—¿Cómo que no? Deberías aprender un poco del señor Montoya. Nadie es tan descarado ni tan bocón como tú —dijo Carmen.Aprovechó que Camilo se quedó callado, lo empujó hacia afuera y casi le cierra la puerta en la cara.Camilo se apoyó contra el marco y fingió que le dolía.—Ay, ¡No me jale, me duele!Y agregó:—Todavía estoy aquí. Si me golpeas en la cabeza con la puerta y me dejas sin poder moverme, te vas a tener que responsabilizar por mí toda la vida.—Pero no te pasó nada —respondió Carmen. Lo miró con rabia y, con una sonrisa sarcástica, suspiró—. Camilo, lo prometido: por favor, vete.Esta vez, Camilo, cosa rara en él, se puso obediente y ya no insistió.—Está bien, lo prometí.—¿Entonces por qué sigues aquí?—Es que me cuesta despedirme de mi vecina. Quería mirarte un rato más.Carmen contuvo las ganas de blanquear los ojos y empezó a contar.—Uno, dos, tres…Camilo le tiró un beso y, por fin, se fue sin más.Carmen cerró la puerta con fuerza y, por un instante, Camilo dejó de
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