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Capítulo 6

Author: Luna Serena
Benito, con su arrogancia de siempre, jamás me pediría en la cara que le siguiera cocinando.

Pero, como era tan quisquilloso para la comida, apenas terminó de comer llamó a su asistente y ordenó:

—Consígueme un chef especializado en cocina vegetariana. El sueldo no importa, pero lo quiero aquí mañana mismo.

En ese momento Yulia, que no había abierto la boca y se notaba incómoda, por fin habló:

—Señorita Lara, sé que tiene sus reservas conmigo. Sé que traer a Elsa a esta casa no estuvo bien...

Respondí con calma, sin levantar la voz:

—Mira qué cara dura... y todavía te quedas aquí como si nada. ¿No tienes otro lugar? ¿Necesitas ser la amante para tener dónde dormir?

Su cara se descompuso: primero pálida, luego encendida de rabia.

Quiso responder, pero se mordió las palabras. Con los ojos llenos de lágrimas, miró a Benito en busca de auxilio.

Solo yo alcancé a notar cómo, bajo el mantel, sus dedos se crispaban con fuerza.

Elsa, aunque tan pequeña, captó el mal ambiente.

Asustada, corrió hacia Benito, se subió a sus piernas y murmuró con miedo:

—Papá, ¿quién es esa mujer? Es muy mala.

—No tengas miedo, Elsa. Ella... no es una mala persona.

Benito me lanzó una mirada de advertencia. Pero delante de Yulia no levantó la voz ni me hizo pasar vergüenza.

Supongo que, después de traerlas a la casa con tanto descaro, hasta él sentía un poco de culpa porque yo no armara un escándalo. Por eso no fue más allá.

¿O esperaba que aceptara a su amante y encima les sonriera?

Yulia, al ver que no lograba provocarme, se ponía cada vez más incómoda. Los platos vegetarianos le sabían a nada, y a la niña tampoco le gustaban.

Yo no pude evitar la burla por dentro.

Fanática de la carne como soy, llevaba tres años comiendo como en Cuaresma todos los días, solo porque Benito era tan devoto y yo lo quería demasiado como para no seguirle el paso.

Y ella, que soñaba con quitarme al esposo, ni siquiera podía con algo tan simple.

Dejé el tenedor sobre la mesa, satisfecha, y me levanté en medio de esas miradas tensas.

Al volver a la habitación, respiré hondo.

Llevaba casi cuatro años en esa casa y ahora, desterrada del dormitorio principal a un cuarto secundario, me sentía como una extraña en mi propio hogar.

No había pegado un ojo en toda la noche. Quise descansar un rato al mediodía, pero unos golpes en la puerta me despertaron.

Abrí, y allí estaba Yulia, con una bolsa grande en las manos.

—Señorita Lara, perdone... aquí están las fotos de su boda con Benito. Él dijo que no era apropiado que Elsa las viera, así que le ruego que las guarde.

—No hace falta. Tíralas a la basura.

Respondí sin expresión y quise cerrar la puerta.

Pero Yulia, lejos de apartarse, sostuvo el marco y, con voz melosa, insistió:

—Señorita Lara, lo de Elsa es un secreto entre Benito y yo... algo difícil de explicar. No hace falta que lo tome así. Cuando nos vayamos, usted podrá volver a colgar esas fotos.

¿Un secreto?

Claro... ellos con sus secretos, y yo reducida a una ficha más en su juego.

No quise gastar más saliva. Le arranqué la bolsa de las manos y la lancé sin cuidado dentro de la habitación.

El marco de cristal se hizo trizas al caer.

Yulia se quedó quieta, esperando encontrar en mi cara algún rastro de dolor.

Tal vez, en su mente, yo debía agacharme a juntar los pedazos y ponerme a llorar. Al fin y al cabo, estaba a punto de ser la esposa descartada.

Pero yo solo miré el suelo con frialdad:

—Listo, ya guardé las fotos. ¿Algo más? ¿Quieres que guarde también la cama donde dormimos Benito y yo?

Se quedó muda, y su cara perfecta se torció de rabia.

Yo le respondí con un portazo que la dejó fuera.

No volví a tocar esa bolsa. La dejé junto a la puerta. Después le pediría a Ana que se deshiciera de ella.

Cuando desperté de la siesta, revisé el celular y vi una solicitud de amistad en WhatsApp.

El avatar era la foto de Elsa.

No había que adivinar: era Yulia detrás de la pantalla.

En lugar de rechazarla, acepté.

Tal como imaginé, su plan era usar sus publicaciones para envenenarme la cabeza a todas horas.

Debí ignorar esa cuenta... pero pudo más la curiosidad y entré a su perfil.

Lista, claro. Con tablas en el medio del espectáculo, sabía cómo salir impecable.

Ni una foto de los tres, ni siquiera selfies.

Pero las de Benito con Elsa sí estaban ahí, nítidas, en cada fecha especial, en cada celebración.

Cuadradito tras cuadradito, cada foto con su pie cursi.

Durante mi embarazo soñaba con verlo de papá, me lo imaginaba así.

La ironía me dio de lleno: eso que tanto esperé no me tocó a mí. Me lo restregaba, perfecto y feliz, el perfil de su amante.

Seguí deslizando, con lupa, buscando la fecha exacta en que empezó su traición.

Y de pronto me quedé helada.

No era el día en que me engañó... era el día más oscuro de mi vida.
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