Serafina sacó una carta.Aurelia la veía fijamente.—Mírala tú misma —dijo, con seriedad, Serafina.Aurelia avanzó con cautela, abrió la carta y, en efecto, en su interior estaban las pruebas de los crímenes de su padre.Por dentro estaba alterada, pero en la cara se esforzaba por mantener la calma.Guardó la carta, la devolvió a su sitio y regresó a sentarse.Su corazón latía acelerado.Aún cabía la posibilidad de que fuera una falsificación.Sin embargo, ya había cometido un error una vez, que le costó la vida a su hermano. No podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo su padre caía en desgracia…Justo cuando iba a hablar, vio que la emperatriz puso la carta sobre la lámpara de aceite.La llama prendió una esquina y en segundos devoró todo el papel hasta reducirlo a cenizas.Aurelia quedó atónita.Se levantó de golpe, sin poder contenerse.—¡Emperatriz!No comprendía qué significaba aquello.Cuando terminó de quemar la carta, Serafina la miró de soslayo, indiferente.—No temas, te
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