Según mi mamá, para emparentar con nosotros el papá de Gabriel movió cielo, mar y tierra. “Cuando se entere de que su hijo mismo echó a perder el compromiso, le va a ir como en feria.”Con ese pensamiento, se me aflojó el enojo. “No vale la pena seguir discutiendo con este par de babosos.” Me di la vuelta para irme.Pero Emilia, alzada porque sentía respaldo, volvió a plantarse frente a mí con la mano por delante.—¡Zorra, no te me vas! Me quitaste el vestido y me pegaste. ¡Aún no te cobro la factura!—¿Y cómo quieres saldarla? —le sostuve la mirada, sin parpadear.Creyó que me había acobardado y me soltó un manotazo.—Hasta que me dejes satisfecha.Le sujeté la muñeca en el aire y, con la otra mano, le solté una bofetada limpia. Se quedó boquiabierta.—¡Zorra! ¿Te atreves a…?La segunda cachetada le cortó la frase.—¿Así ya te sientes satisfecha? —pregunté en frío.El brío se le desinfló de golpe. Con ojos vidriosos, se escondió detrás de Gabriel.—¡Gabriel, haz algo!Gabriel la cubri
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