¿Hasta dónde puede llegar alguien con dinero? Mi esposo tenía tanto que, en Bruma, le decían Medio Bruma, ya que casi la mitad de la ciudad es suya. Llevábamos cinco años casados; cada vez que se iba a acompañar a su amor de toda la vida, me traspasaba una casa. Cuando a mi nombre ya había noventa y nueve, él notó que yo había cambiado. Ya no lloré ni supliqué, simplemente me limité a escoger la mejor mansión de la ciudad, preparé la escritura y esperé a que él la firmara. Cuando lo hizo, su voz se le ablandó al prometer: —Cuando regrese, te llevaré a ver los fuegos artificiales. Guardé los papeles y asentí. Lo único que no le conté fue que: lo que acababa de firmar esa vez no era una casa más, sino… nuestro acuerdo de divorcio.
Lihat lebih banyakLuego, vuelo al extranjero.Y después… él vino a buscarme.Me reí suave.—Iván, estás aquí porque ella no regresa, ¿cierto?—Claro que no —negó Iván de inmediato—. Es porque me gustas.—Me gustas y por eso le dije lo que le dije; no quiero seguir haciéndote daño…—Mari… me gustas… te amo…Las palabras de amor siempre suenan bonito.Si esto hubiera sido no hace mucho, incluso en la noventa y nueve, quizá lo habría perdonado.Pero llegamos a la cien.Ya no hay más turnos.Y aunque lo que dice fuera verdad, ¿de qué sirve?Le di cien oportunidades.—Yo no necesito tu amor, Iván.—¿Porque tú crees que me amas, tengo que corresponderte?A Iván se le escurrieron las lágrimas.Hoy coleccioné varios “primeras veces” de este hombre:la primera vez despeinado, la primera vez llorando.Y, aun así, todo me dejó indiferente.—Si ya no me amas —balbuceó—, ¿por qué te quedaste con mis regalos?Tardé un segundo en entender.—¿Las propiedades?—¿Y todavía te da la cara para mencionarlas?Solté una risa
—Pero pensé… que si él montó todo eso fue porque sabe que te gusta. Así que igual te traje —soltó Azul en una sola bocanada.Sabía que era por mí.Tal vez fue amor a primera vista; tal vez esa charla mínima de la primera noche le despertó curiosidad.Al final, con los ojos bajos, sin atreverse a mirarme fijo, se encogió.“No hay nada que reprocharle”, pensé.No hizo nada malo.Solo… tuvo celos.Después de mucho pelear consigo mismo, levantó la cabeza. Los ojos le brillaban de humedad. En ese rostro suave, hasta las lágrimas parecían ternura.—La botarga de conejo era él. Si vas ahora a buscarlo, todavía alcanzas.Lo miré fijo hasta hacerlo temblar.Me dijo —con heroísmo prestado— que me fuera.Pero por dentro no quería que me fuera.Le conté pedazos de lo mío con Iván Yunes. Sabe que soy una mujer divorciada que busca aire.Aun así, temía que me quedara una hebra del pasado.Di un paso atrás.Azul se sostuvo como perrito herido, aguantándose las ganas de lanzarse a suplicarme.Entonces
El barman se encogió de hombros, retiró aquella “Vida” y me cambió el vaso por un agua de tamarindo.La cantante terminó “Me voy” y enlazó una balada en inglés que no conocía.Tenía una voz suave. Me quedé ahí, oyéndola largo rato.Yo miraba a la cantante; el barman —cuando yo no lo veía— me miraba a mí.A la mañana siguiente, el barman llegó puntual a la puerta de mi posada.—¿Cómo supiste dónde me hospedaba?—Los que vienen por acá solo escogen esta casa —respondió, como si fuera obvio.El coche no era rentado: era suyo.Le pagué una buena tarifa de guía. Quería pasarla en grande.Hizo una mueca.—¿Y podrías dejar de decirme “barman”? Me llamo Azul Suárez.—Suena a nombre de chica —solté, y me arrepentí al instante.Lo miré bien: cejas finas, facciones limpias, un aire de estudiante de novela.Azul se rió.—Bien visto. Me criaron como niña. Hasta antes de primaria usé vestidos.Me picó la curiosidad. Hice un gesto teatral con el celular.—¿Si te pago, me enseñas fotos?Alzó las cejas
Cuando por fin pasé el lector y crucé el filtro, me alcanzó la voz detrás de mí:—Mari.—¿De verdad… ya no hay ninguna posibilidad?No me detuve.Para él, ese silencio tenía que ser la respuesta más clara.El vuelo de Bruma a Santa Nieves fue corto: tres horas.Nunca había venido. Hacía más frío de lo que imaginé; aún era agosto, pero la ciudad, por su altura, guardaba un fresco amable.Me instalé en una casa de huéspedes que reservé desde temprano.No quise hotel de lujo; buscaba calor de gente.La dueña no me falló:—Llegaste mucho después de lo acordado, ¿pasó algo?—Todo se arregló —le sonreí.—Así me gusta. Cualquier cosa, me avisas. Una muchacha sola, y más de noche, no se me queda sin ayuda.Me recomendó un par de fondas cercanas.Yo había venido a empezar mi vida nueva, pero al principio turistear también cuenta.“Cinco años siendo prudente por la imagen de Iván.”“Cinco años sin soltarme.”“Ahora, por fin, soy libre.”Seguí la recomendación de la dueña y caí a un barcito tranq
—Ve con Viviana. Te esperó tantos años… ahora estás todo para ella.—Deberían estar felices.Iván parpadeó, como si mi frase no existiera, y saltó lo otro:—¿Qué divorcio? ¿Cuándo nos divorciamos?Le tendí mi acta de divorcio.—La tuya la dejé en la casa de Lomas del Oeste.Tomó el documento y empezó a negar con la cabeza, rápido, una y otra vez.La incredulidad le desfiguró la cara.—¿Cómo vamos a estar divorciados…? ¡Yo nunca dije que quería divorciarme!Me reí. Sin esfuerzo, sin ganas de pelear.Era un chiste demasiado bueno.—No hacía falta que lo dijeras. Lo hiciste.—Con un matrimonio así, ¿para qué seguir?Iván solo negaba.El temido Medio Bruma reducido a un niño que no sabe decir otra cosa.Me sujetó de los hombros.—No… ¡yo no lo acepté! Esto te lo inventaste, ¿verdad? ¡Es falso!—¡No cuenta! ¡Esto no cuenta! ¡No estamos divorciados!Lo miré, la voz cada vez más alta, los nervios fuera de control.“Un loco”, pensé.—Iván Yunes.En sus ojos se encendió una chispa, esperando qu
En un principio pensé que había sido mi imaginación, por lo que parpadeé y enfoqué la mirada… En efecto, Iván había frenado en plena autopista.Abrió la puerta, se echó a correr hacia mi taxi y empezó a golpear la ventanilla. Movía los labios, diciendo algo, pero el vidrio y el ruido lo tragaban todo.—Señorita, ¿le bajo el vidrio para que le conteste? —preguntó el chofer, nervioso—. Aquí es peligroso.—No. No se preocupe por él.Iván siguió golpeando una y otra vez el cristal, mientras yo lo ignoraba por completo. La escena terminó cuando llegó la patrulla y los agentes de tránsito lo apartaron del carril y se lo llevaron.Solo entonces me atreví, amparada por la fila de autos atorados, a mirarlo mientras lo subían a la camioneta.A través del vidrio perlado de llovizna vi su cara con una nitidez extraña: estaba desesperado por mí.«Tarde, Iván. Te di la oportunidad. Tú la soltaste.»El tráfico cedió pronto, y, para mi suerte, llegué al aeropuerto justo a tiempo.Sin embargo
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