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Capítulo 2

Auteur: Grin
Cuando miró la trágica situación, mi suegra intervino a toda prisa:

—Carlos, por favor, cálmate hombre. Nosotros te fallamos, lo sé. Voy a llamar a Víctor para que venga inmediatamente. Pero no le hagas daño a Sara. Está embarazada, ¡y ya casi nace el bebé!

Carlos pareció dudar, como si las palabras de Pilar lo hubieran alcanzado.

Con manos temblorosas, ella sacó su celular.

Del otro lado de la línea, el ruido de fondo era considerable; pero, aun así, se alcanzaba a oír el llanto de una mujer.

—¿Qué pasa? ¡A Sara le dieron más de diez puñaladas, está gravísima! ¿Cómo es posible que no vengas para acá?

Mi suegra confiaba en que Víctor, al menos, le haría caso a ella. Pero él no hizo más que soltar un par de resoplidos despectivos.

—Mamá, ¿tú también le sigues el juego? Acabo de preguntar, y Carlos sigue en su pueblo en Hidalgo. Dile a Sara que deje de actuar. Si «en serio» está tan mal, que llame a un médico. Ah, por cierto, ya contacté un buen lugar en el cementerio. Podemos organizar su funeral cuando quieran.

Sus palabras estaban cargadas de un desprecio y una aversión más que evidentes.

Desde el auricular, se filtró una voz femenina, delicada:

—¿Es Sara la que está haciendo un escándalo? Víctor, mi amor, no te enojes, es normal que se ponga celosa y haga estas escenas. A lo mejor deberías ir a verla… Es que… yo no me quiero morir. Leí en internet que morir quemado es de lo más doloroso…

Reconocí la voz de inmediato. Era Raquel.

El semblante de mi suegra se endureció.

—Si no me crees, te mando fotos.

Él guardó silencio un par de segundos, seguramente mirando las imágenes. Pero su tono no reflejó ni la más mínima preocupación; solo se escuchó un suspiro de resignación.

—Vaya, mamá, parece que Sara de verdad se esmeró con la actuación esta vez. ¿De dónde sacó a ese extra? Hasta se parece a Carlos. Y esa sangre falsa parece muy real. ¡No me digas! Esa carita de pobrecita le queda de maravilla. Ay, mamá, dice que vaya a una audición y que no desperdicie su talento.

Mi suegra, lívida de rabia, abrió la boca varias veces, pero no logró articular palabra.

«¿Cómo pude estar tan ciega? ¿Cómo no me di cuenta antes de lo ruin que es?», pensé.

La gente que se había reunido en la azotea del edificio ya no soportó más y empezaron a explicarle la situación, uno tras otro.

Pero él seguía sin creer nada.

—¿Así que contrataste más extras, o es que tu gran actuación los convenció a todos? ¡Cuánto esfuerzo! Tú sigue con tu jueguito. Yo tengo que consolar a Raquel.

Tras sus palabras, un silencio denso se apoderó de la azotea durante unos instantes.

No sé qué palabra suya desató la furia de Carlos, pero, de repente, como un energúmeno, me empujó al suelo y comenzó a apuñalarme el vientre con una ferocidad demencial. ¡Una y otra vez!

El filo del arma rasgó mi piel, y un dolor agudo y espantoso irradió desde mi vientre a cada fibra de mi cuerpo. Quise luchar, pero no tenía fuerzas ni para levantar una mano.

Justo cuando estaba a punto de perder el conocimiento, dos policías irrumpieron en la escena. Un vecino de buen corazón había llamado a emergencias.

Les costó un gran esfuerzo arrebatarle el cuchillo a Carlos y ponerle las esposas.

Sin embargo, mi sangre no dejaba de brotar, y, pronto, sentí que mis párpados se volvían sumamente pesados.

Antes de cerrar los ojos, escuché la voz de Víctor, ahora teñida de una ternura empalagosa, a través del celular que mi suegra había olvidado colgar.

—Raquel, hace mucho que quiero divorciarme, pero ella cuida muy bien a mis padres. Para mí, tú eres mi verdadero amor. Sala es… una incubadora, nada más. No te pongas triste. Piénsalo… ¿Cómo podría querer a una mujer que solo sabe mentir? Yo solo te amo a ti. Tú sí que eres sincera y buena.

Cada una de sus palabras se clavaba en mi corazón como dagas afiladas. Pero, esta vez, lo que me consumía no era la tristeza, ¡sino un odio profundo!

...

Cuando volví a abrir los ojos, me golpeó el olor penetrante a desinfectante.

Pilar, al verme despertar, se acercó de inmediato a la cama y me tomó la mano.

—Sarita, te fallamos. El bebé... lo perdiste.

Toqué mi vientre, ahora plano, y retiré la mano.

—Suegra, necesito estar sola un momento.

Ella observó mi actitud distante, suspiró con pesar y salió de la habitación.

Saqué el celular con la intención de distraerme un poco, pero me topé con un fragmento de una transmisión en Facebook donde Víctor intentaba consolar a Raquel.

La sala estaba rociada de gasolina, pero a él no parecía importarle en lo más mínimo. Estaba arrodillado frente a ella, mientras sacaba un enorme anillo de diamantes del bolsillo de su pantalón, mirándola con una devoción que me revolvió el estómago.

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