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Capítulo 2

Author: Remolacha
En veintiséis años de vida, es la primera vez que alguien se me pone así de soberbio en la cara.

—¿Me repites qué quieres que grite?

—¿Eres sorda o qué? Di: “Soy una arrastrada, ya entendí mi error”. ¿Te queda claro?

Se me alzó una comisura, filosa.

—Clarísimo. Y si ya admites que eres una arrastrada, hazte para allá y deja de estorbarme.

Emilia entendió al instante que la estaba vacilando y se me fue encima con los brazos por delante. Me dio risa. “¿De verdad cree que me intimida?” Soy cinta negra en taekwondo. Giré la cadera y lancé una patada lateral. Cayó al piso con un chillido que rebotó en los espejos.

Varias miradas se clavaron en mí, escandalizadas.

—¡Dios mío! ¿Cómo se atreve a tratar así a la señorita Emilia?

—Cuando se entere el señor Gabriel, la van a hacer pedacitos.

—Ni el santo más milagroso la salva.

No me movió un pelo. “La familia Méndez está donde está gracias al empujón de mi mamá. En esta ciudad no hay nadie que me dé miedo.”

Volví a dejar la tarjeta sobre el mostrador, seca:

—¡Cobra!

La empleada, temblando, pasó el cobro y envolvió el vestido. Tomé la bolsa y me di la media vuelta para irme.

Emilia se incorporó a medias y volvió a plantarse frente a mí.

—¡No te vas!

Le levanté la mano delante de la cara, como quien enseña un semáforo.

—¿Vas a querer probar ahora mis puños?

Se echó atrás por reflejo. Solté una risita y caminé hacia la salida.

En ese momento, un Maybach negro se detuvo justo afuera. Lo primero que vi fue un pie con zapato de piel, suela delgada, reluciente al bajar del auto.

“Quién entiende la sensación de rescate que puede dar un par de zapatos bien hechos…”

Seguí la línea de ese pie hacia arriba y el pulso se me aceleró. Fácil, metro noventa. Hombros anchos, piernas interminables y, lo peor —o lo mejor—, una cara de escándalo: facciones marcadas, ni un ángulo malo.

Emilia salió casi corriendo, con el llanto encendido.

—¡Gabriel! Ella me robó el vestido que yo quería y me pegó…

Así que él era mi prometido.

“Soy team cara bonita, lo admito.” Con esa cara, me dieron ganas de perdonarle su grosería de la llamada.

Le sonreí, confiada.

—Hola. Soy Catalina de la Torre, tu prometida.

Con razón mamá juraba que me iba a encantar. Me conoce demasiado bien.

A nuestro alrededor se escucharon exclamaciones.

—¿Qué? ¡¿Ella es la prometida del señor Gabriel?!

—Entre una prometida y la protegida, obvio pesa más la prometida. Con razón venía tan segura.

—Mmm, no canten victoria. Depende de a quién prefiera Gabriel…

Gabriel me sostuvo la mirada y, con un filo en la voz, soltó:

—No te hagas ilusiones. Ese compromiso lo arregló mi papá por su cuenta. Yo no he aceptado nada.

Emilia se colgó de su brazo, pegándose a su hombro con descaro; en sus ojos había pura provocación.

—Con esa carita tan del montón, ¿de verdad crees que Gabriel te va a querer de esposa?

Alguien remató desde atrás:

—¡Exacto, exacto! Si se casa, será con alguien de su nivel. ¿Cómo con esta pueblerina?

—Con lo corriente que viene, ni para limpiar baños en el Grupo Méndez la contratan.

No soy una diosa de portada, pero tampoco un espanto. En sus bocas, sin embargo, cualquiera se vuelve basura. La gente huele el poder y se pone de tapete.

Me acomodé el vestido en el antebrazo, levanté la barbilla y solté, clara:

—Dile a tu papá que devuelvo este compromiso. El que no está a mi altura eres tú.
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