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Capítulo 5

Penulis: Sofía Murón
Simona se sorprendió un poco, pero terminó por sentirse aliviada: al menos no habría malos entendidos.

Carrola cuchicheaba con Francisca, bromeando con picardía sobre lo raro que resultaba que su tío siguiera soltero. Sus risitas eran cómplices, con esa malicia inocente que solo tienen las adolescentes.

—A comer y dejen de hablar tonterías —las reprendió Simona, aunque con ternura.

Las dos chicas se pusieron a comer de inmediato. Al terminar, aún llenas de energía, empezaron a darle ideas a Simona: cómo grabar los videos, cómo llamar la atención, qué tendencias usar. Ellas, mucho más duchas en redes y videos cortos, se desbordaban de creatividad.

Simona tomó nota con atención, agradecida por sus sugerencias.

El tiempo voló. Cuando llegó el chofer de la familia Olivar a recoger a Francisca, a la niña le costó despedirse.

Simona la acompañó hasta la calle. El carro ya estaba estacionado frente al edificio.

Al verlo, Simona se sorprendió. Era de Rolando.

Francisca también se quedó boquiabierta.

—Es el carro de mi tío.

El vidrio trasero bajó, revelando la silueta de Rolando. La luz del farol recortaba la firme línea de su mandíbula. Sus ojos, negros y fríos, la miraron con dureza.

—Tío, qué honor —ironizó Francisca—. Todo un hombre ocupado y vienes tú mismo a buscarme. Estoy conmovida.

El tono sarcástico de la chica dejaba claro que no estaba muy contenta.

Pero aun así hizo las presentaciones:

—Simona, este es mi tío. Tío, Simona es la mamá de Carrola, mi mejor amiga. Ya se conocían, ¿no?

Simona sonrió con elegancia.

—Sí, nos hemos visto. Buenas noches, señor Olivar. Francisca, súbete ya. Cuando tengas tiempo, ven a casa. Siempre eres bienvenida.

—Claro, claro. Hasta luego.

Francisca subió al carro. Rolando inclinó apenas la cabeza y la ventanilla volvió a subir. El vehículo se alejó despacio.

Dentro del carro, Francisca no tardó en quejarse:

—¿Saliste hasta ahora del trabajo? Tío, no es por nada, pero eres un adicto al trabajo. Y encima, con tu edad y todavía sin casarte… tu vida debe ser la cosa más aburrida del mundo.

Rolando respondió con frialdad:

—¿Y tú crees que andar de precoz, con noviecitos, es más entretenido?

Francisca se sonrojó de inmediato, como si la hubieran atrapado en falta.

—¡Yo… yo no! No inventes.

—Cuando tus padres regresen, se los diré.

—¡No, por favor, tío! Me equivoqué. No es que tenga novio, solo… pensamientos tontos. No pasó nada. Te lo juro.

Rolando cerró los ojos, recargándose en el asiento. Ella guardó silencio, temerosa de que cumpliera su amenaza.

Al cabo de un rato, intentó congraciarse:

—Bueno, en realidad está bien que no te cases. Ser soltero tiene sus ventajas. Como la señora Simona, que también está soltera ahora, vive a su manera y se ve feliz.

Rolando abrió lentamente los ojos, oscuros y profundos.

—¿Ella… está sola?

—Sí. Se divorció. Aunque Carrola dice que todavía no terminaron el papeleo, por eso se mudaron a ese departamento.

Rolando no respondió, solo escuchaba mientras Francisca seguía parloteando.

—Simona es preciosa, además cocina increíble. Su casa es chiquita, medio vieja, pero la arregló con tanto gusto que parece acogedora y especial. Tomé un montón de fotos. Y su comida… ni te cuento, mucho mejor que la de los chefs que tenemos en casa.

—Ella todavía anda buscando trabajo, pero piensa empezar con videos y hacer cenas privadas. Yo la voy a apoyar. Oye, tío, si en casa organizamos algo, podríamos invitarla y darle su primer trabajo. ¿Qué te parece?

Francisca no esperaba respuesta. Sin embargo, Rolando habló:

—No dibujaste hace poco un cuadro del que estabas orgullosa? Podrías invitar a tus amigos a verlo.

—¿Eh? —ella abrió mucho los ojos, sorprendida—. Bueno… también podría ser. Entonces, la próxima semana...

—Hazlo este fin de semana.

—¿Tan rápido?

Los ojos de Rolando se entornaron y Francisca tragó saliva.

—Bueno, sí. Mejor así. Ella necesita darse a conocer. Mañana le digo y pasado mañana la invitamos a casa. Será como una prueba.

Más tarde, ya en su cuarto, Francisca le contó a Carrola por celular.

Simona, que estaba cerca, escuchó y aceptó con una sonrisa, prometiendo preparar todo con cuidado.

Al día siguiente empezó a organizarse. Preguntó cuántos invitados habría, sus gustos y restricciones. Con esa información armó un menú y se lo envió a Francisca. La niña lo consultó con sus amigos y lo aprobaron.

Los Olivar se encargarían de comprar los ingredientes según la lista de Simona. Ella solo tendría que llegar temprano a cocinar.

El domingo por la mañana, Simona y Carrola llegaron a la casa de Olivar, o sea la mansión de Rolando.

La propiedad estaba en un exclusivo fraccionamiento recién desarrollado por el Grupo Olivar: rodeada de montañas y agua, entre paisajes naturales.

Los padres de Francisca vivían la mayor parte del tiempo en el extranjero, y ella solía quedarse con sus abuelos en la vieja casona familiar del centro de Puerto Azul. Como los ancianos habían salido de viaje, la llevaron a vivir temporalmente con su tío.

Ellas llegaron en taxi. Pasaron varios filtros de seguridad antes de entrar al fraccionamiento privado conocido como Jardines del Olivar.

Las dejaron frente a la residencia particular de Rolando, una villa reservada solo para él.

Golpearon la puerta y el mayordomo las condujo hacia dentro.

Apenas cruzaron el vestíbulo, se encontraron de frente con Rolando.

Parecía recién salido del gimnasio. El aire fresco de la mañana no lograba disipar el calor que emanaba de su cuerpo.

Vestía ropa deportiva gris; el sudor resbalaba por su frente, humedecía el cuello de la camiseta y resaltaba la firmeza de sus músculos.

El cabello oscuro, empapado, le caía sobre la frente. No era el hombre implacable de traje que habían visto días atrás.

Ahora tenía una soltura distinta, un aire de relajada rudeza después del esfuerzo físico que lo hacía aún más atractivo.
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