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Capítulo 2

Author: April
Conteniendo mis emociones, decidí que no valía la pena seguir discutiendo con ellos.

Miré directamente a Damián y dije con calma:

—Ustedes están aquí para recogerme, ¿no? Vámonos.

Se hizo un silencio sepulcral.

Ellos intercambiaron miradas y luego estallaron en carcajadas.

Luna se rio hasta que le salieron lágrimas:

—¿Qué? ¿Recogerte a ti? ¡Ni siquiera eres digna de eso!

Y señaló el cartel:

—¿No ves claro? Estamos esperando a la esposa del Señor del Toro. ¿Sabes quién es?

Yo lo sabía, por supuesto. Porque esa persona era yo.

Los demás corearon en seguida:

—Alba, deja de soñar. ¡No eres digna ni de limpiarle los zapatos a la Sra. del Toro!

—Dicen que Vicente es un tiburón en los negocios, pero un romántico en el amor. Permaneció soltero solo esperando a que su actual esposa aceptara casarse con él.

—Todos dicen que congraciarse con Vicente es menos efectivo que congraciarse con su esposa. Ella lo es todo para él.

Al oír los comentarios, no pude evitar esbozar una sonrisa.

En tres años de matrimonio, Vicente no solo había manejado su imperio comercial con éxito, sino que su fama de esposo devoto no hacía más que crecer.

Como a Luna siempre le habían apasionado los chismes de la alta esfera, comentó con aires de superioridad:

—¿Sabían? Dicen que Vicente, para ganar el favor de su esposa, le regaló una pulsera que simboliza un amor eterno. ¡Pagó cinco millones por ella! Hizo que todas las mujeres del mundo murieran de envidia.

Hizo una pausa y, de pronto, clavó la vista en la pulsera de mi muñeca, gritando con voz estridente:

—¡Esperen! ¡Es esta!

El grupo enmudeció, conteniendo la respiración con la mirada fija en mi pulsera.

Damián agarró mi mano bruscamente para examinarla.

—Está bien falsificada —espetó con una risa fría—. ¿Quién te la dio? ¿Qué pobre diablo se esforzó tanto?

Liberé mi mano de la suya y sonreí levemente, acariciando con suavidad la pulsera.

Era el regalo que Vicente me había regalado en nuestro primer aniversario de boda.

No era la joya más cara que me había regalado, pero para mí tenía un valor insustituible.

Para mí, era un símbolo de amor; para ellos, algo que ni siquiera podían soñar con tener.

Al ver que no mostraba ni vergüenza ni turbación, las pupilas de Damián se contrajeron. De pronto, agarró mi mano y arrancó la pulsera con fuerza.

Me pilló desprevenida y lo consiguió.

Luna tomó la pulsera de las manos de Damián y la examinó.

—Es más refinada que la réplica que yo compré, pero yo sí tengo dignidad como para no usar una imitación en público para que se rían de mí.

—A menos que... Alba, ¿tú eres la invitada especial que regresa del extranjero? ¿La legendaria Sra. del Toro?

Al terminar su frase, se oyó una risa general.

Para ellos, la idea era simplemente absurda.

¿Quién era Vicente? El cerebro detrás de una corporación de talla mundial, conocido por su astucia y determinación.

¿Y yo? Solo un cero a la izquierda, la exnovia que Damián desechó hace tres años.

Ni siquiera podían mencionarnos en la misma oración.

Luna hizo girar la pulsera entre sus dedos y comentó con fingida indiferencia:

—Alba, me gusta tu falsificación. Véndemela. Pagaré el doble de lo que te costó.

Yo temía que la dañara, así que me apresuré a decir:

—Devuélvemela. Vicente me la dio—

Antes de que pudiera terminar, Damián me abofeteó con tanta fuerza que mi cabeza se ladeó y un sabor a sangre llenó mi boca.

—¡Cállate! —rugió entre dientes—. ¿Cómo te atreves a pronunciar el nombre de Vicente tan a la ligera? ¡Si inventas rumores sobre una conexión con él, me arruinarás!

Los lacayos de Damián también me miraron con furia, como si hubiera cometido un pecado imperdonable.

—¿Tienes idea de lo que dices? ¡Esta es nuestra única oportunidad de dar una buena impresión a la Sra. del Toro! La sede central viene a inspeccionar la sucursal pronto. ¿Quieres destruir la carrera de Damián?

—Le costó tanto a Damián ascender a un puesto directivo. ¿Qué derecho tiene una exnovia miserable como tú para hacerte pasar por la Sra. del Toro?

Me quité la sangre de la comisura de los labios y giré la cabeza lentamente para enfrentar la mirada de Damián.

Quizás porque mi mirada era demasiado penetrante, Damián frunció el ceño y una sombra de pánico cruzó sus ojos.

Luna también lo notó. Inmediatamente, me señaló con un grito estridente:

—Alba, ¡desagradecida! Damián ya ha accedido a acogerte. No muerdas la mano que te da de comer.

—¡Incluso si guardas rencor hacia Damián, no puedes vengarte de él de esta manera!

Sus palabras me devolvieron a tres años atrás.

Sin importar lo que hiciera, Luna siempre tergiversaba mis intenciones, menospreciándome deliberadamente frente a Damián.

Al principio, Damián me defendía y regañaba a Luna.

Pero después, Damián empezó a seguirle la corriente y a regañarme a mí.

Como ahora, cuando Damián me espetó con desprecio:

—¡Celosa enferma!

Sin embargo, esta vez, tras observar mi ropa, no continuó insultándome como solía hacer.

Después de un momento de silencio, Damián sacó una tarjeta bancaria y me la lanzó a la cara.

—En memoria del tiempo que pasamos juntos, dejaré pasar esta vez. Hay cincuenta mil dólares. La clave es tu cumpleaños. Cómprate ropa decente. Si no quieres cuidar al niño, en unos días te conseguiré otro trabajo respetable.

—Tranquila, ahora soy un ejecutivo. Esta cantidad para mí no es nada.

Miré la tarjeta, luego su rostro lleno de presunción.

Bajo la mirada atónita de todos, rechacé lentamente la tarjeta y luego recuperé mi pulsera de las manos de Luna.

—Guárdate tu dinero —dije fríamente—. No acepto limosnas de extraños.
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