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Capítulo 5

Author: Elías Mar
—Me voy a dormir.

Después de decir eso, Octavio se levantó y se marchó. Elvira, con una mano en el pecho, lo vio alejarse. Leandro suspiró.

—Ese carácter tan fuerte lo heredó de ti. Ya va a cumplir treinta, todo el mundo a su edad ya se ha casado o incluso ya tienen hijos. ¿Y él? Solo piensa en ir al hospital.

—¿Y qué si lo heredó de mí? —dijo Elvira orgullosa, al tiempo, le lanzó una mirada asesina.

—Esta noche duermes en el estudio, yo también me voy.

Apenas ella subió las escaleras, se encontró con Octavio, que ya se había cambiado de ropa y venía bajando.

—Mamá, el hospital me avisó que hay una cirugía de emergencia. Me tengo que ir enseguida.

Antes de que ella pudiera responderle, él ya había salido. En el comedor, Leandro golpeó la mesa furioso.

—Mira a tu hijo. Apenas pasó una hora en casa y ya se va sin decir nada. Ninguna mujer va a querer casarse con él.

—¿Y por qué gritas? —Elvira le dijo impaciente, tapándose las orejas.

—Sí, es mi hijo. ¿Acaso no es tuyo? Además, Octavio solo está cumpliendo con sus obligaciones.

Octavio volvió a casa a las once y media de la noche. Un golden retriever de pelaje largo color crema corrió feliz hacia él y se frotó contra sus piernas. Él le acarició la cabeza, se sirvió un vaso de agua y entró silencioso al estudio.

Por la mañana había dejado la ventana abierta, y el viento había tirado los papeles que tenía sobre el escritorio, así que se agachó para recogerlos: eran historiales médicos que había estado revisando en detalle. Las causas de una hinchazón abdominal severa eran muchas. Después de horas leyendo, los ojos ya le ardían. Cansado, se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz, pero el ardor seguía ahí.

Miró su celular un segundo. Ese mismo día, Fabricio le había escrito.

—Le pregunté a Mireya Palacios, la que estaba en el otro curso, y era la mejor amiga de Noelia, pero me dijo que ella tampoco ha podido contactarla.

¿Ni su mejor amiga podía encontrarla? Octavio abrió el chat grupal: cuarenta y ocho personas, casi todos con sus perfiles públicos, salvo seis o siete que lo tenían privado. Hacía años que no usaba Facebook. En WhatsApp, Noelia lo había bloqueado hacía mucho tiempo.

Comenzó a enviarle solicitudes a esos perfiles privados. En pocos minutos, tres aceptaron, pero ninguna era ella. Al día siguiente, otros tres también lo aceptaron. Pero al ver los perfiles, se desilusionó por completo, porque ninguno de esos era de ella.

Solo quedaba un último perfil. Octavio lo observó detenidamente por un largo rato. Tenía como foto de perfil una imagen vieja y de baja calidad, de una chica sacada de internet. No era muy activa. Estaba casi seguro de que era Noelia.

Por la noche, volvió a mirar el teléfono: aún no había aceptado su solicitud. La envió de nuevo.

Después, ella le envió un mensaje con tres preguntas:

¿Para qué me agregas? ¿Quién eres? ¿Quién crees que soy?

A la primera, respondió con un simple punto.

A la segunda: Octavio Villalba. A la tercera: Noelia Bazán.

Un colega comentó: —Doctor Villalba, hoy lo noto algo distraído, siempre mirando el celular. ¿Está esperando un mensaje de su novia?

Varias miradas curiosas voltearon enseguida a verlo. En el hospital, eran numerosas las mujeres que lo buscaban con ganas de tener algo más serio. Incluso había rechazado a la hija del director. El hecho de que rechazaba de forma automática todas las muchachas que se le insinuaban solo hacía que ellas lo desearan más.

Como siempre, Octavio no respondió. El médico que había iniciado la broma solo sonrió, algo incómodo.

Una semana después, Aitana abrió Facebook por casualidad y vio la solicitud de amistad de Octavio. Se asustó tanto, que se puso nerviosa y casi se le cae el celular. Revisó una a una sus publicaciones y notó que parecía que todos los días él entraba a mirar sus viejas fotos y sus historias.

Ignoró la solicitud. Pero durante esa semana, Octavio sacaba el celular de vez en cuando para comprobar si lo había aceptado, revisando concentrado su perfil una y otra vez. La solicitud aún seguía sin respuesta. Era como si su cuenta estuviera inactiva… o como si realmente estuviera muerta.

Octavio estaba en el gimnasio. Llevaba una camiseta gris ajustada por el sudor, marcando la línea definida de sus abdominales. Sin querer una gota de sudor resbaló desde su nariz recta hasta su mandíbula afilada. Corría en la caminadora, dejando que la descarga de dopamina le ayudara a esquivar la respuesta que no quería aceptar: que Noelia hubiera muerto.

En otra tarde de consulta, durante su descanso, Octavio creó una nueva cuenta de Facebook. Tal vez ella seguía viva, pero no quería agregarlo a él. Igual que cuando rompieron y le devolvió todas sus cosas, y desapareció sin dejar rastro alguno.

Con el nuevo perfil volvió a responder sus tres preguntas: “.”, “Orlando Carver”, “Tengo algo que decirte”.

Orlando había sido el secretario deportivo de otra clase, famoso por su habilidad en el baloncesto. Él recordaba haber visto a Noelia y a Mireya ir a darle una carta de amor. Esa tarde, Noelia tenía las mejillas rojas como un tomate y se veía linda con el uniforme escolar. Bajaba las escaleras tomada del brazo de Mireya.

Usar el nombre de Orlando para contactarla no era algo honesto, pero se dejó llevar. Si aceptaba, sería la prueba de que seguía viva.

Había una espina clavada en su corazón desde hacía siete años: y nadie más se la podía sacar. En esos años, en el extranjero, soñó con ella varias veces.

En su último semestre de universidad, antes de irse del país, se encontró con ella en un hotel y pasaron todo el día y toda la noche juntos.

Al principio, su relación fue un simple accidente, pero con el tiempo se volvió adicto a ella. En lo íntimo, tenía sus rarezas: no le gustaba estar en la cama y encontraba especialmente excitante verla llorar. Aunque ella era gorda, él, alto y fuerte, la alzaba sin esfuerzo.

Antes de marcharse, le dio una tarjeta con veinte mil dólares. Ella aceptó con gusto, y él se alegró: por lo general rechazaba sus regalos, y solo los aceptaba si él le decía que, si no, los tiraría a la basura.

En ese momento, ella se recostaba sobre su pecho, con la piel completamente sonrojada. Él le dijo que se llevara el dinero para comprarse algo que le gustara.

Ni siquiera había pasado un mes desde que se fue del país, Elvira, la mamá de Octavio, lo llamó para decirle que había llegado un paquete para él. Como él no se estaba adaptando bien al país y casi ni se paraba de la cama por el malestar que le produjo el cambio de clima, le dijo que lo dejara allí. No había tenido noticias de Noelia en todo ese tiempo. Cuando intentó escribirle, se dio cuenta de que ella lo había bloqueado.

Para Octavio, siendo el hijo favorito de sus papás, que siempre le salía todo bien, eso fue un golpe al ego. No era que necesitara estar con ella, podía tener a cualquier otra mujer que quisiera. Pensó que se enfadaba sin motivo aparente, ya que se había comportado de forma extraña las últimas semanas.

Meses después, regresó a casa para visitar a su familia, y encontró un paquete en su estudio. En la etiqueta había un nombre: Noelia Bazán.

Con el corazón acelerado, abrió la caja. Adentro estaban todos los regalos que él le había dado en todos los tres años de relación. También una tarjeta con todo el dinero que le había transferido, intacto. Cada objeto llevaba una nota con la fecha y el lugar donde se lo dio, o incluso con detalles como comidas o bebidas que él pagó, con los precios exactos.

Había bolsos, joyas, un reloj, en total más de setenta mil dólares. Todo nuevo, sin usar. Incluso incluyó gastos pequeños como cenas o noches de hotel.

Le empezó a doler la cabeza, y sentía como si su corazón se estuviera rompiendo. Enfurecido pateó la caja, haciendo que su contenido se volcara y quedara todo tirado en el suelo. Entre ellos, dos cajas sin abrir de preservativos, que quedaron a sus pies, como si se burlaran de él.

Su pasado juntos, ya no significaba nada para ella.
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