LOGINFrente a la entrada del hospital, mientras una hemorragia me bañaba las piernas durante el embarazo, Leandro Rivera me dejó sola para llevar a casa a su clienta... la misma a quien le estaba tramitando el divorcio. No importó que suplicara con la mirada. No miró atrás. Solo se fue. Esa misma noche, en lugar de estar a mi lado, apareció en la publicación de la clienta en Facebook. «Qué suerte tener a mi gran abogado... ¿quién dijo que no hay sopa para la resaca? Oh, cierto... ¡yo sí la tengo!» No dormí en toda la noche. A la mañana siguiente, con una calma que no sentía, marqué el número de mi padre. —Papá, ya lo decidí. En tres días vuelvo a casa... a hacerme cargo de la empresa.
View MoreDespués de aquel escándalo, la relación entre Leandro y Clarisa se vino abajo.Leandro comenzó a tratarla con una frialdad que helaba la sangre.Hasta que un día, Clarisa lo engañó con otro hombre. Fue tan intenso el encuentro que terminó perdiendo al bebé.Cuando Leandro se enteró, estalló en cólera y la golpeó hasta enviarla de madrugada al hospital.Clarisa, entre risas desquiciadas, soltó:—Podés matarme si querés, igual sigo siendo la esposa del dueño de Monteverde. ¿No te da miedo que todo esto salga a la luz? A mí no.Los ojos de Leandro ardían de rabia.—¡Sos una basura! ¡Tenés familia y aun así te metés con otro! ¿No te da asco?Clarisa soltó una carcajada irónica:—¿Y no fue así como me conquistaste vos?Leandro se desplomó en una silla. Tapó su rostro con las manos. Las lágrimas se colaban entre sus dedos.Intentó divorciarse de Clarisa, pero ella se negó rotundamente.—¡Si te atrevés a dejarme, cuento todo!Clarisa se volvió aún más descarada. Incluso llevó a otro hombre a
Él me abrazó con fuerza. Sentí un escalofrío en el cuello.Leandro estaba llorando.Su voz temblaba:—Vane, por favor, dame otra oportunidad. No me dejes. No quiero separarme de vos... te lo ruego, no me abandones.Amar es fácil. Dejar de amar también. Lo difícil es coincidir en el amor.Desprendí sus manos con fuerza y lo miré directo a los ojos, esos ojos humedecidos que un día adoré.—Si de verdad querés que esté bien, firmá el divorcio.Leandro se quedó ahí, viendo cómo me alejaba, con el corazón apretado, sin poder respirar del dolor.Leandro terminó firmando. Lo conocía demasiado bien. Él, un abogado tan orgulloso, no iba a permitir que este escándalo se hiciera público.Al frente de la empresa, cada vez me desenvolvía mejor. Empecé a dominar los asuntos internos con soltura.Un día, mientras revisaba documentos tras tres días sin parar, una taza de leche caliente apareció en mi escritorio. Era Tomás Herrera.—Vanesa, debería cuidar su salud. Descanse un poco.Me froté el cuello
—Firmalo de una vez. Es lo mejor para vos, para mí... y para Clarisa.Tomás, antes de irse, no perdió la oportunidad de soltar una última puñalada:—Clarisa, cuando quieras, intercambiamos experiencia para ser la amante perfecta.Mientras nos alejábamos, Leandro se puso nervioso y vino corriendo detrás.—Vane, hablemos en serio, por favor.Lo miré con tranquilidad.—¿Vos creés que todavía hay algo que podamos hablar, Leandro Rivera?Se plantó frente a mí, decidido. Guardó silencio unos segundos antes de hablar:—Sé que estuve mal. No supe manejar las cosas. Te hice daño... Lo del bebé... —hizo una pausa—. Lo siento. De verdad lo siento. Pero podemos tener otro hijo. Podemos volver a ser como antes. No nos divorciemos.Lo miré. Hacía años que no lo veía tan sincero. Tal vez porque durante mucho tiempo, la sinceridad había desaparecido de nuestra relación. Solo quedaban excusas y silencios.—Ya es tarde.Lo aparté suavemente y entré al salón donde me esperaba la reunión.Leandro se quedó
La puerta del ascensor se abrió y ahí estaban Leandro y Clarisa.En cuanto me vio, los ojos de Leandro brillaron un segundo, pero al notar a Tomás detrás de mí, su expresión se oscureció.—Vane, ¿quién es él?Miré a la mujer a su lado y respondí con una sonrisa cargada de ironía:—¿Vos qué pensás?Clarisa, al cruzarse con mi mirada, se encogió ligeramente. Viejos recuerdos incómodos seguramente le cruzaron la mente.Leandro frunció el ceño. Algo en mis palabras pareció hacerle clic.—Lo del bebé fue mi error, lo sé, lo admito. Pero Clarisa no tuvo nada que ver, si estás enojada, descargate conmigo.Lo miré con frialdad.—No olvides lo que te dije, Leandro. Mañana es el último día.Pasé junto a él sin detenerme y caminé con Tomás hacia el salón reservado.Leandro notó la firmeza en mi tono y se apresuró a alcanzarme. Extendió el brazo para detenerme, pero Tomás se interpuso con rapidez.Su mano quedó en el aire. Leandro apretó los dientes.—¿Y a vos qué carajo te importa? ¡Quítate del m
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