Quinto se arrodilló.—¡Majestad, perdóneme!Claudio tenía la cara rígida de la furia.¡Ese tonto se atrevió a darle algo así de indecente!A un lado, Décimo lo observaba, sin entender qué podía ser tan grave como para molestar tanto al emperador.El sudor le empapaba la frente a Quinto.¡Se acabó! Había vuelto a arruinarlo todo.Aunque, si lo pensaba, cualquier hombre normal no iba a rechazar ese cuaderno… ¿cierto?Criado bajo la mano de Fabia, Quinto aprendió a ser astuto, obediente y a esquivar los castigos. Además, notó que al emperador parecía gustarle que le dijera cuñado.Así que, de rodillas, murmuró:—Cuñado, no te enojes, me equivoqué, no volveré a hacerlo…La furia de Claudio fue bajando. Al final, no era un crimen imperdonable. Solo había sido un regalo indebido.—Debería dejar que la emperatriz te discipline. Pero, por ser tu primera falta, voy a confiscar esto y nada más. ¡Retírate!Quinto golpeó la frente contra el piso con más fuerza.—¡Gracias, Majestad! ¡Gracias, cuñad
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