A la mañana siguiente, salí del vestidor cojeando, arrastrando mi maleta. Diego le había pedido al chofer que me llevara al aeropuerto. Luisa se dio cuenta en cuanto entró y me preguntó, preocupada, cómo me había lastimado.—Yo…Miré a Diego, pero él mantenía la mirada baja, en silencio.Anoche había sido demasiado brusco. El dolor era tan fuerte que intenté apartarme, pero me sujetó del tobillo y me lastimó. Ahora, cada paso era una agonía.—Anoche me torcí el tobillo en el baño, fue un accidente.Luisa se agachó y me subió la bastilla del pantalón.—¡Ay, mira nada más! Está todo rojo. ¿Así puedes caminar?Antes de que pudiera contestar, Diego dejó su tablet sobre la mesa.—Si no quieres ir con Amelia, solo dilo. Puedo mandar a alguien más.Luisa trajo un frasco con un ungüento para torceduras.—No es que no quiera ir. Mírale el tobillo, está rojo e hinchado.Diego por fin me prestó atención. Se acercó a mirar y, después de tomar el ungüento, me sentó en una silla. Se arrodilló frente
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