Aunque para los demás Vicente fuera un hombre implacable y cruel, yo sabía que jamás permitiría que nuestro hijo o yo sufriéramos el más mínimo daño.Mi herida, esta vez, sin duda lo había hecho sentirse muy culpable.Aunque Ana describió las acciones de Vicente como las de un demonio, a mí no me causaban nada de miedo. Después de todo, ellos se lo buscaron. Quien hace el mal, tarde o temprano, recibe su castigo.Solo me preocupaba que, por experimentar todas estas cosas tan feas a su edad, nuestro hijo pudiera sufrir algún impacto psicológico.Estaba a punto de hablar de otro tema con Ana, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Vicente y nuestro hijo aparecieron en el umbral, con rostros de felicidad.Mi hijo, sin dudar, apartó a su madrina, tomó mi mano y dijo:—Mami, ¿cómo te sientes? ¿Estás mejor?Vicente también preguntó, con preocupación:—¿Te duele algo todavía? Tranquila, ya me encargué de esa gente. Nadie volverá a ponerte un dedo encima.Al ver los ojos
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