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Hola Ex, Ahora Soy tu Madrastra
Hola Ex, Ahora Soy tu Madrastra
Author: Elena

Capítulo 1

Author: Elena
Del otro lado de la línea se escuchó la voz un tanto ronca de Eduardo Espinoza:

—Fabiola, ¿qué tonterías estás diciendo?

Solté una risa baja, cargada de burla:

—Usted también vio las noticias. Ese hijo suyo me da asco. Hablo en serio: quiero cambiar de hombre.

Hubo unos segundos de silencio, y enseguida su voz temblorosa respondió:

—Por celular no se puede aclarar todo. Voy ahora mismo para hablar contigo cara a cara.

—Perfecto, lo espero en mi casa.

Curvé los labios, y en mis ojos brilló una luz de victoria anticipada.

Eduardo apenas pasaba de los treinta, pero por la maldición hereditaria de infertilidad en su familia llevaba años intentando sin éxito distintos tratamientos y clínicas de fertilidad.

Al final, no tuvo más remedio que reconocer como heredero a Julian, un pariente lejano.

Que los Paz fueran elegidos como familia de alianza no era por otra cosa que por la fama centenaria de nuestra sangre: las mujeres de mi casa nacen con una fertilidad prodigiosa.

Se dice que casi siempre concebimos al primer intento y que no son raros los embarazos múltiples.

Así que, pasara lo que pasara con mi padre, esta unión era un pacto necesario y tácito entre las dos familias.

Lo que nunca imaginé fue que, después de cinco años de relación, Julian fuera tan imbécil como para tener un hijo bastardo en vísperas de la boda y aún esperar que yo guardara silencio.

Pero yo, Fabiola Paz, jamás he sido de las que se tragan la humillación en silencio.

Apenas colgué, el timbre sonó con urgencia. Abrí la puerta y allí estaba Eduardo, con la mirada cargada de emociones encontradas.

Cuando intentó hablar, lo tomé de la corbata y lo arrastré dentro de la habitación.

—Fabiola, tú…

No lo dejé terminar. Apreté mis labios contra los suyos en un beso que borró cualquier palabra.

Mis dedos recorrieron el cuello de su camisa y se deslizaron hacia adentro con decisión.

No hubo titubeos ni pudor: con mis actos le dejé claro que iba en serio.

Sentí su resistencia interna, su lucha contra el impulso, pero al final sucumbió al deseo.

Una noche de desenfreno.

Después, me rodeó con sus brazos, la voz rota por la fatiga:

—Tengo asuntos urgentes que atender en el extranjero. Mañana debo irme y tal vez tarde un tiempo en volver. Espérame.

—¿Y la boda?

Bajó la mirada y me observó de reojo.

—Sigue en pie. Volveré a tiempo. Eres la única hija de los Paz y la mujer más adecuada para ser la esposa de los Espinoza.

Cuando se marchó, pensé dormir un poco más. Pero el celular, sobre el buró, comenzó a vibrar con insistencia.
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