Su cara era una máscara, imposible descifrar si estaba enojado o no, pero esa impasibilidad solo hacía que el pánico creciera dentro de mí.—¿Y qué se supone que estoy pensando?Cualquier explicación sería inútil en ese momento. Él solo creería lo que había visto con sus propios ojos. Tenía la mente hecha un lío. Solo quería sacarlo de ahí antes de que le causara un problema a Julián.—Por favor, vámonos, Diego. Te lo explico todo en la casa, ¿sí?Se rio de repente.—¿Así que ahora soy Diego?Me quedé sin palabras. Solo lo llamaba por su nombre en la intimidad, en momentos de total entrega. En otras palabras, usar su nombre era un recurso desesperado, una forma de apaciguarlo.Bajó la mirada, pero en su cara se dibujaba una actitud divertida, como si esperara a ver cómo me las arreglaba. Pero a mí no me salía ni una sola palabra. Él volvió a hablar.—¿Tanto miedo te da que me acerque? Así que es cierto que estás coqueteando a mis espaldas.—No, para nada, en serio que no —le supliqué.
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