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Capítulo 7

Author: Luna Serena
Lo recuerdo como si fuera ayer: a finales del antepasado, la salud de mi madre se desplomó de golpe.

Ya estaba en estado vegetal, pero esa vez todos sus órganos empezaron a fallar al mismo tiempo. Estuvo al borde de la muerte.

Los especialistas hablaron de un nuevo equipo capaz de renovar toda la sangre y, al mismo tiempo, dar soporte cardiopulmonar. Si se usaba a tiempo, existía una mínima esperanza de revertir la crisis.

Ese aparato, casualmente, lo había desarrollado la empresa de Benito.

Todavía no estaba en el mercado y solo se conseguía con contactos internos.

Pensé que para Benito sería cosa fácil.

Pero en cuanto le llamé para contarle que mi madre empeoraba, él solo respondió:

—Diles a los médicos que hagan todo lo posible. El dinero no importa. Estoy en un asunto urgente, hablamos después.

Ni siquiera me dejó terminar. Colgó de inmediato, sin un segundo de paciencia para escucharme.

Para Benito, el dinero era lo más fácil del mundo.

Como lo era yo: fácil de tener, y por eso mismo, fácil de despreciar.

Ese día me quedé hecha pedazos, sin entender qué podía ser más importante que la vida de mi madre.

Ahora ententí: aquella "urgencia" era llevar a Elsa al parque de diversiones más grande de la ciudad, con Yulia de su brazo.

Mientras yo me ahogaba en la desesperación, pidiendo ayuda en silencio, él jugaba a ser el papá perfecto.

Al final, fue mi hermano quien consiguió el aparato, y mi madre se aferró un tiempo más a la vida.

Pero la angustia de ese día, el terror de pensar que podía perderla en cualquier momento, jamás se me borrará.

Con la rabia quemándome por dentro, encendí la computadora y guardé capturas de todas las publicaciones de Yulia, una por una.

Hoy lo que ella presume para provocarme, luego será mi prueba en el tribunal.

Al repasar esas imágenes, volvió a mí lo que Benito había dicho ayer: que las fotos filtradas habían salido de nuestra empresa.

¿Cómo podía ser?

Yo era la editora en jefe, y nada salía publicado sin pasar por mis manos.

¿De verdad Benito se estaba equivocando, o había alguien en mi equipo jugando sucio?

En ese momento golpearon la puerta.

Antes de que pudiera contestar, Benito ya estaba dentro, con la cara dura y acusadora.

Dejó caer su celular sobre mi cama y me encaró de lleno, sin rodeos.

—¿Hasta cuándo vas a seguir con esto?

Confundida, tomé el celular y recién entonces vi la pantalla: otra filtración, nuevas fotos de Yulia.

De nuevo, un perfil borroso de Benito, imposible de reconocer.

Pero ya era el segundo escándalo seguido, y estaba claro que las balas iban dirigidas a ella.

Lo miré directo a los ojos y, casi en un susurro, le dije:

—No fui yo. ¿Podrías, por una vez, creerme?

De pronto Elsa irrumpió corriendo, con lágrimas de desesperación:

—¡Papá, mamá quiere irse de la casa! ¡Por favor, deténla!

La cara de Benito se tensó. Levantó a la niña en brazos y salió de mi habitación a toda prisa.

Lo seguí hasta la sala, donde intentaba detener a Yulia.

Elsa le agarraba la mano, empapada en lágrimas, rogándole que no se fuera.

Yo me quedé de pie, en silencio, mirando esa escena de familia perfecta.

En internet decían que Yulia no era más que una cara bonita sin talento, un ídolo inflado por los fans.

Pero para actuar, vaya que servía: lloraba con la facilidad de una actriz de telenovela, lágrimas rodándole una tras otra.

—Benito, déjame irme. Ya no aguanto más —dijo con la voz quebrada—. Si esto sigue así, mi reputación se arruinará para siempre.

Antes de que él la consolara, hablé despacio:

—¿Reputación? ¿De verdad te preocupa? Ya metiste a tu hija ilegítima en esta casa sabiendo que eras la otra... ¿y todavía hablas de honor?

—¡Valeria, cállate! —rugió Benito, y enseguida bajó la voz para dirigirse a Yulia.

—Yo me encargo. No puedes irte. Elsa no puede quedarse sin ti.

La niña, temiendo que su madre de verdad se marchara, sollozó:

—Mamá, si te vas, llévame contigo... y también a papá. No quiero quedarme con esa mujer mala.

Señaló hacia mí con desprecio.

Yulia la abrazó, con lágrimas en los ojos:

—Amor, yo tampoco quiero separarme de ustedes. Pero...

Lo miré con frialdad:

—No hace falta que nadie se vaya. Mañana mismo traeré a un abogado para hacer las cuentas. Me quedaré con lo que me toca y así no molesto más a tu princesa.

Creí que, puestos a elegir, Benito aprovecharía la ocasión para librarse de mí.

Al fin y al cabo, su amante y su hija también deseaban verme fuera.

Pero su mirada se nubló, pesada como tormenta:

—Hasta que no se aclare todo esto, no sales de esta casa.

La decepción me caló hondo.

Y lo de Yulia todavía más: después de tanto drama, al final se dejó convencer y se quedó.

***

Al caer la tarde, Ana tocó mi puerta con cautela:

—Señora, la cena está lista. ¿Quiere que se la lleve aquí?

Sabía que ella había escuchado la discusión en la sala y quería ahorrarme otra humillación.

Pero yo no iba a cargar con una culpa que no era mía.

Podría haber mostrado esas fotos y desenmascarado al verdadero culpable, pero como no lo hice, tampoco iba a permitir que me señalaran.

Así que rechacé su ofrecimiento y fui al comedor.

Yulia no esperaba que me sentara a la mesa.

Benito estaba en la cabecera; a sus lados, Yulia y Elsa.

¿Querían darme a entender que ya no había lugar para mí?

Pensé en ocupar la punta contraria, pero desde ahí ni siquiera alcanzaba a servirme.

En cambio, avancé despacio y me senté justo al lado de Elsa.

En un segundo, la niña salió corriendo hacia su madre, con esa cara de quien ve un monstruo.

Yulia la rodeó con ternura y dijo:

—Benito, creo que será mejor que Elsa y yo cenemos en la habitación.

Se hacía la asustada, fingiendo que debía esconderse de mí.

Pero Benito respondió con dureza:

—Las que tendrían que levantarse de esta mesa no son ustedes.

Y luego me soltó la advertencia de frente:

—Valeria, deja tus celos y tus jueguitos. Ya dije que ellas están aquí de paso, no van a afectarte.

Apenas esbocé una sonrisa torcida.

Yulia, fingiendo humildad, metió palabra:

—Señorita Lara, entre Benito y yo no es lo que usted piensa. Le ruego que deje de atacarme y, sobre todo, que no lastime a Elsa. Si un día su foto llega a circular, no sé qué sería de ella.

Al oír eso, Benito se puso más rígido. Su mirada me atravesaba como cuchillo.

Yo asentí despacio:

—Es cierto, los niños son inocentes. Quien filtró esas fotos es un miserable. Usar a una niña así es despreciable. Mañana mismo voy a la empresa para investigar y dar con el culpable.

Yulia, nerviosa, se apresuró a decir con voz suave:

—Eso... no será tan fácil de comprobar, ¿verdad? Nadie que filtre algo usaría su propio celular.

Sonreí apenas:

—No te preocupes, yo sé cómo manejarlo. Y voy a descubrir qué rata se vendió... y ahora se atreve a gritar ¡al ladrón!

Su cara se tensó de inmediato.
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