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Capítulo 2

Auteur: Renato Ríos
Ni hablar de lo que tuve que hacer para dar a luz. Tuve que sacar a mis hijos con mis propias manos, y quedé completamente destrozada.

Cuando logré sacar al primer bebé, ya no pude seguir respirando.

Un agujero se abrió dentro de mí, por donde salió el niño, y de inmediato comenzó a sangrar sin parar. El segundo bebé quedó atrapado en ese túnel de carne y sangre.

La sangre espesa me empapó el cabello, y mientras sostenía al bebé ensangrentado, sin llegar siquiera a cerrar los ojos… dejé de respirar.

No sé cómo reaccionaría Bruno si viera esa escena.

Pero, en ese momento, él estaba ocupado abrazando a Liana.

—¡Es mi maldita culpa! —le decía, con lágrimas de cocodrilo—. ¡No debí dejar que Michelle te preocupara! Te juro que esta va a ser la última vez que esa mujer tenga un hijo mío. ¡Nunca más verás a una embarazada en esta casa!

—Ni te imaginas —decía Liana, lloriqueando—. Michelle me quiso dar lástima. Me dijo que el bebé estaba muy grande, que seguro el parto iba a ser difícil. También me contó que el doctor le dijo que tenía que ir al hospital de inmediato.

—¡Esa mujer ha aguantado sin comer ni beber tres días en el monte, y ahora me viene con que le da miedo parir! —gruñó Bruno.

Sentí un apretón en el pecho.

Estar embarazada es algo que nadie puede entender si no lo ha vivido… y menos cuando se llevan gemelos.

Desde que supe que los esperaba, cada día era más pesado, más cansado. Varias veces me desmayé y tuve que ir al hospital para no perderlos.

Cuando me encerraron en el ático, rogué que me dejaran salir.

¡Porque, si en serio me dejaban ahí tres días, no íbamos a salir vivos ni los bebés ni yo!

Pero Bruno ni se inmutó. Delante de mí, le gritó al encargado:

—¡Muévete! ¡Tira la llave y que nadie le abra a Michelle! ¡En tres días, quiero verla de rodillas pidiéndole perdón a Lia!

Para poder seguir respirando, bajé los cuadros de las paredes. Con las manos ensangrentadas y las uñas destrozadas, traté de forzar la ventana del ático.

Aunque el dolor era insoportable, me arrastré hasta la orilla, me agarré de las tejas y me fui moviendo poco a poco, con la esperanza de llegar a otra habitación y escaparme.

¿Y qué fue lo que vi?

Allá abajo, en el jardín, Bruno y Liana estaban pegaditos, besándose como si no hubiera un mañana.

Se besaban con unas ganas que no me dejaban duda de lo que estaba pasando.

Liana lo empujó de golpe, levantó la cara hacia el ático y gritó asustada.

Bruno levantó la vista, y, cuando me vio, se llenó de rabia.

Estaba convencido de que fue a propósito para que Liana me viera.

Mandó a traer una grúa, y él mismo la manejó. Usó la pala empujadora para darme un golpe en el estómago y me empujó de regreso al ático a la fuerza.

El dolor fue tan fuerte que casi me desmayé. La sangre bajaba por mis piernas a chorros.

Y entonces, con los ojos abiertos de par en par, con el bebé en mis brazos… dejé de respirar.

Bruno le acercó un vaso de agua a Liana.

—Ya mandé a traer a Michelle para que te pida disculpas. Si coopera, la llevaré al hospital. Si no, que tenga a los niños en ese cuarto, como un perro.

Liana bebió a sorbitos, pero igual se atragantó y tosió. Se le llenaron los ojos de lágrimas; y parecía muy débil.

—Bruno, no seas tan malo con Michelle… —dijo en voz baja—. Tener un niño es algo peligroso.

Bruno suspiró y la miró como si fuera de cristal:

—Eres tan buena que hasta Michelle se aprovecha de eso. Ella aguanta lo que sea. Puede estar días sin comer ni tomar agua y no le pasa nada. Tú, en cambio, te ahogas con un traguito de agua. —Le acarició la nariz con ternura—. Y ahora me sales con que parir es peligroso… ¡como si tú hubieras tenido un hijo!

Liana pareció un poco preocupada. Bajó la cabeza y dijo, con tono de niña mimada:

—Solo tú, Bruno… eres el único que ha descubierto lo frágil que en realidad soy…

Liana levantó la cara de nuevo, con los ojos llorosos y los labios húmedos de tanto morderlos. Lo abrazó por el cuello y pegó su pecho al de él, restregándose sin ninguna vergüenza.

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