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Capítulo 4

Author: Galletita Dulce
—Perdón por lo de mi actitud, no debí comportarme así.

—¿En serio me vas a mandar a dormir a la habitación de invitados? ¡Déjame pasar, por favor, quiero abrazarte, mi vida!

Lorena sintió una ola de asco al pensar que ese hombre, que recién acababa de revolcarse con Selena, ahora pretendía acostarse con ella y que quedara embarazada.

—Estoy agotada, lo hablamos mañana.

—Pero, mi amor, ya hace una semana entera que no te abrazo, ¿ya no me quieres?

La repulsión fue tan fuerte que casi le daban náuseas.

—¿No escuchaste a tus papás? Será mejor que duermas con ellos esta noche.

Hubo un silencio afuera, seguido de unos pasos que se fueron alejando.

Paulo era de carácter fuerte. En el pasado, cuando discutían, ella siempre trataba de escuchar lo que él decía. Y era ella quien cedía primero.

De verdad amaba a Paulo...

Pero ahora todo le parecía tan ridículo.

No quería seguir pensando en eso. Lorena se acostó y cerró los ojos, como si de verdad estuviera durmiendo.

Sin embargo, Selena seguía siendo cautelosa. No fue sino hasta la medianoche que, con sigilo, salió del armario.

Probablemente había estado allí demasiado tiempo, y sus piernas se adormecieron tanto que estuvo a punto de caerse.

Se tapó la boca para evitar hacer ruido y, agachándose, se deslizó hasta la puerta, abriéndola con sumo cuidado.

Cuando la puerta se cerró, Lorena abrió los ojos.

***

En la pequeña sala de estar del segundo piso, Carmen ayudaba a Selena a sentarse, dándole masajes en las piernas con expresión de gran preocupación.

—Ay, hija mía, qué sufrimiento. ¿Quién iba a imaginar que ella regresaría tan de repente? —murmuró Carmen, haciendo un gesto de fastidio.

—No se preocupe, mamá, estoy bien —respondió Selena, pero se llevó la mano al estómago, como si le doliera.

Al verla así, Carmen se alarmó aún más.

—¿No vaya a ser que le pase algo a mi nieto? ¿Quieres que vayamos al hospital?

—No, no hace falta, se me pasará —respondió Selena, con tono sereno.

—¡Esta Lorena no se aguanta! Si algo le pasa a mi nieto, ¡me las va a pagar!

—¡Ya basta! No es momento de molestarla ahora —interrumpió Miguel, quien estaba sentado en el sofá de enfrente.

—Pero Selena es nuestra verdadera nuera, y ahora está embarazada. No podemos seguir permitiendo que siga así, fuera, ¡mientras esa farsa sigue ocupando su lugar!

—Esto es temporal. Una vez que cerremos el trato con el Grupo Lara, la echaremos de aquí —respondió Miguel, con calma.

Carmen resopló, todavía molesta.

—Está bien, que se quede unos días más.

Selena sonrió a duras penas, pero al mirar a Paulo, vio que seguía con el ceño arrugado, claramente en desacuerdo con la decisión de sus padres.

—Paulo, Lorena y yo somos buenas amigas. Me puedo aguantar un poco... déjala quedarse en casa —dijo Selena en voz baja.

—¿Tú la llamas amiga, la tratas con afecto, pero ella no te lo devuelve? ¡Si no, no estaría peleando contigo por ese proyecto! —respondió Carmen, con un tono muy mordaz, antes de mirar a su hijo, que seguía calldo.

—Paulo, ¿qué opinas tú?

Paulo se frotó la frente, visiblemente agotado.

—Amo a Lorena, no quiero hacerle daño.

—¡Pero Selena es tu esposa!

—Ya le fallé a Selena, no quiero fallarle también a Lorena.

—No, no es tu culpa —dijo Selena rápidamente, poniéndose de pie.

Paulo la abrazó, con una expresión de profunda tristeza.

—Dame chance, yo hablo con Lorena. Ella me ama de verdad, estoy seguro de que nos va a aceptar a los dos.

Selena asintió, y lo miró con una sonrisa dulce.

—No quiero arruinar lo que tienes con ella, solo pido un poco de afecto para mí y el bebé por ahora.

—Gracias por entenderme.

Miguel y Carmen miraron a Selena con cariño y profunda complacencia, nada que ver con lo tremendamente críticos que eran con Lorena.

Lorena, apoyada en el pasillo, no podía creer lo que acababa de escuchar.

¿De verdad estaba viviendo en el siglo XXI? ¿Cómo era posible que pensaran que dos mujeres podían compartir a un hombre?

¡No solo lo pensaban, sino que ya lo estaban poniendo en práctica!

Dios mío, ¿en qué tipo de familia se había metido?

¿Acaso estaban todos locos?

—Pero a Selena ya se le nota la barriga, y esto no se puede ocultar por mucho tiempo, ¡Lorena se va a dar cuenta! —dijo Carmen, preocupada.

Miguel se quedó pensativo unos segundos, y finalmente respondió:

—La voy a mandar a trabajar fuera de la ciudad por un tiempo.

Esa noche, Lorena estaba tan furiosa que no pudo pegar ojo.

***

A la mañana siguiente, cuando bajó las escaleras, vio a Paulo entrando con un ramo de rosas.

—Buenos días, mi amor, te ves hermosa recién levantada.

Le entregó el ramo y, de inmediato, intentó abrazarla para besarla, pero Lorena se apartó.

—¿No te cambiaste? Hueles a sudor.

Él había pasado la noche con Selena, probablemente hasta el amanecer, y de paso había comprado ese ramo de flores para disimular un poco su culpa.

—¿En serio? —Paulo olió su ropa, como si no supiera nada—. Ah, es verdad, anoche me fui al campo de flores a las afueras solo para comprarte estas rosas frescas.

Lorena casi que no se contuvo de poner los ojos en blanco. ¡Qué falsedad, qué asco!

Las flores venían claramente de la tienda de enfrente, con su nombre escrito en el envoltorio.

No iba a desmentirlo, solo sonrió dulcemente.

—Gracias, cariño.

—Dame un momento, voy a ducharme. Te voy a llevar a un sitio.

—Pero tengo que ir a la oficina hoy.

—La oficina puede esperar, hace mucho que no salimos juntos.

—Pero hoy...

—Solo espera un poquito.

Sin dejarla responder, Paulo ya subía las escaleras.

Lorena, al verlo subir, dibujó una sonrisa irónica. Estaba claro que la estaba distrayendo para que no fuera a trabajar.

¡Perfecto! Ella les seguiría el juego y vería qué otras sorpresas tenían preparadas.

Una hora después, Paulo la llevó en auto a una calle vieja en el centro de la ciudad.

Bueno, viéndolo bien, el barrio sí se veía con mucha vida, pero la verdad es que era un despelote: puras chapuzas, la limpieza era pésima, y el tráfico era terrible.

Pero hace tres años, justo allí vivían ellos.

En aquel entonces, ella no sabía absolutamente nada sobre la familia de Paulo. Ambos trabajaban en el Grupo Silva, con sueldos muy ajustados, y para ahorrar, habían alquilado en ese barrio alejado de la ciudad.

Era un pequeño apartamento, con un alquiler de quinientos dólares.

A pesar del desorden y la escasez de recursos, esos fueron sus días más felices. Corriendo por las mañanas, tomados de la mano, convencidos de que el futuro sería mucho más brillante.

En ese momento, ella realmente lo creía.

Luchaban por salir adelante juntos en esta ciudad, soñando con comprar su propia casa algún día. Cada día estaba cargado de energía y esperanza.

Ahora, al recordar, Lorena no podía evitar la tristeza.

El auto se detuvo frente a un edificio.

Paulo la tomó de la mano y la guió hacia él.

El edificio no tenía ascensor, solo una escalera, cuyos pasamanos estaban cubiertos de la grasa acumulada por los años. Las paredes estaban descascaradas, con grandes pedazos de pintura caída.

Al llegar al quinto piso, Paulo sacó una llave de su bolsillo y, con una sonrisa misteriosa, abrió la puerta.

El lugar seguía igual que hace tres años.

Los muebles estaban en su sitio, y Lorena entró, como si de pronto hubiera regresado a ese tiempo.

En aquel entonces, le fascinaba decorar ese pequeño lugar, pero por más que intentaba arreglarlo, como la casa era tan vieja, siempre se veía descuidado.

De hecho, nunca lo había considerado su verdadero hogar. Ella creía que, gracias a su esfuerzo, algún día podría comprar una casa enorme en la mejor zona de la ciudad.

—Compré este lugar —dijo Paulo, observándola.

—¿Lo compraste?

—Es un regalo para ti.

Lorena se quedó sin palabras.

Paulo se sentó en el viejo sofá, en ese pequeño rincón donde se sentaba siempre.

—Me acuerdo de cuánto te gustaba cocinar aquí, mientras yo leía. Aunque cada uno estaba en sus asuntos, siempre nos mirábamos y sonreíamos.

Paulo soltó un suspiro, como si esos recuerdos le dieran mucha felicidad.

—Así quiero que sea nuestro futuro.

Lorena no pudo contener una risa sarcástica.

Ella se levantaba temprano para preparar el desayuno, mientras Paulo seguía durmiendo a pierna suelta.

Ella era la que cocinaba, y él se sentaba en la mesa esperando que le llevara el plato.

Después de comer, él se cambiaba de ropa mientras ella lavaba los platos.

Durante el día, ella corría de aquí para allá en la oficina, mientras él, por ser el heredero, se encargaba de trabajos más ligeros y se pasaba el día tomando café en su oficina.

Por la noche, ella llegaba molida y aún tenía que preparar la cena, mientras él, como de costumbre, se dedicaba a leer.

Cuando por fin lograba acostarse, él volvía a buscarla, y luego se quejaba de que no era lo suficientemente apasionada...

Pensar en todo eso le daba a Lorena ganas de darse golpes en la cabeza. ¿Cómo fue posible que hubiera tolerado tanto de Paulo?

Ahora, él bien pudo haberle comprado un apartamento grande, incluso una casa con jardín, pero en lugar de eso, le compró este sitio viejo y todavía pensaba que era un sacrificio enorme el que hacía.

Lorena dio un paso atrás.

—No me gusta este sitio, quédate tú solo.

Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras.

Justo en ese momento, la llamó su compañera Ivana.

—Jefa, ¿qué demonios está pasando? ¡Dicen que Selena fue transferida a nuestro equipo para quedarse con tu puesto!
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