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Capítulo 5

Author: Cici
A la mañana siguiente en la oficina del presidente de Biotecnología Luminis.

El departamento de recursos humanos entró con unos documentos en la mano.

—Señor García, aquí tiene los currículums de las personas que vienen hoy a entrevista.

—Déjalos ahí. Tengo una reunión en unos minutos, así que no asistiré a las entrevistas.

—De acuerdo.

Christian García estaba a punto de levantarse para ir a la sala de juntas cuando su mirada se detuvo, sin querer, en la hoja que estaba encima del montón.

Beatriz Salazar.

Al ver ese nombre, se quedó paralizado.

Tomó el currículum y, al ver la foto de ese rostro tan familiar, una mezcla de emociones lo golpeó de golpe, incluso sintió un leve destello de alegría.

Christian había sido uno de los alumnos más destacados del profesor Zamora, y era algunos años mayor que Beatriz.

Cuando estaba estudiando en el extranjero, su maestro le contó con orgullo que había aceptado a una alumna nueva, una joven brillante, casi una genio.

Cada vez que hablaban de investigación, el profesor no paraba de elogiarla.

Al principio, Christian solo sintió curiosidad, quería saber qué tenía esa chica para haber impresionado tanto al profesor. Pero poco a poco, sin darse cuenta, empezó a sentir algo más profundo por aquella compañera a la que solo conocía por fotos.

Cuando terminó sus estudios, no lo dudó ni un segundo y tomó el primer vuelo de regreso al país.

Pero al llegar, lo primero que escuchó fue que ella estaba a punto de casarse.

Pensó que nunca más se cruzarían. Hasta hoy.

No dudó un instante, llamó y le ordenó a su asistente:

—Cancela la reunión de esta mañana.

De inmediato se dirigió a la sala de entrevistas.

Los del departamento de Recursos Humanos se quedaron sorprendidos al verlo y enseguida le cedieron el asiento central.

—Señor García.

Christian contuvo la emoción que le latía en el pecho.

—Podemos empezar.

La entrevista comenzó oficialmente.

Christian permaneció en silencio, mientras los de Recursos Humanos se encargaban de hacer las preguntas.

—Señor García, respecto a la candidata anterior… —preguntó uno de ellos, buscando su aprobación.

—Decídanlo ustedes.

—Entendido.

—La siguiente, Beatriz Salazar.

Solo cuando ella entró en la sala, la atención de Christian se enfocó por completo. Beatriz se veía un poco pálida.

Le hicieron varias preguntas relacionadas con el área. Aunque había sido ama de casa durante cuatro años, nunca había dejado de estudiar y seguir formándose. Respondió con naturalidad y sin errores.

El personal de Recursos Humanos asintió satisfecho, y justo cuando estaban por decirle que esperara la notificación, Christian habló:

—Veo que en tu hoja dice que estás casada.

Su intención era preguntarle por qué había decidido volver a trabajar, pero los de Recursos Humanos interpretaron otra cosa y siguieron su línea:

—Señorita Salazar, buscamos empleadas estables a largo plazo. ¿Tiene pensado embarazarse en el corto plazo?

Beatriz negó con la cabeza.

—No. Estoy por divorciarme, así que no tengo ningún plan de embarazo.

Christian se sorprendió. Al ver el leve brillo triste en los ojos de ella, sintió una punzada de compasión.

"¿Qué habrá vivido durante estos cuatro años de matrimonio?", pensó.

—Señorita Salazar, ya tenemos su información. Puede esperar nuestro llamado.

—De acuerdo.

Beatriz salió de la sala.

El resto de entrevistas le resultó a Christian completamente insípido, tanto que terminó marchándose antes de tiempo.

Saber que Beatriz estaba por divorciarse fue, para él, una señal del destino.

Ese sentimiento que había reprimido durante años empezó a renacer con fuerza.

Por la tarde, Beatriz recibió una llamada del departamento de Recursos Humanos de Biotecnología Luminis. Le informaron que tenía que presentarse a trabajar la siguiente semana.

Al contárselo al Profesor Zamora, él no se sorprendió. Porque conocía bien su carácter, sabía que, aunque parecía tranquila, era muy perseverante, y estaba seguro de que había conseguido el puesto por mérito propio.

Cuando Raquel se enteró de que Beatriz tenía trabajo, se puso tan feliz que insistió en celebrarlo.

Esa noche, Beatriz acudió al Bar Neblina, tal como habían acordado.

El ambiente de luces y música la hizo sentir algo fuera de lugar.

—¡Bea, por aquí! —gritó Raquel desde la puerta de un reservado.

Beatriz se acercó y apenas se sentó cuando el gerente entró acompañado por una fila de modelos masculinos sin camisa.

Beatriz se sobresaltó.

—Raquel, ¿qué es todo esto?

—¡Es para celebrar! Tu próximo divorcio, tu nuevo trabajo, tu nueva vida. Te pedí unos modelos, elige el que más te guste y que se quede contigo a brindar.

Beatriz se mostró incómoda.

—No hace falta, de verdad.

No era una mujer que disfrutara de ese tipo de ambientes. La única relación amorosa que había tenido fue con Simón, aquel chico del que se enamoró siendo una adolescente y con quien terminó casándose.

—Entonces será ese —dijo Raquel, señalando al más atractivo del grupo.

El modelo se sentó junto a Beatriz. Sus marcados abdominales se movían frente a ella y no sabía ni dónde mirar. Para disimular la incomodidad, tomó un sorbo de su copa.

El chico le tomó la mano con audacia y le lanzó una sonrisa insinuante.

—Princesa, siéntate sobre mí y brindemos. Puedes tocar mis abdominales todo lo que quieras.

Beatriz se sobresaltó.

—Voy… Voy al baño un momento.

Salió apresurada, claramente incómoda. En el baño se lavó la cara y respiró hondo para calmarse.

Al salir, sin darse cuenta, tomó el pasillo equivocado y terminó en la zona VIP.

Mientras tanto, en uno de los salones privados, Simón presentaba a Cecilia a sus amigos de toda la vida: Marcelo López y Carlos Muñoz. Todos eran de familias influyentes de Ciudad Mar.

Simón tenía el brazo apoyado en el respaldo del sofá, tan cerca de Cecilia que parecía tenerla entre los brazos.

Marcelo alzó su copa:

—Cecilia, te brindo. Simón nunca había traído a una mujer a nuestras reuniones. ¡Eres la primera!

Cecilia miró a Simón.

—Ay, dejen de bromear, seguro le dicen eso a todas las chicas que traen.

—Te juro que no. ¿Verdad, Carlos?

—Es cierto —asintió Carlos—. Simón siempre fue famoso por ser frío con las mujeres. Si no fuera porque esa tal Beatriz lo manipuló y lo obligó a casarse, ni siquiera la habría mirado.

Al oír eso, sintió que el corazón se le iluminaba de felicidad y bebió su copa con una sonrisa satisfecha.

—¡Buena para el licor, Cecilia! —dijo Marcelo riendo—. ¡Otro brindis!

Simón intervino, apartando la copa.

—Basta, ella no tiene buen aguante.

Marcelo silbó entre risas:

—¿Tan protector, eh? No exageres, solo son dos copas.

Simón tomó la copa de las manos de Cecilia.

—Yo beberé por ella.

—¡Ni hablar! —dijo Marcelo, dándole la copa a Cecilia—. Al menos tomen uno cruzado.

Cecilia, algo sonrojada, miró a Simón.

—Está bien, pero después de este no me obliguen a más.

—¡Así es!

Cecilia y Simón alzaron sus copas y entrelazaron los brazos para beber.

Justo en ese momento, Beatriz abrió la puerta.

Al levantar la vista, los vio a ambos, con las copas entrelazadas.

La expresión de Simón cambió al instante, en sus ojos se dibujó un claro gesto de desprecio.

—¿Qué haces aquí?
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