Adrián hundió la cara en el cuello de Clarissa, besando lentamente cada centímetro de su piel.—Intentémoslo una vez más. Solo una. Si no te gusta, paramos.Su mano se movió para desabrocharle la ropa.—No me digas que no.Su voz, ronca, era casi un gemido.—Por lo menos, no me alejes con tanta fuerza.En ese momento, no quedaba rastro del Adrián frío de siempre; su cuerpo era una brasa al rojo vivo. Cada vez que la tocaba, un sentimiento de calor la recorría, amenazando con disolver su resistencia.Tenía la palma de la mano apoyada en su pecho, que ardía. Sin embargo, su cuerpo temblaba y su aliento se entrecortaba por la intensidad del momento.La cara de Adrián estaba encendida, con el mismo rubor que aparece después de beber. Sus ojos brillaban con deseo, las pupilas dilatadas. Sus pestañas, oscuras y densas, enmarcaban una actitud de anhelo puro.Aquella imagen estaba grabada a fuego en su memoria. Era un recuerdo tan nítido que dolía, tan melancólico que le costaba creer que fuer
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