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El Magnate y Su EX de las Cien Casas
El Magnate y Su EX de las Cien Casas
Author: Noa Ferrer

Capítulo 1

Author: Noa Ferrer
¿Hasta dónde puede llegar alguien con dinero?

Mi esposo tenía tanto que, en Bruma, le decían Medio Bruma, ya que casi la mitad de la ciudad es suya.

Llevábamos cinco años casados; y, cada vez que se iba a acompañar a su amor de toda la vida, me traspasaba una casa.

Cuando a mi nombre ya había noventa y nueve, él notó que yo había cambiado.

Pero ya no lloré ni supliqué, sino que simplemente me limité a escoger la mejor mansión del a ciudad, preparé la escritura y esperé a que él la firmara.

Una vez lo hizo, la voz se le ablandó al prometer:

—Cuando regrese, te llevaré a ver los fuegos artificiales.

Guardé los papeles y asentí.

Lo único que no le conté fue que: lo que acababa de firmar no era una casa más. Era nuestro convenio de divorcio.

***

En la oficina, las noticias anuncian el regreso de Viviana Campos.

Los ojos de él no se mueven de la pantalla. Ni cuando toma la carpeta que le paso con la cesión de propiedad. Ni cuando firma.

La Residencia Uno de Lomas del Oeste, en Bruma, es de esas propiedades que no se compran solo con dinero: o te la ofrecen… o no existe para ti.

«Para Iván, esa casa no importa. Igual que yo.»

Termina el segmento de noticias. Él está de buen humor. Hace girar la pluma entre los dedos; y, acto seguido, me extiende el acuerdo, bromeando:

—¿Ya van sesenta y tantas casas? Ya eres toda una millonaria.

Ese brillo en su voz no es por mí. Es porque su gran amor está de vuelta en el país.

Me quedo frente a él y solo asiento.

—La de Lomas del Oeste tiene vista al mar. Me encanta.

No le digo que, en realidad, esa es la casa número cien que pasa a mi nombre.

Cuando Iván Yunes me buscó por primera vez, lo rechacé noventa y nueve veces.

Su amor fue tan terco que, después de la centésima confesión, nos casamos.

Le duró poco, hasta que Viviana regresó, el día de nuestro primer aniversario.

Ese día, yo me bañé con calma, me puse el vestido que a él le gustaba y me senté a esperar, rodeada de la cena a la luz de las velas que él mismo había mandado montar.

Sin embargo, tras horas de espera, solo llegó un mensajero con una escritura y una disculpa.

—Lo siento, Mari. Me perdí nuestro aniversario. ¿Me perdonas?

Ignoré el perfume ajeno que le empapaba la camisa, y, con la voz hecha trizas, lo perdoné por primera vez.

«Para ser justa», me prometí, «después de casarnos voy a perdonarlo noventa y nueve veces.»

Así fue como vino la segunda… la tercera… la cuarta…

En cinco años de matrimonio, me dejó sola incontables noches para correr tras su amor de toda la vida.

Con el tiempo, empezó a transferirme las propiedades antes de irse con ella.

De la primera, a la número noventa y nueve, lo perdoné, una y otra vez.

Y ahora, justo ahora, es la centésima.

«Iván Yunes, después de esta ya no tengo que perdonarte», pienso mientras sonrío, serena.

Él titubea y baja la vista.

En sus ojos asoma, increíblemente, una pizca de compasión, y, con cierta duda, me dice:

—Cuando regrese, te llevo a ver los fuegos artificiales.

Antes, con una sola muestra de ternura de su parte, yo me sacaba esperanzas de donde fuera con tal de retenerlo. Lloraba, suplicaba…

Él abría mis dedos uno por uno y se iba, dejándome solo dos sílabas:

—Loca.

«Me volví loca noventa y nueve veces.»

«Y ahora el contador llegó a cien.»

Ese autoengaño ya no lo sigo.

Porque, entre todas las escrituras que le acerqué hoy, escondí una más: el convenio de divorcio.

«Iván Yunes. Treinta días. Y no volveremos a tener nada que ver.»
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