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Capítulo 5

Author: Luna Serena
Con suerte, Benito todavía confiaba en mí.

Apenas hojeó las páginas y firmó donde le señalé, sin detenerse a leer nada.

Y cuando estampó su firma en la última hoja del acuerdo de divorcio, sentí que por fin podía respirar.

Tenía miedo de que cambiara de idea, así que en cuanto terminó lo guardé con cuidado.

De regreso en la habitación principal, escondí la copia firmada entre las páginas de un libro.

Lo que seguía era esperar a que el divorcio fuera oficial.

***

Esa misma noche empecé a empacar para dejar el dormitorio.

Cuando Benito volvió y me vio cojeando, juntando mis cosas para dejarle el cuarto a su amante y a la niña, me detuvo.

—Eso que lo hagan las sirvientas.

Su voz sonaba tranquila, casi suave:

—Cuando pase el escándalo y ellas se vayan, vuelves a esta habitación. Tenlo por seguro, no van a durar mucho aquí.

Solté una risa amarga y lo miré de frente:

—¿Y quieres que encima te dé las gracias de rodillas por ese favor?

El gesto de Benito se endureció al instante.

En realidad no era una mudanza: solo iba al cuarto de invitados, así que no necesitaba llevar demasiado. Un poco de ropa, algunos cosméticos, y lo más importante: una pequeña caja de madera guardada en lo alto del armario.

No dejé que nadie me ayudara. Yo misma subí a una silla y bajé la caja con sumo cuidado.

En las fotos, esa niña era el tesoro de Benito. Y en esa cajita... estaba el mío.

Mi hija nunca tuvo la oportunidad de vivir como cualquier niño, de correr y reír libremente. Su mundo fue siempre ese cofre oscuro donde ni siquiera entraba la luz del sol.

Mientras sacaba la caja, Benito hablaba por el celular en el balcón, dándole órdenes a su asistente sobre qué ruta tomar para traer de vuelta a Yulia y a la niña sin llamar la atención.

Cuando regresó y me vio con la caja en brazos, frunció el ceño y preguntó, incómodo:

—¿Para qué la tienes?

En sus ojos oscuros se asomaba la duda.

Y yo, inevitablemente, pensé: "Si nuestro hija hubiera vivido, ¿habría sido distinto? ¿Habría seguido siendo fiel? ¿O también mi hija habría sido su tesoro?"

Sacudí esos pensamientos de inmediato. No valía la pena desgastarme más por un hombre así.

Ya me disponía a salir cuando me sujetó de la muñeca:

—Dime, ¿por qué llevas eso?

Lo miré con frialdad.

—Porque es lo único en esta casa que todavía me pertenece.

Tal vez le desperté un resto de humanidad, porque su mano fue aflojando.

Me fui a la habitación de invitados, puse la caja en el lugar más seguro y me quedé mirándola largo rato...

***

Al día siguiente, a mediodía, Yulia y la niña llegaron a la mansión.

Ana acababa de servir la comida: en la mesa había puros platos vegetarianos. Por más variados o finos que fueran, para quien no está acostumbrado igual saben a nada.

Yulia, buscando agradar a Benito, fingía disfrutar cada bocado con entusiasmo e incluso trataba de convencer a la niña para que probara, entre sonrisas y ruegos.

Yo solté una risa sarcástica.

La gran estrella de la televisión, tan deslumbrante en pantalla, reducida a eso frente a mí.

Menos mal que nunca la tuve de ídolo.

Después de apenas probar un par de bocados, Benito dejó la cuchara con gesto de fastidio:

—¿Estos vegetales los trajeron hoy por avión? El arroz tampoco sabe igual.

Ana me miró con cierta incomodidad antes de responder:

—Normalmente la señora se encarga de todo. Hasta el arroz lo prepara mezclando distintos granos... jazmín, cebada, trufa, avellanas turcas, siempre con la medida justa. Pero hoy no se sentía bien y me tocó hacerlo a mí; hice lo que pude, aunque claro, no sabe igual.

Benito se mostró sorprendido. Nunca imaginó que un simple cambio de manos pudiera alterar tanto el sabor.

Me miró directo, como esperando que dijera que volvería a cocinarle.

Pero no le di el gusto.

¿Quién en su sano juicio gastaría tiempo y esfuerzo en alimentar al hombre de otra?
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