Esa «tía» a la que llevo cinco años llamándole así fue, desde el principio, el mejor pretexto.El show debía continuar y, para entonces, ya nadie se acordaba de mí.El cielo se vino abajo de golpe, y comenzó a llover a cántaros.—Viviana está delicada, no puede mojarse. Con permiso, abran paso —ordenó Iván, apurando a la gente.La cubrió con su saco y la llevó con cuidado hasta el auto.Yo me quedé en el mismo sitio. El agua me cortaba la piel, pero, aun así, no sentí frío. «Debe ser que cinco años de matrimonio te inmunizan», pensé.En casa me di una ducha hirviendo.Al salir, Iván estaba en la sala. Dudó un segundo y, contra todo pronóstico, me dio las gracias:—Esto… gracias por sacarme del apuro allá afuera. A fin de cuentas… lo nuestro es un matrimonio en sigilo. Decirlo ahí mismo habría afectado la imagen de Vivi. Luego… luego buscaré la manera de hacer pública nuestra relación.No le recordé que ya no hacía falta.«Si esto se está acabando, mejor fingir que nunca
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