—Emperatriz. —Plautia salió de detrás de un árbol, con mirada seria.Serafina preguntó, tranquila:—¿Qué sucede?Plautia vaciló y asintió; luego acompañó a Serafina hasta el Palacio de Concordia.Cuando entraron al interior, Plautia, muy conmovida, se arrodilló frente a ella.—¡Emperatriz, le ruego que me ayude!Serafina permaneció sentada, tranquila.—¿Quieres compartir el lecho imperial? —dijo con voz seria.Plautia se mordió los labios y asintió.Después, con los ojos llenos de lágrimas, confesó:—No sé cómo competir por el aprecio. Aurelia entró al palacio después que yo y aun así… pudo compartir el lecho. ¡No puedo aceptarlo! Emperatriz, lo que dijo Tiberia esta noche no fue exageración. Usted, como está encinta, no puede asistir al emperador, y alguien aprovechará la ocasión para subir de posición. En vez de que otra lo logre, déjeme atenderlo en su nombre. ¡Estoy de su lado!Sus palabras sonaban sinceras y ansiosas.Pero Serafina no mostró emoción.—Plautia, a quién quiere el em
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