Camilo se rio de la rabia. Le mostró el pulgar hacia arriba, admirando su estado mental inquebrantable.—Perfecto, señor Montoya, tienes un corazón de piedra, no puedo competir contigo. Yo sí considero a Sofía como una amiga, y con esa actitud de perro rabioso que tiene Diego, si se la lleva, quién sabe cuántas mordidas le dará. No me gusta, no me puedo quedar tranquilo. Así que no tengo ánimo para seguir jugando contigo.Camilo los señaló uno por uno.—Señor Vargas, ya que solo sabe ver el espectáculo sin decir ni pío, acompaña a tu buen amigo a jugar. Después de cinco minutos, tengo que ir por Sofía.Carlos sonrió y sacó su raqueta, golpeando el suelo.—Vamos, señor Montoya.Camilo suspiró resignado. ¡Bah! ¡Refinado qué cosa! Era un desgraciado. Por fuera parecía el más decente, pero en realidad era el más sinvergüenza. Rodrigo no dijo nada, se quedó a un lado jugando con su teléfono.De repente, Camilo no reconoció a este grupo de personas. Todos ellos, ¿cómo podían ser tan despiada
Read more