Mentiras en el corazón de un mafioso
Aquel día, en nuestro quinto aniversario de boda, recibí una llamada.
Era el encargado del fondo familiar: le avisaba que una de las piezas almacenadas estaba por vencer y debía retirarla cuanto antes.
Mi esposo, Mateo Fuentes, también conocido como el jefe de la mafia, estaba tan ocupado que ni siquiera se tomó un minuto para pensarlo.
Así que decidí ir yo a recoger la caja.
Dentro encontré un rollo de película antigua.
El responsable me advirtió que, si no la revelaba pronto, el material se estropearía con el tiempo.
Cuando por fin la revelé, cada fotografía mostraba a Mateo con Elsa Lara, su primer amor, sonriendo de una forma tan dulce que me dejó sin aliento.
Y en todos sus álbumes, ni una sola foto mía.
De repente, la puerta de la oficina se abrió de golpe.
Mateo entró alterado, visiblemente molesto, y preguntó con impaciencia:
—¿Anita Silva, estás revisando mi privacidad?
Lo miré con calma. No grité, no pregunté nada. Solo dije:
—Divorcémonos.
Su expresión se endureció. Sin decir una palabra, tomó las fotos y las metió en la trituradora.
Cuando el ruido cesó, se giró hacia mí y soltó:
—Ya las destruí. ¿Y aun así quieres divorciarte?
Una sonrisa amarga se me escapó.
—Sí.