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Capítulo 3

Auteur: Galletita Dulce
—Tengo algo que decir —Lorena levantó una ceja, sonriendo con cierta malicia.

Miguel se quedó en silencio por un momento, claramente sorprendido por la respuesta directa de Lorena.

—Lorena, papá tiene sus motivos para tomar esta decisión. Solo escúchalo —dijo Paulo en voz baja, tratando de calmar los ánimos.

—¿Qué motivos? —Lorena lo miró sin pestañear.

Al escuchar esto, Paulo se quedó en shock.

Antes, ella siempre le hacía caso sin cuestionar, pero ahora...

—¿Estás agotada? ¿Qué te parece si lo conversamos mañana en la oficina? —Paulo intentó suavizar el ambiente.

—De hecho, sí estoy cansada. Después de todo, he estado negociando el acuerdo y apurándome para darte una sorpresa.

—Entonces...

—Pero aún así, quiero saber por qué papá está tomando esta decisión —Lorena lo miró fijamente, esbozando una leve sonrisa, pero manteniendo su postura firme.

Miguel resopló, visiblemente molesto.

Lorena no desvió la mirada y continuó:

—Papá, trabajé en este proyecto más de medio año, he estado viajando sin parar, trabajando hasta la madrugada, incluso durmiendo en la oficina. Y ahora, justo cuando estamos a punto de cerrar, ¿me pides que me quite? ¡Necesito una explicación!

Miguel la miró con gesto de desaprobación.

—¡Tienes que pensar a futuro!

—¿A futuro? —Lorena levantó las cejas, visiblemente desconcertada.

—Tú eres parte de la familia Silva, el futuro de la empresa depende de ti y de Paulo. ¿Qué importa un simple proyecto? Lo estoy haciendo por ustedes, para que ganen apoyo de los demás.

Lorena no pudo evitar soltar una carcajada.

El presidente del Grupo Silva mintiendo con tanta desfachatez, sin inmutarse ni un poco.

—¿Te atreves a reírte? —Carmen, al borde de la histeria, perdió los estribos y explotó—. ¡Si no fuera por ser la esposa de Paulo, tu papá ni siquiera se tomaría la molestia de hablar contigo! ¡Te habría echado de inmediato! ¿Tienes el valor de renunciar a esto?

—¡Mamá! —Paulo la regañó.

—¡Ya me cansé de aguantar! —Carmen golpeó la mesa, totalmente enfurecida—. ¿Quién necesita una nuera que nunca está en casa, que no sabe ni atender a su esposo ni a sus suegros? ¿De qué me sirve una nuera así?

—¿Que no sirvo para nada? —Lorena hizo una mueca de desdén—. ¡El año pasado le firmé a la empresa dos proyectos con los que ganamos diez millones de dólares!

—¿Tú te crees que la empresa no puede firmar proyectos sin ti? ¡Que no se te olvide! Todo eso se logró gracias a tu suegro y a Paulo, que fueron los que consiguieron esos tratos. ¡Y de paso te llenaste los bolsillos con las bonificaciones! ¡Ya fue suficiente el provecho que sacaste, no seas tan malagradecida!

Carmen, furiosa, casi le clavó el dedo en la cara a Lorena.

—¡Ya basta! —gritó Miguel, levantando la voz—. ¿Para qué un drama? ¡Somos familia!

—Papá, Mamá, cálmense, yo hablaré con Lorena... —Paulo intentó calmar la situación, pero fue interrumpido.

—¡No hace falta! —Lorena cortó a Paulo con firmeza—. Acepto retirarme del proyecto.

Paulo, aliviado, sonrió y la abrazó.

—Sabía que me ibas a entender, Lorena.

Lorena se quitó su abrazo de encima con desprecio.

—Claro, soy la más comprensiva, por eso soy la más fácil de engañar.

Paulo frunció el ceño, confundido.

—¿A qué viene eso?

—Te estoy diciendo que me engañaste.

—¿Cuándo?

Lorena hizo un puchero, adoptando una expresión de falsa molestia.

—Cuando nos casamos, dijiste que me ibas a dar una boda por todo lo alto, pero ya llevamos tres años casados y aún no cumples tu promesa.

—¿Quieres una boda? —Paulo la miró con incredulidad.

—¿Acaso estoy pidiendo la luna? —Lorena levantó una ceja, esperando una respuesta.

—¡Por supuesto que sí! —Carmen saltó de inmediato, sin pensarlo dos veces—. ¡Ya están casados! ¿Para qué hacer otro circo después de tres años? ¡Eso sería un desperdicio!

—Si no me dan una boda, ¿cómo demonios se va a enterar la gente de que soy la esposa de Paulo y soy parte de la familia Silva? ¿Y si aparece una loca queriendo hacerse pasar por mí? ¿No tengo derecho a que todo el mundo me reconozca?

—¿Qué estás diciendo? —Carmen estaba furiosa.

—Entonces, si quieren que me retire, no hay problema. Pero quiero una boda. Y tiene que ser tan espectacular que todo Lumora se entere. ¡Si no, del proyecto no me muevo!

—¿Qué te crees para exigir tanto? ¡Tú no eres...! —Carmen estaba fuera de sí, indignada.

Pero Lorena no la dejó continuar. Sin decir una sola palabra más, tomó un plato y lo estrelló contra el suelo con fuerza.

El estruendo resonó por todo el salón, y todos se quedaron pálidos del shock.

Lorena los miró fríamente. Siempre había sido demasiado blanda con ellos, por eso se atrevían a engañarla y humillarla de esa forma.

—¡Tú...! —Carmen no podía creer lo que acababa de suceder.

—No tengo hambre. Me voy a dormir —dijo Lorena, levantándose sin siquiera mirarlos y caminando hacia las escaleras.

Ya no iba a ser como antes, cuando siempre era la última en levantarse, ayudaba a recoger los platos, picaba fruta para ellos, aunque estuviera molida, o los acompañaba a charlar hasta la noche.

Cuando llegó arriba, vio a Rita parada justo en frente de la puerta de su habitación, tratando de abrirla con una llave.

Lorena se acercó a ella y, con una sonrisa leve, preguntó:

—¿Qué haces, Rita?

Rita dio un brinco del susto y rápidamente escondió la llave detrás de su espalda.

—Yo... solo iba a limpiar la habitación, pero la puerta parece que está con seguro.

—La cerré yo —respondió Lorena, sacando la llave de su bolsillo y abriéndola frente a ella.

—Mejor váyase a la sala, la limpio más tarde.

Rita intentó entrar, pero Lorena se adelantó y se paró en el umbral de la puerta.

—Estoy agotada, quiero dormir temprano. No hace falta que limpies ahora.

Sin esperar más, cerró la puerta de un portazo, dejando a Rita sin palabras.

Al darse la vuelta, vio a alguien escurriéndose con prisa hacia el vestidor, aterrada.

Qué interesante...

¿De qué sirvió el acta de matrimonio? ¡Si al final tuvieron que esconderse como ratas y no pudieron dejarse ver en público!

Sin encender la luz, Lorena entró y salió del vestidor de forma deliberada, mientras Selena se esforzaba por no hacer ruido y mantenerse oculta.

Incluso cuando se estaba bañando, dejó la puerta abierta a propósito.

Cuando terminó, notó que la puerta del armario estaba entreabierta. Seguramente necesitaba un poco de aire.

Lorena se puso el pijama y se tumbó en la cama, observando en silencio el armario.

Ella y Selena se conocieron en la preparatoria. Al principio fueron compañeras de pupitre, luego grandes amigas, y después de entrar a la misma universidad, se hicieron inseparables.

Se contaban todo, se ayudaban en lo que fuera, y juntas sortearon la universidad.

Después, Lorena se unió al Grupo Silva como pasante. Fue ahí donde conoció a Paulo.

Lorena pensó que él era solo un chico más de familia sencilla, como ella.

Se asignaron al mismo equipo, trabajaron juntos en proyectos, pasaron largas horas extra y, sin darse cuenta, fueron desarrollando sentimientos el uno por el otro, hasta que empezaron a salir.

Fue hasta tres años después, tras el accidente, que descubrió la verdadera identidad de Paulo.

Al pensar en eso, sus manos buscaron su vientre.

Allí, en su piel, quedaba una cicatriz profunda. Esa herida, esa marca en su abdomen, seguía ahí, recordándole todo.

Aquel día, los dos iban en el asiento trasero de un taxi cuando un tubo de hierro, que venía del camión de adelante, rompió el cristal del auto y se les fue encima. Ella, casi por puro instinto, se puso frente a Paulo, y fue entonces cuando el tubo le perforó el cuerpo, afectándole el útero...

Mientras se recuperaba, Selena ingresó a la empresa gracias a su recomendación.

Si lo analizaba bien, apenas había pasado medio año cuando ya estaban casados.

La verdad, su amiga tenía una estrategia brillante.

De repente, unos golpes fuertes en la puerta la sacaron de su trance.

—¡Lorena, abre la puerta! ¡Déjame entrar! —dijo Paulo desde afuera.
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