Todos los capítulos de Venganza en la Corte de Jade: Capítulo 311 - Capítulo 320

La reina madre acudió personalmente al Ala de Olvido, con una actitud inquietante.Como lo presentía Serafina, no estaba equivocada.No vino sola: la acompañaba una doncella que traía un estuche de madera lacada en negro.Encima reposaban tres cosas que ponían la piel de gallina: una soga blanca, una copa de veneno y un puñal.Valeria abrió los ojos con horror, incapaz de creerlo.¿Acaso la reina madre venía a… conceder la muerte a la emperatriz?De inmediato miró a su señora.Serafina, vestida de blanco sencillo, se inclinó serenamente.Su actitud no cambiaba ni en la penumbra; aunque veía los objetos, se mantuvo tranquila.—La reina madre.La anciana, sostenida por las doncellas, caminó despacio hasta ocupar el asiento principal.—Ahora que gobierno el harén, debo aliviar al emperador de preocupaciones. ¿Sabes, emperatriz, que en estos días el consejo anda alborotado por tu causa?El tono y la mirada de la reina madre eran de reproche, como si Serafina fuera la culpable de todo.—Est

En el Ala de Olvido, Serafina recibió una flecha.En la punta llevaba atada una nota.Era la letra de Jimena:“Serafina, te debo otra vida, pero ¿cómo iba yo a dejarte encontrar tan fácil mi plan de respaldo? La próxima vez manda a alguien más listo.“Cuando lo leyó, Serafina comprendió que Cayo estaba en peligro.Se molestó: no podía perder tiempo. Antes de que anocheciera ya había salido del palacio.Cayo la había seguido desde el Campamento Norte hasta la Ciudad Imperial. No era solo su hombre de confianza y su mejor soldado, sino también su amigo más cercano.Para dañarla, Jimena ya había acabado con muchos. Pero a Cayo debía encontrarlo a toda costa.*** Buscar a alguien sin ninguna pista en medio de una multitud era como buscar una aguja en un pajar.Ese día, Serafina recorrió incontables lugares.La única pista era ese vendedor de verduras.Gracias a las descripciones de la gente, logró dibujar un retrato de él.Cuando cayó la tarde, en una casa de empeños de las afueras, el de

—En total… tres personas. A las otras dos casi no las vi. Jimena daba las órdenes… y nosotros las cumplíamos —el vendedor de verduras hablaba mientras sangraba.Decir “casi no las vi” en realidad quería decir que sí las había visto.Serafina preguntó de nuevo:—¿Qué características tenían esos dos?—Uno tenía un lunar en la cara… y el otro… ese iba a las casas de apuestas, era un ladrón habitual. Tenía la cara alargada, como de rata… Señor, le he dicho todo lo que sé, ¡déjeme vivir!Serafina le levantó la barbilla con el filo de un puñal.—¿Y por qué ustedes obedecían a Jimena?El hombre había perdido demasiada sangre y estaba débil.—Nosotros… todos éramos bandidos buscados por el tribunal… Si no le obedecíamos, nos entregaba a las autoridades. Si lo hacíamos, nos daba plata… además, nos envenenó… tenía el antídoto y solo nos lo daba a tiempo si seguíamos sus órdenes, de lo contrario… moríamos. Señora, ahora que la traicioné, tampoco tengo salida. Le ruego… ¡termínelo de una vez!Sera

Los labios de Atrius estaban resecos, y su voz salió ronca.Serafina se cruzó con su mirada y vio un destello de odio en ella.—Vine a honrar a los ancestros; pasaba por aquí —dijo ella.Por el hambre que lo consumía, Atrius temblaba mientras tomaba las ofrendas y se las devolvía.—¡Llévatelas! ¡Mi madre no necesita nada de esto!Serafina ignoró su rechazo.Desenvainó la espada que llevaba en la cintura e hizo unos cortes certeros que silbaron en el aire. Derribó un árbol cercano y lo talló en una tabla del tamaño de una lápida.El muchacho la observaba sin la menor reacción…hasta que ella colocó la tabla en el suelo y le preguntó:—¿Cómo se llamaba tu madre?Atrius se quedó sorprendido, mirándola sin entender.Serafina habló con serenidad, sin condescendencia:—Con una lápida no vagará como un espíritu perdido.El joven se rio con amargura.—No lo creo.Serafina respondió en broma:—Hasta los muertos pueden perderse. Si levantas la lápida, tu madre sabrá que este es su hogar, el que

Cuando escuchó que alguien venía a ofrecer Piedra Obsidiana, Claudio volteó hacia Jimena.Ella, por instinto, dijo:—Majestad, en la Oficina de Armamento Militar aseguran que la Piedra Obsidiana ya se agotó por completo, que es imposible que…Pero Claudio no tuvo paciencia para escucharla terminar. Ordenó de inmediato que hicieran pasar al joven.La mirada de Jimena dejó ver irritación.Muy bien, quería comprobar si esa Piedra Obsidiana era verdadera o falsa.Momentos después, el muchacho fue llevado al salón.Cuando lo vio, Jimena quedó atónita.¡Era Atrius!Él también se sorprendió al encontrarla allí, pero lo más importante era cumplir lo que su maestra le había encargado.Se inclinó con respeto ante el emperador:—Majestad, me llamo Atrius y vengo a ofrecer Piedra Obsidiana.Claudio mandó llamar a los hombres de la Oficina de Armamento Militar para que verificaran si la piedra era auténtica.Tras una revisión minuciosa, todos coincidieron, emocionados:—¡Majestad, es verdadera Pied