Share

Capítulo 11

Author: Mora Pequeña
Las palabras de Catalina golpearon a Camilo como un rayo, dejándolo aturdido durante un largo rato.

Su mente solo estaba llena de la imagen de ella, agitándose desesperadamente en el agua mientras las sirvientas reían y bromeaban junto al estanque. Un sordo dolor en el pecho se hizo más intenso. Era evidente que quería decir algo, pero sentía la garganta cerrada. Cuando la figura de Catalina desapareció tras la puerta de madera pareció recuperar la compostura.

—Señorita, buah... —Los lamentos de Lorena resonaban en sus oídos, resultándole especialmente irritantes.

Beatriz le lanzó una mirada fulminante a Lorena.

—¡No haces más que llorar! ¿Por qué no has ido a buscar al médico de la casa?

Lorena se puso firme y se alejó apresuradamente. Camilo acompañó a Beatriz de vuelta al Patio de las Camelias, donde el médico de la familia había llegado con Teresa.

Mientras el médico atendía a Beatriz en el interior, Teresa llevó a Camilo a la sala exterior.

—¿Qué demonios ha pasado? ¿Cómo ha acabado tu hermana en el agua? ¿Ha sido Caty quien...?

—¡Mamá! —Él arrugó la cara y la interrumpió con voz baja—: Caty salvó a Bea.

Mientras hablaba, se le ocurrió algo. Se volvió hacia Lorena, que estaba cerca:

—Ven aquí.

La mejilla izquierda de Lorena estaba visiblemente hinchada y enrojecida, prueba de que Nieves la había golpeado con fuerza letal. Se acercó con la cabeza gacha y se arrodilló inmediatamente en el suelo. Ya fuera intencionadamente o no, la mitad hinchada de su cara quedaba frente a Teresa.

Al ver esto, ella dio un grito ahogado:

—¡Dios mío! ¿Qué le ha pasado a tu cara?

Lorena permaneció en silencio, limitándose a lanzar una tímida mirada a Camilo.

Él también la miró detenidamente antes de hablar:

—¿Tienes problemas con Caty?

El corazón de Lorena dio un vuelco. Negó con la cabeza.

—¡No, no! ¡Cómo podría tener problemas con la señorita Catalina!

—Si no es así —dijo y, su voz se volvió gélida—, ¿por qué la has calumniado repetidamente?

Antes, en el Patio de las Azucenas, se había dejado cegar por la ira, pero la verdad era obvia, incluso sin reflexionar profundamente. Caty no era tonta, ¿cómo iba a hacer daño a alguien en su propio patio, a la vista de todos?

Y esta criada acababa de llegar al Patio de las Azucenas poco después que él. Para entonces, tanto Caty como Bea ya habían salido del estanque, ¡y aun así, ella pudo afirmar con tanta certeza que la había empujado!

Al recordar cómo, tres años antes, esa misma criada había hablado con tanta certeza inquebrantable, Camilo sintió un escalofrío en el corazón. Entonces, Lorena percibió el mal humor de Camilo. Sabía que si pronunciaba una sola palabra equivocada, podría ser arrastrada fuera y golpeada hasta la muerte.

Sus ojos se movían frenéticamente hasta que logró soltar:

—¡Yo... solo estaba muy preocupada por la señorita! Temía que fuera acosada. ¡Lo hice todo por mi señorita!

—¿Por tu señorita? —Se burló él con frialdad—. ¿Acaso fue tu señorita quien te ordenó actuar así?

—¡No, no! —Lorena negó con la cabeza, pero no se atrevió a decir nada más.

Había pensado que sus palabras podrían despertar la compasión de Camilo, pero se dio cuenta de que estaba arrastrando a Beatriz al fango. En ese momento, el llamado de esta última llegó desde la habitación interior:

—Lorena... Lorena...

Esa voz débil, pero lastimera, sonaba conmovedora. Camilo arrugó la cara, pero la ira que se había desatado en su interior se fue apaciguando poco a poco con las débiles y repetidas llamadas de Beatriz.

Miró a Lorena con frialdad y le advirtió en voz baja:

—Si esto vuelve a suceder, Nieves no tendrá que mover un dedo: ¡yo mismo te cortaré la lengua y se la daré de comer a los perros! ¡Ahora, ve a atender a tu señorita!

—¡Sí, sí! —Se puso en pie apresuradamente y se precipitó hacia la habitación interior.

Teresa, que había estado de pie cerca, finalmente dejó escapar un suspiro de alivio. Miró a su hijo con un toque de disgusto.

—¿Cómo puedes hablar así de tu hermana? ¿No conoces el temperamento de Bea?

Él la miró, con un destello de decepción en los ojos.

—Mamá, ¿sabías que Caty sabe nadar?

¿Cómo iba a saberlo Teresa? Hizo una pausa antes de hablar:

—¿Nadar? Pero... si antes no sabía...

Sí, alguien que antes no sabía nadar, pero que fue empujada al agua por un grupo de personas y estas la golpearon con los palos para tender la ropa, prohibiéndole salir del agua. ¿Cómo de desesperada se debió de sentir entonces? ¿Y dónde estaba su hermano entonces? Camilo no dijo nada más, se dio la vuelta y se marchó.

Teresa le gritó:

—¿A dónde demonios vas?

—Al palacio.

—Esta frase transmitía un frío glacial.

Un escalofrío se apoderó del cuerpo de Teresa. Como si se le hubiera ocurrido una idea repentina, llamó apresuradamente a una criada:

—¡Rápido! ¡Envía un mensaje a la Gran Consorte!

—¡Sí, señora!

Poco después.

Camilo entró por las puertas de la lavandería, solo para encontrar a un grupo de criadas arrastrando a una sirvienta hacia el estanque. Era evidente que pretendían arrojarla. La imagen atravesó los ojos de Camilo como una daga. En ese momento, la criada se convirtió en la viva imagen de Catalina tres años antes. ¿Habían maltratado a su hermana de esa manera también?

Una de las criadas reconoció a Camilo e inmediatamente animó a las demás a saludarlo.

—¡Su sirvienta saluda al joven marqués! ¿Podemos ayudarle en algo?

Él ni siquiera la miró. Se dirigió con paso firme hacia las criadas arrodilladas y, sin decir palabra, agarró a una por el brazo y la arrojó al estanque, y también a otra. Todo sucedió tan rápido que, cuando los gritos de las dos criadas perforaron el aire, la supervisora se puso en pie de un salto.

—Por Dios, joven marqués, ¿qué está haciendo?

Antes de que las palabras salieran completamente de sus labios, la supervisora ya estaba en el aire. Al instante, el agua helada del estanque le invadió las fosas nasales y la boca. Camilo no dijo ni una palabra, las arrojó una por una. Las primeras criadas que tiró aún luchaban por salir cuando él agarró un palo de tender la ropa y lo blandió contra ellas.

Entrenado en artes marciales desde niño, sus golpes eran poderosos. Un solo golpe destrozó las piernas de la criada, que gritó de dolor antes de caer inconsciente. Al presenciar esto, las sirvientas restantes no se atrevieron a moverse, quedándose como ratas en el estanque.

Lloriqueaban, aterrorizadas. No sabían si alzar la voz pudiera provocar el castigo de Camilo. La escena era verdaderamente lamentable. Pero ¿la de su hermana era menos lamentable? Cuando su hermana se quedó llorando aquí, años atrás, ¿le habían mostrado alguna piedad? La furia de Camilo crecía con cada pensamiento y el fuego de sus ojos amenazaba con reducir a cenizas a todo el séquito de sirvientas del palacio.

Las doncellas ni siquiera se atrevían a suplicar clemencia. Solo la supervisora, que ostentaba el rango más alto, se atrevió a suplicar con fervor:

—Joven marqués, sé que debe estar buscando venganza por la señorita Mendoza, pero... ¡pero cuando se golpea a un perro, hay que tener en cuenta a su amo! Todos servimos a su majestad, el emperador. Si se enterara de esto...

Camilo blandió su palo, y el golpe rozó la cara de la supervisora. Soltó una risa fría, con los ojos rebosantes de desprecio.

—¿Qué? ¿Intentas intimidarme con el emperador?

—Tienes mucho descaro.

Una voz suave se escuchó detrás de él:

—¿Incluso su majestad ya no puede controlarte?
Continue to read this book for free
Scan code to download App

Latest chapter

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 82

    La mirada de Aurelio se posó en Nieves, alejándose por fin de la cara de Catalina.—¿Quién te crees que eres? —preguntó con frialdad, con una voz suave, pero con el peso de una roca, que hizo retroceder a la doncella sin esfuerzo.Y no se atrevió a pronunciar otra palabra. Temía que una palabra más pudiera hacer que Aurelio le cortara la lengua.Lo único en lo que podía pensar era: al fin y al cabo, estaban en la Casa del Marqués. Por muy furioso que estuviera, seguro que no le pondría la mano encima a su señorita.El hombre volvió a mirar a Catalia. La cara que una vez se iluminó de alegría al verlo se fusionó gradualmente en su mente con la expresión de miedo que tenía ante sí.Una sensación peculiar brotó en su interior, cada vez más intensa. Arrugó la frente y preguntó en voz baja:—¿Vienes a mí o voy yo a ti?Parecía estar utilizando esa pregunta para recuperar su dominio sobre ella. Sin embargo, Catalina permaneció clavada en el sitio, inmóvil. No entendía la pregunta, pero sabía

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 81

    Beatriz, que seguía mirando atrás a cada pocos pasos, fue testigo de esa escena. Sus ojos se abrieron con sorpresa, completamente desconcertada por el motivo de ese abrazo repentino.La voz de Nuria resonó en su mente. Había dicho que Catalina estaba tratando de seducir a Aurelio...¿Así que Catalina la había mandado lejos solo para distraerla y poder seducir a Aurelio?Su corazón se aceleró por el pánico. Quería correr hacia ellos y echárselos a la cara, pero... tenía mucho miedo.Las palabras del hombre en la calle Montero aún resonaban en sus oídos. Entendía perfectamente sus intenciones. Temía que, si los enfrentaba, se parecería a esas esposas no amadas de los libros de cuentos.Temía que él se pusiera del lado de Catalina, protegiéndola tal y como la había protegido a ella momentos antes.Si eso ocurría, ¿no se invertirían por completo las posiciones que ella y Catalina ocupaban en el corazón de Aurelio?¡No, no permitiría eso!Podía permitir que Catalina ocupara un lugar en el c

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 80

    Aun sabiendo que Catalina intentaba provocarla, no podía seguir callada. Aunque Milo le sugirió que fingiera desmayo, si él escuchaba eso, ¡se entristecería!¡No podía soportar que su hermano la malinterpretara! Respiró hondo y dijo:—No hay necesidad de tanta provocación. ¡Me arrodillaré ante el altar! Reconozco sinceramente mi error. Aunque la abuela se niegue a verme, ¡debo ofrecerle mis disculpas!Con eso, se arrodilló en dirección al patio de la anciana, con la voz suave y temblorosa por las lágrimas.—Abuela, sé que me equivoqué. No volveré a enojarte. ¡Por favor, perdóname!Con eso, se postró tres veces ante el patio de la anciana. Se emocionó a sí misma, pues estaba con los ojos llenos de lágrimas.Catalina se preguntó si se creía que era la mejor nieta del mundo... En su opinión ¡solo estaba haciendo el ridículo!Felisa estaba descansando y, aunque estuviera despierta, no podría haber oído sus débiles llantos.Entonces, ¿para quién era esa actuación?¿Para ella o para Aurelio?

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 79

    Con la protección de Aurelio, Beatriz parecía aún más afligida. Se acurrucó detrás de él, sin siquiera asomar la cabeza.Catalina ya no pudo contenerse y murmuró una maldición entre dientes. Una ola de irritación la invadió y dijo con frialdad:—La abuela no desea verte. Será mejor que te vayas.Ya fuera animada por el respaldo del general o no, la joven se dirigió a Catalina con una rebeldía inesperada. Asomándose por detrás de él, la desafió.—Tú no eres la abuela. ¿Cómo sabes que no quiere verme?La expresión de Catalina se ensombreció al instante. Instintivamente, dio un paso hacia la otra, con voz gélida, dijo:—¿De verdad has olvidado lo que hiciste?Cuando ella se acercó, Beatriz recordó al instante el terror del día anterior, cuando la había inmovilizado en el suelo y la había golpeado. Se escondió detrás de Aurelio, agarrándose a su abrigo con tanta fuerza que todo su cuerpo parecía temblar.—Yo... he venido expresamente para pedir perdón a la abuela.Sintiendo que la chica de

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 78

    —No es necesario. —La detuvo con un gesto de la mano. Arrugó la frente mientras abría lentamente los ojos. Una vez que recuperó la claridad, añadió—: Debo de haberme levantado demasiado rápido. No es nada grave.Ya le había pasado antes en la lavandería; bastaría con sentarse un momento. No era nada grave.Nieves seguía preocupada.—Pero si acaba de sufrir un golpe tan fuerte, ¡deberíamos llamar al médico para que le eche un vistazo!Catalina se levantó lentamente y sonrió a Nieves.—Puede que esté con la abuela. Vamos primero allí a ver.La doncella consideró que tenía razón y asintió con la cabeza, adelantándose para ayudarla a salir.Sin embargo, su ama pensaba que ella estaba exagerando; ella podía arreglárselas sola.Una vez que salieron del patio, le indicó a Nieves que la soltara.El Patio de las Azucenas se encontraba al oeste de la casa, mientras que el Patio de las Camelias estaba hacia el este. El patio de la anciana ocupaba el espacio entre estas dos fincas.Además, Nieves

  • El remordimiento de todos aquellos que me abandonaron   Capítulo 77

    Al día siguiente.Cuando Catalina se despertó, la herida de la cabeza le dolía aún más que el día anterior.Tanto que se sentía aturdida y agotada.Nieves, sin embargo, parecía bastante animada. Después de ayudarla con su aseo, le sirvió el desayuno.Catalina se obligó a mantenerse animada, no queriendo causar ninguna preocupación a su criada. Solo después de preguntar por el estado de Felisa y saber que estaba ilesa, se relajó y comenzó a desayunar.Por el rabillo del ojo, notó que su doncella dudaba de algo, como si quisiera hablar, pero se contuviera. Así que, dejó los cubiertos sobre la mesa.—Si tienes algo que decir, habla.Nieves se acercó y se dirigió a su ama.—Señorita, he oído que el joven marqués y la señorita Beatriz pasaron toda la noche arrodillados ante el altar conmemorativo. Esta mañana, la señorita Beatriz no pudo aguantar más y se desmayó.Así que eso era. Catalina volvió a tomar los cubiertos.—Bueno, es una débil.¿No podía soportar arrodillarse una noche? En la l

More Chapters
Explore and read good novels for free
Free access to a vast number of good novels on GoodNovel app. Download the books you like and read anywhere & anytime.
Read books for free on the app
SCAN CODE TO READ ON APP
DMCA.com Protection Status