Si ella estaba dispuesta a salir, él podía no encerrarla, podía conseguir a los mejores médicos del mundo para curar su pierna, incluso devolverle el dije de jade que ella cuidaba como un tesoro.Introdujo la llave en la cerradura, la giró y empujó la puerta con sigilo. Dejó las llaves sobre el mueble de la entrada y, con voz suave, dijo:—Julieta, te doy una última oportunidad, no me hagas enojar.—Sal ya —hizo una pausa—, te doy lo que quieras.En la sala vacía, solo resonaba su voz.Pasó un largo rato sin que hubiera respuesta alguna.La sonrisa de Bruno se fue borrando poco a poco, cerró con fuerza los labios y apretó tanto la mandíbula que los dientes rechinaban.—¡Julieta! —su voz se alzó de golpe—. ¡No me obligues! ¡Que la casa se haya quemado no importa, no te culpo! ¡Mientras vuelvas, mientras regreses a mi lado, te doy lo que quieras!La rabia le crecía sin control en el cuerpo, los ojos se le tiñeron de rojo.Pero la puerta cerrada del dormitorio permanecía inmóvil.No pudo
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