¿Por qué, después de tantos años, Ignacio le había sido infiel? ¿De verdad era como decían, que no servía para nada salvo gastar y depender de él? ¿Que sin su rostro bonito no tenía nada?

El divorcio lo había firmado con firmeza, pero en lo profundo sabía lo mucho que le había dolido.

Como no lograba dormir, decidió levantarse y bajar en silencio.

El vestíbulo estaba en penumbras. Al llegar al primer piso distinguió a alguien sentado de espaldas en el sofá.

Se sobresaltó, pero pronto entendió: Rolando había vuelto.

Con la luz tenue de la lámpara lateral, se acercó.

Él estaba recostado, ojos cerrados. A diferencia de la frialdad habitual, ahora fruncía el ceño, con un aire de cansancio. La luz cálida le marcaba la nariz recta y el perfil profundo. La camisa desabotonada, la corbata floja, el cuerpo alto apoyado en el sillón con cierta languidez.

Simona dudó un instante y pensó en saludarlo. Pero Rolando abrió los ojos de golpe.

Dos pupilas negras, filosas como cuchillas, lo cambiaron todo. La atmósfera se volvió asfixiante.
Lanjutkan membaca buku ini secara gratis
Pindai kode untuk mengunduh Aplikasi

Bab terbaru

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 30

    Ignacio miró a Laurinda.—¿Tú ayudarme? Pero si eres la mejor amiga de Simona. ¿Qué es lo que quieres?No entendía que ella se pusiera de su lado y no del de su amiga.¿O sería que Laurinda quería sacar algo de él?Ella sostuvo su mirada inquisitiva y, poco a poco, se inclinó hacia él. Sus dedos rozaron el dorso de la mano de Ignacio; la voz le temblaba apenas, cargada de un nerviosismo sensual, los ojos húmedos, con un brillo insinuante.—Señor Herrero… yo lo quiero desde hace mucho tiempo.Ignacio arqueó las cejas, sin moverse.—Desde antes de Simona, ya lo quería.Una sonrisa ladeada, cargada de galantería, se dibujó en el rostro de Ignacio.—¿Ah, sí? ¿Y por qué no lo dijiste? Si me lo hubieras confesado antes, quizá hoy estaríamos juntos.Laurinda enrojeció como una muchacha tímida.—Usted siempre fue inalcanzable, tan perfecto… Yo, en cambio, me sentía poca cosa. Y cuando se unió con Simona, lo único que pude hacer fue desearles lo mejor en silencio.Ignacio soltó una risa baja.

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 29

    Ignacio llevaba ya varias copas en un bar. Varias mujeres se acercaron a coquetearle, pero él las echó con insultos.En otras ocasiones, si estaba de humor, se habría ido con alguna a un hotel cercano, rápido, sin complicaciones.Esa noche no tenía el menor deseo.La rabia de haber sido jugado por Simona seguía quemándole por dentro.En su cabeza, Simona no era más que una mujer hermosa y vacía: tantos años mantenida en casa, dedicada a cocinar un poco, salir de compras, hacerse tratamientos de belleza… nada de sustancia.Hasta había creído que su idea de divorciarse era un berrinche nacido del exceso de amor y la decepción.Jamás imaginó que terminaría arrancándole la mitad de sus bienes.Aunque todo quedara a nombre de Carrola, él lo sentía como una pérdida insoportable, como si lo hubieran despojado.—Señor Herrero.Otra voz femenina sonó a su lado. Ignacio gruñó, molesto:—Lárgate.La mujer no se movió; al contrario, tomó asiento junto a él.—Señor Herrero, soy Laurinda. No siga be

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 28

    El gesto de Ignacio se ensombreció un instante, como si lo hubiese sorprendido la culpa. Pero de inmediato la ira comenzó a apoderarse de él.—¿Entonces sigues empeñada en divorciarte?—Siempre fue mi decisión.La mirada de Simona era directa, sin esconder nada.Ese rostro impecable, que tantas veces había admirado, en ese momento se le antojó odioso.Por la mañana había sido toda ternura, logró arrancarle casi la mitad de sus bienes, y por la tarde le daba la espalda.De verdad la había subestimado.Ignacio apretó los dientes, furioso.—¡Muy bien, Simona, muy bien!No dijo más. Subió al carro con violencia y se marchó.La mirada de Simona se perdió bajo la luz fría de la noche. Los faroles dibujaban su silueta frágil y al mismo tiempo luminosa: sola, pero resplandeciente.Al llegar a casa, le entró una videollamada de Carrola. El primer pensamiento de Simona fue si Ignacio había descargado su enojo en la niña.—¿Tu papá no se puso contigo de malas? Lo que pase entre nosotros no debe

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 27

    Ella no respondió a Ignacio, en cambio, dirigió la mirada hacia la puerta de la escuela y pronto distinguió la silueta de Carrola. Entonces su sonrisa se volvió mucho más auténtica.Carrola la vio enseguida. Entre la multitud, su madre resaltaba: erguida, elegante, de facciones finas; con solo sonreír, transmitía una calma entrañable.—¡Mamá!La niña aceleró el paso, la coleta rebotando de un lado a otro, y se lanzó alegre a los brazos perfumados y suaves de Simona.Simona bajó la cabeza para mirarla, tomó la mochila que cargaba y se la entregó a Ignacio.—¿Se te antoja algo? Hoy tu papá y yo vamos a llevarte a cenar afuera.Fue entonces que Carrola reparó en su padre. La expresión de la niña, transparente como siempre, no supo disimular nada: la sonrisa se le borró y frunció apenas los labios.—¿No estabas ocupado, papá?El tono arrastraba un dejo de reproche que sonaba a burla.Simona lanzó una mirada penetrante a Ignacio, sin palabras, pero con suficiente filo como para obligarlo a

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 26

    Cuando Joselito terminó en la empresa Herrero, regresó a su despacho.Acto seguido marcó el número de Rolando.—Rolando, todo está hecho, salió sin contratiempos. La señorita Simona obtuvo lo que le correspondía.—Gracias.Joselito arqueó las cejas con una sonrisa irónica.—Vaya, tu agradecimiento suena curioso. ¿No debería ser la señorita Simona quien me dé las gracias? ¿Por qué hablas en su nombre? Y dime, mis honorarios de gran abogado, ¿te los cobro a ti o a ella?—Que lo arregle Julio.—¿Con tu dinero? ¿Y tú quién eres para la señorita Simona?Rolando guardó silencio. Joselito siguió sonriendo, sin exponerlo. De pronto recordó algo, y su voz se tiñó de diversión.—¿Sabes por qué todo salió tan fácil?… Jeje, parece que ayer subestimé a la señorita. No es nada ingenua. Su belleza es un cuchillo envuelto en terciopelo; con esa dulzura consiguió que Ignacio le firmara sumiso. Rolando, te lo advierto: cuidado con ese cuchillo suave, no vaya a clavártelo a ti.—Aunque, me da la impresi

  • ¿Divorcio? ¡Yo nací para brillar!   Capítulo 25

    Después de que Joselito se marchó, Simona miró a Ignacio.—Ignacio, ve a ocuparte de lo tuyo. Por la tarde te espero en la entrada de la escuela, y vamos juntos a llevar a Carrola a cenar, ¿te parece?En los ojos de Ignacio brilló la sorpresa feliz. Al verla tan distinta, sin la frialdad de antes, pensó con alivio que Simona había cedido.—Está bien.Ignacio regresó a su oficina. En la sala de juntas quedaron únicamente Simona y Laurinda.Con los dedos largos y delicados, Simona tomó la taza de la mesa, bebió un sorbo en silencio y luego la dejó a un lado. Sus ojos claros y brillantes se posaron serenos en Laurinda.—Laurinda, ¿te acuerdas cómo fue que nos hicimos amigas?Laurinda apretó los labios, pero Simona habló primero.—Compartíamos dormitorio. Cada una estudiaba algo distinto: yo Letras, tú Derecho. Al principio no eras cercana conmigo; incluso llegué a sentir que te caía mal. Después todo cambió cuando Frisco empezó a perseguirme, insoportable como siempre. Una vez me defendis

Bab Lainnya
Jelajahi dan baca novel bagus secara gratis
Akses gratis ke berbagai novel bagus di aplikasi GoodNovel. Unduh buku yang kamu suka dan baca di mana saja & kapan saja.
Baca buku gratis di Aplikasi
Pindai kode untuk membaca di Aplikasi
DMCA.com Protection Status