Beatriz marcó con manos temblorosas al número de emergencias.Solo cuando escuchó a lo lejos el sonido de la ambulancia, perdió la fuerza y se desmayó.Cuando volvió en sí, ya era el día siguiente.Tenía todo el cuerpo conectado a tubos.La doctora, con gesto severo, la reprendió sin paciencia:—¿No te dije que no podías tener relaciones por un tiempo? ¿Tu esposo no tiene control o qué? ¡Apenas saliste de una cirugía y ya volviste a hacerlo! ¡Una locura! ¡Y mira ahora, la herida volvió a sangrar! Si no hubieras llegado a tiempo, habrías muerto.—Perdón, doctora. Le causé problemas.La mujer la miró, y al ver su rostro tan pálido y débil, su tono se suavizó un poco.—Mira, no te lo digo por mal. Pero tu marido no tiene perdón. No le importa en absoluto tu salud.—Llama a alguien de tu familia, que venga a cuidarte. Si te pasa algo, yo no podría con la culpa.Dicho eso, la doctora salió del cuarto.El corazón de Beatriz se llenó de amargura.Ya no tenía familia.A los diecisiete años, su
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