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Anillo Roto y Promesas en la Cancha
Anillo Roto y Promesas en la Cancha
Author: Luisa Vargas

Capítulo 1

Author: Luisa Vargas
“El mundo no debería haberme dado tanta felicidad… pero entonces llegaste tú.”

En el video, ella apoyada en el pecho de un hombre, las manos de él cubrían las de ella, justo sobre su corazón.

El rostro del hombre no aparecía, pero su voz era inconfundible. Era Lorenzo.

—Ojalá te quedaras conmigo para siempre.

—Siempre voy a estar a tu lado.

Comenté: Amarrados. Gracias.

Poco después, Camila me llamó.

—Renata, Lorenzo no quiso faltar a tu aniversario, de verdad. No te enojes con él… Fue todo culpa mía. Si tienes que desquitarte, hazlo conmigo.

Yo no dije nada. Lorenzo le quitó el teléfono de las manos y me gritó:

—Renata Villegas, ¿cómo puedes ser tan fría y exagerada? Mira qué comprensiva es Camila. Deja de hacer un drama por todo.

Antes, habría corrido a buscarlos, a reclamar lo que era mío.

Pero esta vez, de corazón… les deseé lo mejor. Porque yo me iba.

***

Cuando Lorenzo volvió a casa, yo seguía recogiendo los globos y las cintas del jardín.

Era nuestro aniversario. Sus alumnos habían venido temprano a decorarlo todo para nosotros.

Pero él no llegó hasta las tres de la madrugada.

No dije nada. Ni siquiera lo miré cuando se quedó parado a un lado, incómodo, culpable.

Solo seguí limpiando.

No sé por qué, pero se enfadó de repente.

—No me pongas esa cara. Solo fue un aniversario, ¿no? Hay cosas más importantes hay, como salvarle la vida a alguien. El problema contigo es que creciste sin carencias. Ya tienes treinta, Renata, y sigues actuando como una cría mimada.

—Lorenzo, yo… —respondí en voz baja, con un temblor apenas perceptible.

Estaba cansada. No solo el cuerpo, también el alma.

Uno de los globos estalló de pronto en mi mano con un sonido seco.

Lorenzo frunció el ceño y me reprendió con una frialdad que jamás le había escuchado:

—Es tarde. Si estás enojada, hay formas. ¿Tan bruta vas a ser como para despertar a los vecinos?

Camila era más importante que nuestro aniversario. Su orgullo, más importante que yo.

Yo lo sabía. Siempre lo supe. Pero no dolía menos por eso.

Lorenzo y yo éramos amigos de la infancia.

Él era paz, yo era fuego.

Él callado, yo ruidosa.

Siempre fuimos el uno para el otro, hasta que llegó Camila.

Él solía decir que le encantaba mi energía, que yo era su sol.

Ahora me llama ruda.

No tenía fuerzas para discutir.

Solo quería terminar de recoger aquel jardín que aún olía a celebración rota.

Seguí en silencio junto a la parrilla, y fue entonces cuando Lorenzo pareció notar que se había pasado.

Estiró el brazo para ayudarme.

Pero justo entonces, sonó su teléfono.

El tono era cruel: “Contesta, amorcito. Es tu esposa.”

—No empieces otra vez, ¿sí? Solo era para consolar a Camila… Lo puso de broma.

Mientras balbuceaba explicaciones, una brasa se volcó desde la parrilla, cayendo sobre mi pie.

Sentí el ardor, pero no dije nada.

Lo miré.

Su cara mostraba preocupación, incluso culpa…

Pero cuando escuchó los sollozos de Camila del otro lado del teléfono, todo desapareció.

Negué con la cabeza y aparté su mano cuando intentó tocarme.

—Lorenzo, creo que me volvió a dar un ataque de depresión… No sé si puedo seguir. Antes de hacer una locura, solo quiero escuchar tu voz una vez más…

La voz de Camila, entrecortada, temblorosa, salió por el altavoz.

Lorenzo palideció.

Se giró de inmediato y corrió hacia la puerta.

—¡Camila, no hagas una locura! Ya voy, espérame.

Se detuvo un segundo en el umbral, con los hombros tensos.

Estaba eligiendo: quedarse conmigo, que sangraba en silencio, o correr hacia quien lo necesitaba… o decía necesitarlo.

Eligió irse.

Se fue. Me dejó sola en el jardín.

Me derrumbé sobre el césped.

Escuché su auto alejarse mientras mi pie ardía.

Pero más que eso, ardía mi corazón.

Y supe, sin dudas:

No hay vuelta atrás.

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