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Capítulo 6

Author: Lola
Gabriela bajó la mirada. Llevaba siete años casada con él, y esta era la primera vez que Rafael recordaba su cumpleaños.

—No es necesario.

Gabriela lo miró y, al ver sus ojos limpios de sospecha, se tranquilizó de inmediato: —¿No tienes que ver un proyecto ese día? El trabajo es más importante.

Al principio, cuando se casó con Rafael, solía hacerle pequeños berrinches, mimándolo y quejándose por los cumpleaños olvidados.

Después, él se volvió cada vez más frío e indiferente. Gabriela fue perdiendo poco a poco toda ilusión, hasta quedar completamente desencantada.

Por eso ahora, cuando Rafael mencionó el cumpleaños, solo sintió sorpresa, nada más.

Rafael fijó la mirada en ella, sintiendo que algo no estaba bien. Era raro que fuera tan comprensiva.

Antes habría dicho que no importaba, pero se le habría notado la ilusión en los ojos.

Rafael recordó lo mal que la había tratado todos estos años, las palabras de su amigo y su abuelo, y la miró con más ternura.

—No te preocupes —dijo con voz profunda y tranquila—. Ese día salgo temprano. ¿No siempre has querido ver fuegos? Mateo y yo te llevamos a verlos.

Mateo recordó lo que había dicho en el hospital, y al ver las heridas en el cuerpo de Gabriela, se sintió mal.

Es cierto que la tía Celeste era mejor que mamá en todo. Pero mamá seguía siendo su mamá.

Si dejaba de estar enojada, le volvería a hacer el desayuno y a acompañarlo al violín.

—Papá tiene razón, papá y yo podemos acompañarte a celebrar tu cumpleaños. —Mateo se aferró con suavidad a la tela del vestido de Gabriela y dijo rápidamente.

Gabriela vio cómo su hijo, normalmente tan frío, ahora se mostraba cariñoso y dispuesto a complacerla, pero no sintió nada.

Quizás en el pasado habría sentido una leve esperanza. Pero ahora sabía la verdad.

Ni Rafael ni Mateo la querían de verdad; solo le tenían lástima. Nada que ver con lo que sentían por Celeste Rivera. Ya no necesitaba migajas de cariño.

Sin embargo, aceptó su oferta.

—Está bien. —encontró la mirada de Rafael y asintió lentamente.

Si Rafael insistía tanto, que aquella noche se convirtiera en el último acto de una obra que ya no quería interpretar.

Gabriela no estaba herida de gravedad, pero los rasguños en las piernas le dificultaban moverse.

Por la noche, los tres regresaron juntos a casa.

Mateo siempre había sido un niño muy independiente. Después de cenar, se fue solo a su cuarto.

Pero esa noche Rafael no se fue al cuarto de visitas como siempre.

Gabriela se sorprendió un poco, por eso lo miró desconcertada.

—¿Te quedarás esta noche conmigo? —lo dijo sin mostrar emoción alguna.

Sabía perfectamente que Rafael la detestaba. Y después de cómo lo había rechazado hace dos días, no esperaba que se quedara.

—Con las piernas así, no puedes estar sola.

Rafael la vio dudar, miró sus heridas, sonrió apenas y agregó con calma: —Tranquila, no voy a aprovecharme de ti estando herida.

Gabriela no entendía por qué Rafael había cambiado de actitud tan repentinamente. Pero no podía encontrar una excusa para rechazarlo, así que se calló y asintió lentamente.

—Entonces voy a bañarme primero.

Como no estaban peleando por una vez, el ambiente se sentía incómodo, así que Gabriela rompió el silencio.

Se fue cojeando al baño con una prisa que revelaba su incomodidad, como si huyera de algo.

Al verla alejarse, la expresión de Rafael se suavizó y sonrió un poco.

Si ella realmente no tuvo la culpa de lo que pasó hace años, tal vez aún tenían una oportunidad.

Por otro lado, Gabriela no sabía lo que estaba pensando Rafael.

Él se mostraba más cálido que nunca, y aunque debería alegrarle, ahora se sentía confundida.

Para ella, cuando había amor de verdad, solo existían dos personas.

Pero Rafael nunca pudo sacar a Celeste de su corazón, por más que ella lo intentó.

Ya era hora de hacerse a un lado. ¿Para qué le daba ilusiones ahora?

Entre la distracción y el piso mojado, Gabriela se resbaló justo cuando se envolvía en la toalla y cayó al suelo. No podía evitar gemir de dolor.

El ruido en el baño pronto captó la atención de Rafael, cuya voz grave resonó desde el otro lado de la puerta.

—¿Qué pasó?

El dolor había puesto el rostro de Gabriela algo pálido. Conteniendo el sufrimiento, respondió en voz baja: —Nada, solo me caí.

Apenas terminó de hablar, la puerta del baño se abrió.

Rafael se inclinó para examinar su herida. Al ver su rostro pálido, frunció ligeramente el ceño: —¿Te duele mucho?

Gabriela negó con la cabeza, a punto de decir algo, pero antes de que pudiera hablar, Rafael se agachó y la alzó en brazos.

Gabriela se resistió instintivamente, pero Rafael la detuvo con voz firme: —No te muevas.

El dolor le quitaba las fuerzas, así que Gabriela no tuvo más remedio que dejarse llevar de vuelta a la cama.

Rafael echó un vistazo a su herida y, confirmando que solo era superficial, se tranquilizó un poco: —No es grave, pero déjame ponerte algo para que no se infecte.

"Otra herida", pensó Gabriela mientras asentía sin ganas.

Cuando Rafael fue a aplicarle el antiséptico, se dio cuenta de que solo llevaba una toalla y no podía evitar observar sus piernas.

Su piel blanca como el jade, las piernas largas y delgadas resaltaban aún más bajo la luz cálida del cuarto. Su rostro, sereno pero frío, tenía un aire casi irreal... todo en ella era cautivador.

Rafael se detuvo un momento, con una mirada intensa.

Al notar su vacilación, Gabriela entendió lo que pasaba y trató de quitarle el antiséptico.

—Lo hago yo.

Pensaba que Rafael no quería tocar su cuerpo.

Rafael creía que ella se había metido en su cama por interés, así que desde entonces la despreciaba y la evitaba por completo.

—No te muevas.

Pero Rafael habló de repente. Le sostuvo la pierna con firmeza pero sin brusquedad, dejándola sin palabras.

Rafael empapó un algodón y empezó a curarle la herida con delicadeza.

El antiséptico estaba frío, así que Gabriela se mordió el labio y cerró los ojos para aguantar el dolor.

Rafael siguió aplicando el medicamento con cuidado. Cuando terminó, Rafael guardó el antiséptico.

—Te lastimaste bastante la pierna. Procura que no se moje por unos días.

Mientras Rafael hablaba, alzó la mirada y se quedó viendo el rostro de Gabriela.

La luz tenue de la habitación creaba una atmósfera íntima.

Gabriela tenía la mirada baja, las pestañas largas y espesas enmarcando sus ojos almendrados, los labios húmedos ligeramente abiertos, frescos y tentadores.

Sus facciones eran extraordinariamente delicadas, con ese aire hipnotizante que la caracterizaba.

Rafael se quedó paralizado. Aunque siempre supo que Gabriela era hermosa, nunca se había dado cuenta de lo cautivadora que podía ser.

Era su esposa, pero durante estos siete años la había tratado con frialdad y desprecio, sin darle la más mínima oportunidad de acercarse a él.

Quizás habían desperdiciado demasiadas oportunidades.

—Gabriela... —Rafael tragó saliva, su mirada inusualmente tierna—. Aquella vez... en el hotel, tú...

Antes de que pudiera terminar la frase, su celular empezó a sonar, rompiendo el momento íntimo.

Gabriela echó un vistazo al nombre en la pantalla: era Celeste. Y no dijo nada.

Rafael no era de tener muchos amigos.

Nadie del trabajo se atrevía a llamarlo fuera de horas, y sus pocos amigos tampoco solían hacerlo tan tarde, excepto Celeste.

Rafael frunció el ceño, pero aun así contestó la llamada.

Momentos después, se puso cada vez más serio, y le respondió rápidamente: —Entendido, voy para allá ahora mismo.
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