Capítulo 3

Esa noche, Bruno y Selena parecían empeñados en hacerle la vida imposible a Milena. Los gemidos, los suspiros y el vaivén de la cama no paraban.

—Selena, te amo tanto...

—Bruno, yo también te amo, ah...

En la habitación de al lado, Milena se mordía los labios con fuerza. Se tapó la cabeza con la almohada, intentando apagar esos sonidos que le rompían el alma.

Ellos también fueron así alguna vez. Los mismos abrazos, los mismos susurros. Bruno le decía que quería pasar toda la vida a su lado. Juntos soñaban con una casa, con hijos, con envejecer tomados de la mano.

Pero esos sueños se habían ido. Solo quedaban ruinas.

Milena no supo en qué momento empezó a llorar. Solo sintió ese vacío feo instalándose en el pecho, apretándole el aire.

A la mañana siguiente, se levantó con la mirada apagada y las ojeras marcadas. Se sentó a la mesa, en silencio, a tomar su avena.

Frente a ella, Bruno y Selena actuaban como si nada. Como una pareja feliz.

—Bruno, este pan está increíble —dijo Selena con tono meloso—. Tienes que probarlo.

Le untó un poco de mermelada y se lo acercó a la boca.

Bruno sonrió, probó un bocado con gusto y lo fue acabando despacio, saboreándolo.

Milena sintió un vuelco seco en el pecho. Una punzada le apretó el estómago, y la frente se le llenó de sudor frío.

Bruno la miró, frunciendo el ceño.

—¿Qué tienes?

—Yo... —intentó responder, pero las palabras no salieron.

De pronto, una bocanada de sangre le salió disparada por la boca. Todo empezó a darle vueltas. Se tambaleó y estuvo a punto de caer.

—¡Milena! —Bruno se levantó de golpe, con la cara desencajada—. ¡Aguanta, te llevo al hospital!

Se le notaba la preocupación, de verdad. Y por un segundo, Milena volvió a ver al Bruno de antes.

Ese que se ponía nervioso si ella tenía fiebre.

El mismo que decía que ojalá se enfermara él, con tal de que a ella no le doliera nada.

Algo se le movió en el pecho. Algo tibio, parecido a la nostalgia.

Pero ese momento duró poco.

Selena se levantó despacio, con una sonrisa medio cínica.

—Bruno, espera un segundo. Justo esta mañana encontré esto en el baño...

Sacó del bolsillo una bolsita vacía. Era un sobre de sangre artificial.

La cara de Bruno se congeló.

—Hermana, si no me equivoco, ¿esto lo usaste tú para fingir que escupías sangre? ¿Era eso, no? ¿Querías que Bruno se preocupara por ti?

Clavó en Milena una mirada llena de lástima.

—¿Era falso? —Bruno retiró la mano despacio, con los ojos ya fríos—. ¿Me estás jodiendo?

Milena tragó el ardor en la garganta, se limpió la boca con calma y soltó una sonrisa seca:

—¿Y tú eres idiota o qué? Claro que era falso. No pensé que ibas a caer tan fácil.

—¡Me das asco! —soltó Bruno, con la voz helada y la mirada llena de desprecio—. Aunque de verdad te estuvieras muriendo, ¡eso ya no tiene nada que ver conmigo!

—¡Solo asegúrate de no morirte frente a mí! ¡No me jodas la vista!

Apretó la mandíbula. La rabia le hervía por dentro.