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Capítulo 6

Author: Flora
Susana vio cómo el teléfono de Marta se encendía y apagaba una y otra vez sin parar.

—¡Porque no apagas el teléfono directamente! — Susana exclamó.

Bloquear números ya no servía, todas las llamadas provenían de líneas desconocidas.

Sin duda, Sara estaba usando los teléfonos de los empleados de la casa.

Marta, siguiendo el consejo, apagó su teléfono

Pero el castigo de Sara llegó pronto.

Al intentar pagar con su móvil, apareció una notificación en rojo:

“Su tarjeta bancaria ha sido suspendida, por favor, utilice otro método de pago.”

La tarjeta vinculada era la que Sara le había obligado a registrar hace años, cuando recién regresó a la familia García.

Ahora, estaba suspendida.

Susana, al ver su expresión, miró el mensaje y palideció:

—¿Qué significa esto?

—Pues que han bloqueado mi tarjeta —respondió Marta con indiferencia.

Susana sintió náuseas y dijo:

—¿Por Liliana? ¿Qué clase de familia hace esto?

Esto le revolvía el estómago.

¿Cómo puede haber una madre castigando a su propia hija biológica, por la hija adoptada así?

Marta se encogió de hombros:

—Tampoco es la primera vez.

—Yo pago —dijo Susana, sacando su teléfono.

—No, tengo dinero —replicó Marta, pero Susana ya había pagado.

Al salir del restaurante, Susana insistió mientras subían al coche:

—Te dejo cien mil dólares primero, no dejes que te pisoteen.

¿No deja a la verdadera hija gastar dinero, a quién quiere obligar con esta manera asquerosa?

Los ojos de Marta brillaron de emoción, pero negó con la cabeza:

—En serio, no lo necesito.

—¿Ni siquiera tienes trabajo? ¡Vamos! —Susana frunció el ceño—. La maldita familia García.

La ira le cerraba la garganta.

Marta suspiró de otra vez:

—Sí que tengo dinero, de verdad, lo que pasa es difícil de explicar…

Aunque ella llevaba dos años junto a Guillermo, pero no significaba que todo dependiera de él ni de los García.

Susana hizo un gesto con la mano:

—Sí, sí, tienes dinero, pero toma estos cien mil dólares por si acaso.

¿Cuánto dinero puede tener una mujer que ha estado dos años girando alrededor de un hombre y cuyo dinero viene de la familia García?

Susana no lo creyó en absoluto

Para demostrarlo, Marta la arrastró a una boutique de lujo y gastó decenas de miles en minutos.

Susana casi se desmayó al ver la tarjeta negra que usaba Marta.

—¿De dónde sacaste esa tarjeta negra? ¿Te la dio Guillermo?

Era la única explicación lógica que podía imaginar a Susana.

Marta recordó la tarjeta negra que acababa de usar, se quedó quieta, pensando en algo y una sombra cruzando su mirada.

—¿Él? Imposible.

Guillermo nunca le daría su tarjeta.

—Entonces, ¿de quién es? —insistió Susana—. ¿Conoces a algún magnate?

No era de Guillermo, ni de la familia García.

Marta esbozó una sonrisa tierna al pensar en el titular de la tarjeta, pero no respondió.

—¡Vámonos! —dijo, y se fue con Susana cargada por las bolsas.

***

Después de que se separa con Susana.

Al regresar a su piso, Marta se encontró con Guillermo frente a la entrada.

Guillermo, con el rostro lleno de ira, miró a su rejo. Ya llevaba dos horas esperándola.

—¿Por qué el teléfono está apagado?

—Hace demasiado ruido —respondió ella.

Antes, no la llamaban ni una vez por mes, y ahora todos se volvían locos.

Hasta que Marta se sacó y queria abrir la puerta, Guillermo le agarró la muñeca:

—¡Marta!

Marta le dirigió una mirada fría, y dijo:

—Tu favorita debe estar muy sola en el hospital, qué pobre.

La parabla ”favorita” hizo que Guillermo echara chispas.

—Tenemos que hablar.

—Innecesario —Marta dijo esto, y abrió la puerta rápidamente, y queria cerrarla directamente.

Al intentar cerrar la puerta, Guillermo bloqueó el marco con su brazo.

Antes de que Guillermo pudiera entrar, Marta reaccionó, dio una patada a su entrepierna y lo obligó a retroceder.

—Qué mujer… —gruñó él, esquivando por milímetros.

Aprovechando su vacilación, Marta queria cerrar la puerta con fuerza… pero Guillermo, ágil como un felino, se coló dentro.

Ella cruzó los brazos.

—Es mejor que salgas ahora mismo.

—¿Cómo te atreves?

Guillermo acaba de darse cuenta de lo grosera que era y para nada femenina.
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