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Capítulo 2

Author: Lola
El disgusto y desagrado en los ojos de Rafael eran especialmente evidentes, una luz fría e implacable cruzó por sus pupilas oscuras.

Gabriela Morales le sostuvo la mirada con serenidad.

Este era su esposo, pero cuando la miraba nunca había tenido ni una pizca de amor en sus ojos.

—¿No está bien así?

Alzó la vista y dijo con indiferencia:

—Si a Mateo le gusta que lo acompañe Celeste, no tiene caso que yo me imponga. Como madre, no quiero incomodarlo. Además, ese día tenía otros compromisos.

No era una excusa: ese día, de verdad, tenía compromisos ineludibles.

Joaquín manejaba todo con extrema discreción, y aunque había aceptado atender a su hermana como paciente, tenía que mantener absoluta confidencialidad.

Eso significaba deshacerse de su tarjeta de crédito y su celular para conseguir otros nuevos.

Por primera vez ella no le había hecho ningún reclamo, lo que solo logró que Rafael la mirara con más recelo.

Cualquier otro día Gabriela habría montado en cólera. Siempre había defendido a capa y espada su lugar como la esposa de Rafael, y jamás habría permitido que Celeste la suplantara en algo tan público.

¿Qué nueva jugada estaría planeando esta mujer?

Una sombra de sarcasmo cruzó por los ojos oscuros de Rafael, y dijo fríamente:

—Perfecto, Gabriela. Después no vengas a reclamar. Mañana Celeste y yo llevaremos a Mateo al espectáculo.

Ya vería con qué le iba a salir Gabriela ahora.

Se dio la vuelta y regresó al estudio, cerrando la puerta con fuerza.

En cuanto Mateo escuchó mencionar a Celeste, su expresión se ensombreció. El pequeño la observó con gravedad, adoptando un aire de seriedad impropio de su edad.

—Mamá, tú dijiste que sí cuando papá preguntó si la tía Celeste podía venir conmigo. Ahora no te enojes con él.

Después de decir esto, tomó su mochilita con seriedad y se dirigió a su habitación, tan serio como su padre.

Las puertas se cerraron una tras otra, y Gabriela se quedó sola en el silencio de la sala.

Ya no sentía nada. Ni dolor, ni tristeza, ni siquiera rabia. Solo un extraño alivio que la tranquilizaba.

Era mejor así. Ahora podría irse sin remordimientos.

Gabriela no asistió al espectáculo del jardín de infantes. Al día siguiente regresó a la antigua mansión de los Morales para recoger todo lo que tenía guardado de Rafael.

Había estado enamorada de Rafael desde la preparatoria.

En aquellos tiempos la familia Morales aún gozaba de una posición acomodada y ella había crecido entre privilegios, pero eso no la había librado de enamorarse obsesivamente de Rafael, atesorando cada pequeño objeto suyo que lograba obtener.

Botones de sus camisas, plumas que había usado, exámenes donde había sacado calificaciones perfectas... y ese diario donde había registrado sus sentimientos.

Más tarde, cuando se casó con Rafael, nunca había vuelto a la mansión de los Morales, por lo que todas estas cosas se habían quedado allí. Todo seguía igual, pero ella ya no era la misma.

Ahora, al contemplar todos esos vestigios de su amor insensato y obstinado que empezó a los diecisiete, se daba cuenta de lo patética que había sido en el amor.

Nunca había sabido manejar el amor. Impulsiva y obstinada, pertenecía a ese tipo de personas que no saben cuándo rendirse y siguen luchando por un amor que no les corresponde.

Al recordar cada una de las cosas que había hecho, todo le parecía ridículo.

Gabriela guardó todas estas cosas junto con los objetos que había organizado el día anterior y las almacenó en el ático.

Después de dejar la capital, probablemente no regresaría en mucho tiempo.

Esta mansión había sido testigo de todos sus fracasos amorosos, pero también la había hecho despertar por completo.

Gabriela se quedó en la mansión hasta la tarde.

A media tarde, Sofía le llamó para que fuera a confirmar los detalles de cerrar las cuentas. Qué coincidencia: la casa de Sofía estaba cerca del jardín de infantes de su hijo Mateo.

Cuando llegó, el espectáculo del jardín de infantes acababa de terminar.

Un enjambre de reporteros había tomado la entrada del jardín de infantes, y todos tenían los ojos puestos en Rafael.

—Sr. Sánchez, ¿podría aclarar si Celeste Rivera es en realidad su esposa? Hace años se decía que ella había viajado al extranjero por motivos profesionales y que su relación había terminado. ¿Es cierto que usted y la señorita Rivera han estado casados en secreto todo este tiempo?

Mateo asistía a un colegio privado muy exclusivo que para esta ocasión había convocado a la prensa para cubrir el evento, pero nadie contaba con que Rafael apareciera acompañado de Celeste, lo cual desató el interés mediático.

Gabriela y Rafael habían contraído matrimonio de manera privada, sin fanfarrias públicas.

Aunque Rafael siempre reconoció a Mateo como su hijo, muy poca gente conocía a su esposa en la capital.

Y hoy era la primera vez que Rafael traía a una mujer al espectáculo de su hijo.

Además, todos sabían que Celeste y Rafael tenían una historia romántica del pasado.

Era lógico que la prensa empezara a atar cabos.

A lo lejos, Gabriela dirigió su mirada hacia Rafael.

Rafael siempre había sospechado que Gabriela lo había cazado usando el embarazo como estrategia para entrar a la familia, y esa desconfianza lo había llevado a mantenerla siempre en las sombras.

Cuando los reporteros empezaron con sus sospechas, Rafael se puso visiblemente tenso y molesto, con el ceño fruncido.

Justo cuando Rafael iba a decir algo, Celeste, que estaba a su lado, de repente se mordió el labio y dijo haciéndose la tímida:

—Es su vida privada. Estamos aquí por Mateo y su presentación. Por favor, concéntrense en los niños.

Los periodistas presentes sabían leer entre líneas, y inmediatamente captaron lo que Celeste estaba insinuando.

Pues la manera en que Celeste había manejado la situación la hacía ver como la verdadera señora Sánchez.

Rafael frunció ligeramente el ceño, pero entonces vio a Gabriela a lo lejos y no pudo ocultar su sorpresa.

Ya no era la mujer sencilla de siempre. Llevaba un elegante vestido verde esmeralda, el cabello ondulado recogido con una diadema de perlas, y un maquillaje impecable que resaltaba sus labios carmesí, cabello azabache, una belleza intensa y deslumbrante que acaparaba todas los miradas.

De repente se acordó que Gabriela había sido famosa en la capital por su belleza. Solo que, desde que se casó, rara vez se arreglaba de esa manera.

Diego, el secretario de Rafael apareció para controlar la situación y alejar a los periodistas.

Una vez que el escándalo se calmó, Celeste se percató de que Gabriela estaba allí.

Una mirada de satisfacción cruzó por el rostro de Celeste. Tomó la mano de Mateo y, junto con Rafael, se dirigieron hacia Gabriela formando el retrato perfecto de una familia unida, mientras que ella quedaba relegada al papel de espectadora.

Sin embargo, Gabriela observó esta escena con total serenidad.

Celeste se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y se dirigió a Gabriela con preocupación falsa:

—Ay, Gabriela, perdóname. Los periodistas estaban muy insistentes y no sabía qué decir para que nos dejaran en paz. No quería que se corran los rumores. Espero no haberte incomodado.

Rafael observó a Gabriela, frunciendo el ceño, y dijo fríamente:

—Celeste solo quería evitar causar problemas. Si hubieras venido, esto no habría pasado hoy...

Hasta Mateo se molestó y intervino tímidamente:

—Mamá, tía Celeste solo quería ayudarnos.

Aunque mamá se veía muy bonita hoy, diferente a como siempre la había visto, él quería más a Celeste, y no iba a dejar que mamá fuera mala con ella.

Al escuchar esto, los ojos de Celeste brillaron y sus labios se curvaron ligeramente.

Había pensado que Gabriela iba a perder los estribos y decir algo.

Pero para su sorpresa, Gabriela simplemente alzó los ojos y de repente sonrió levemente:

—Por mí no hay problema. Solo espero que los periodistas no lo malinterpretaran, porque al final los perjudicados serían ustedes.

A esas alturas, ya no le importaba el título de “señora Sánchez”. Pero las mentiras siempre se descubren. Cualquier periodista que hiciera bien su trabajo se daría cuenta de que las fechas no cuadraban entre la supuesta relación de Celeste y el nacimiento de Mateo.

Celeste se quedó momentáneamente desconcertada, y Rafael, que estaba a su lado, frunció aun más el ceño, cada vez más inquieto.

Rafael había creído que el día anterior Gabriela solo estaba siendo caprichosa para llamar su atención.

Pero ahora, cuando los periodistas malinterpretaron su relación con Celeste, ella seguía tan tranquila. ¿Qué le pasaba por la cabeza?

—Bueno, creo que todo está claro. Tengo que irme. Gracias por lo de hoy, Celeste.

Gabriela apartó la mirada y pronunció estas palabras con indiferencia. Luego observó una vez más la perfecta estampa familiar que Celeste había logrado montar.

Los tres llevaban conjuntos coordinados, y Mateo miraba a Celeste con esa adoración inocente que solo tienen los niños hacia sus personas favoritas.

Gabriela bajó los ojos.¿Acaso Celeste deseaba tanto quedarse con su familia? Muy bien. Si tanto lo deseaba, ella misma se engarcaría de cumplirle el deseo.

Cuando se alejara de sus vidas, Celeste podría ocupar su lugar libremente.
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