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Nunca es tarde para arrepentirse del amor

Nunca es tarde para arrepentirse del amor

Oleh:  JulianaTamat
Bahasa: Spanish
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Frente a la entrada del hospital, mientras una hemorragia me bañaba las piernas durante el embarazo, Leandro Rivera me dejó sola para llevar a casa a su clienta... la misma a quien le estaba tramitando el divorcio. No importó que suplicara con la mirada. No miró atrás. Solo se fue. Esa misma noche, en lugar de estar a mi lado, apareció en la publicación de la clienta en Facebook. «Qué suerte tener a mi gran abogado... ¿quién dijo que no hay sopa para la resaca? Oh, cierto... ¡yo sí la tengo!» No dormí en toda la noche. A la mañana siguiente, con una calma que no sentía, marqué el número de mi padre. —Papá, ya lo decidí. En tres días vuelvo a casa... a hacerme cargo de la empresa.

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Capítulo 01

Al otro lado del teléfono hubo dos segundos de silencio antes de un suspiro profundo.

—Está bien... vuelve a casa, te estaré esperando —dijo mi padre.

Escuchar su voz me hizo tragarme las lágrimas, y cuando colgué lo hizo con la garganta apretada.

Acaricié mi vientre plano, y no pude evitar que las lágrimas brotaran sin control.

El doctor me lo había dicho: el bebé apenas se estaba formando. Si hubiera llegado unos minutos más tarde... quizá hoy todo sería distinto.

«Perdóname, mi amor... Mamá no te protegió. Perdóname...»

Lloré con todo mi ser, destrozada.

Una enfermera entró empujando la puerta para revisar la habitación. Aunque estaba acostumbrada a este tipo de situaciones, por un segundo pareció conmoverse.

—Vanesa Duarte, ¿una pérdida así y estás sola? ¿Y tu esposo? ¿Por qué no está contigo?

Su tono amable me tocó el alma.

En todo este lío, la única que mostraba un poco de preocupación por mí era una desconocida.

Mi esposo, Leandro Rivera, seguramente en ese momento recién despertaba entre los brazos de otra mujer.

Me sequé las lágrimas, y, con un tono amargo, respondí:

—Murió...

La enfermera bajó la mirada, como si sintiera culpa por haber preguntado y en sus ojos noté un brillo de compasión.

Ignoré las recomendaciones del médico y me empeñé en salir del hospital, tambaleándome, con el informe de aborto en la mano.

¿En qué momento mi hijo se había vuelto solo un papel?

No. Este dolor no me tocaba solo a mí.

Volví a casa. Y la encontré vacío.

Tal y como había imaginado Leandro no había regresado la noche anterior.

«Hombre y mujer, solos en la noche, ¿quién se tragaría que no ha pasado nada?», pensé.

Antes habría comenzado a bombardearlo a llamadas, mensajes, reclamos.

Pero ahora... estaba cansada.

Tan cansada…

El celular sonó. Era Leandro.

Contesté. Al instante, su voz preocupada se escuchó al otro lado.

—Vane, ¿estás bien? Lo siento, anoche pasó algo con Clarisa, se pasó de copas y esta mañana amaneció con fiebre. La estoy llevando al hospital…

—Pasaron la noche juntos —dije con calma. No fue una pregunta. Era un hecho.

Dos segundos de silencio, y su voz volvió, cargada de enojo:

—¡¿Pero qué clase de mente retorcida tienes?! ¡Clarisa es mi clienta! ¡Tomó de más! ¿No es normal que la ayude? Está aquí a mi lado. ¡Está enferma y emocionalmente mal después de su divorcio! ¿No puedes dejar tus suposiciones enfermas por un momento? ¿Vas a alterarla?

Lo escuché, y, sin cambiar el tono, dije:

—Y cuando me dejaste tirada ayer, ¿te importó si yo también me sentía mal?

Se quedó callado. Luego, otra vez, habló con un tono molesto:

—¡Estabas frente al hospital, ¿qué podía pasarte?! ¿Podrías dejar de hacer dramas? Mira, si le pides perdón a Clarisa, todo esto termina.

Solté una carcajada.

Él creyó que ya estaba tranquila.

—Perfecto —dijo él—. Entonces te invito a cenar con ella, se lo dices y listo.

Colgué y bloqueé todos sus contactos. Luego reservé el primer vuelo para dentro de tres días.

Leandro y yo habíamos sido compañeros en la universidad, y llevábamos seis años juntos. Tres de novios y tres de casados.

Pero antes de llegar al famoso «séptimo año», ya estábamos al borde del colapso. Cada discusión… tenía nombre y apellido: Clarisa Espinoza.

En el aniversario de bodas: «… a Clarisa se le rompió una tubería».

En mi cumpleaños: «… se quemó la mano».

Cada vez, él salía corriendo tras una simple llamada.

Incluso ahora, después de perder a nuestro hijo... no era capaz de acompañarme como esposo…

Ni como padre.

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