Al ver la elocuencia desafiante de la joven, un tic nervioso crispó la mandíbula de Leonardo. Su expresión se endureció.—¿Sabes qué, Julieta? Si sigues con esa actitud, ¡te voy a callar a la fuerza!Natalia, que estaba escuchando a escondidas, intervino de inmediato, con una chispa pícara en la mirada:—Tío, ¿y con qué piensas callar a Julietita? Porque suena medio sospechoso, ¿eh?Julieta no supo qué decir.—¡Ay, Nati, por favor! —intervino Julieta, tratando de calmarla—. No digas esas cosas, tu tío no lo decía de esa manera.Leonardo permaneció en silencio, con el semblante grave. Si esa muchachita volvía a provocarlo, estaba dispuesto a demostrarle exactamente a qué se refería.—Señor Beltrán, discúlpeme. Me equivoqué —dijo Julieta, bajando la mirada y adoptando un tono sumiso—. Prometo que no volverá a pasar.Leonardo resopló de fastidio y se marchó sin decir más.En cuanto se fue, Natalia corrió hacia Julieta, con aire zalamero.—¡Ay, Julietita, perdóname! Qué pena contigo hace r
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