El timbre volvió a sonar, rompiendo el silencio incómodo.Por un segundo, mi corazón se animó.¡Por fin! Mi sopa.Mi estómago estaba tan vacío como el resto de mi vida en ese momento.Ya no tenía energía para discutir, solo quería comer.Salté sobre un pie hacia la puerta, tomé el pedido y volví hacia la mesa.Pero en cuanto abrí el envase, Camila frunció la nariz.Se cubrió el rostro como si estuviera oliendo basura.—Ese olor… yo… —balbuceó, con una mueca de asco, haciendo amago de arcadas.—Tíralo —ordenó Lorenzo, con esa voz dura que corta en seco.No les hice caso.Apreté la bolsa y, cojeando, me acerqué al comedor.Justo cuando me impulsaba para saltar de nuevo, sentí una presión en la espalda.Un empujón. Sutil. Suficiente.Perdí el equilibrio.Caí al suelo con la sopa en las manos, la sopa caliente salpicando mi ropa, mi piel, mi dignidad.Todo se mezcló en mí: la sopa, el día sin comer, la soledad.Intenté incorporarme, pero el cuerpo no respondía.No tenía fuerzas. Ni ganas.
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