Mi hermana, María Sánchez, que siempre despreciaba la escuela, de pronto quiso presentar el examen para la universidad y les pidió a mis papás que me casaran con el hijo de un alto mando militar; a cambio, el general pondría el dinero para su carrera, un “apoyo” disfrazado de arreglo. Entonces supe que ella también había renacido. En la vida pasada, a María los libros le daban flojera: salió de la prepa y se casó con el hijo del comandante de zona, con un arreglo generoso de por medio. Luego a Bruno lo cambiaron a la frontera norte, a una Zona Militar pegada a nogales; a ella le repugnó el entorno y se negó a irse con la tropa. Yo, en cambio, terminé la universidad a puro trabajo y ahorro, entré a una dependencia pública con plaza base y me volví, por fin, capitalina de verdad. Ya metida en la vida castrense, María empezó a cobrar mordidas usando el nombre del suegro general. Lo metió en broncas con los de arriba; la Contraloría de la Militar lo bajó de puesto sin miramientos y, al final, la suegra la corrió de la casa. Tras el divorcio, la engancharon con una “asesoría” para invertir en la Bolsa de Valores; vino el desplome y quemó los ahorros de jubilación de mis papás. Sin salida, se me pegó y, cuchillo en mano, me obligó a entregarle mis ahorros y mi casa “para levantarse otra vez”. En el jaloneo me dio doce puñaladas. Me desangré. Cuando abrí los ojos otra vez, estaba de vuelta al principio: mi hermana les pedía a mis papás que me casaran con Bruno. Yo acepté encantada y me di de baja de la prepa de inmediato.
View MoreDos años después, por desempeño sobresaliente, a Bruno lo ascendieron y tomó el cargo de Jefe del Estado Mayor en la Zona Militar donde quedó comisionado.Mi negocio de perlas del Mar de Cortés también despegó con todo: empecé a exportar y abrí módulos en tiendas por departamento —Liverpool, El Palacio, Sears—. Ya planeaba lanzar mi propia marca de joyería.Bruno me apoyaba, sí, pero no aguantaba que viviéramos a ratos. Decía que quería pedir traslado de vuelta a la capital.Por eso terminamos peleando —en realidad, fui yo quien le dio su jalón de orejas.—¿Neta vas a pedir traslado ahorita? Si te regresas a la capital, todo lo que te chutaste en Isla María Madre se va a la basura. Te falta un año de comisión. ¿No puedes aguantar?—Pero te extraño, amor…Me llevé la mano a la frente y lo fulminé con la mirada.—Aguántate. Un año pasa volando. Y aunque vuelvas a la capital, ni tiempo voy a tener: estoy armando la marca.Bruno aceptó con carita de cachorro regañado. Un año después, lo as
Llevaba la frente vendada chueco con una tira de algodón para parar la sangre; la vista se me nublaba.Le pegué a la puerta de la bodega con todo: una, dos, tres veces.—¡Hermana! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Ábranme, déjenme salir!A puro golpe me abrí los nudillos; hasta entonces oí movimiento afuera.—Julia, o vuelves y pides el divorcio para que yo me case con Bruno, o te consigo un tipo y te dejo amarrada a la mala. A ver si Bruno todavía quiere a una mujerzuela como tú.En ese momento no tenía opción. Lo sensato era aceptar el divorcio primero.—Hermana, yo regreso y lo pido. Suéltame ya.Una rendija de luz se coló por la boca de la bodega y asomó la cara de María.—Te acuerdas de decir que la que los salvó fui yo, ¿entendido? Si no…Un dolor seco me cruzó el hombro: María cambió de idea en un segundo y me pateó por las escaleras.La espalda me hormigueó al pegar peldaño tras peldaño; me cubrí la cabeza y evité algo peor.—No. Si te dejo ir, no lo dices. Mejor te consigo un hombre y ya.Me arr
La Isla María Madre, en las Islas Marías, quedaba a un brinco en lancha desde San Blas y a ruta corta de Mazatlán; y la perlicultura del Mar de Cortés empezaba a agarrar vuelo.En mi vida pasada trabajé en la Dirección de Pesca estatal en Guaymas, traté con muchos perleros y me piqué con el tema. Si no fuera porque, siendo funcionaria, ya me habría asociado para criar madreperla.Esta vez quise aprovechar la ocasión y meterme de lleno al mercado perlero. Bruno me apoyó sin dudar: habló con un camarada en Mazatlán y me consiguió un cuarto en una pensión por el malecón. Cuando había hueco, me subía al barco de abasto y regresaba a Isla María Madre para pasar unos días con él; cuando se me juntaba la chamba, diez o quince días ni nos hablábamos.En menos de tres meses ya me sabía de memoria cómo se movía el cultivo en Guaymas y La Paz. Con la experiencia de Pesca, abrir canales fue pan comido. Antes de que despegara la nueva ola de perlas del Mar de Cortés, yo ya tenía más de cien comprad
—Esa guía de Julia no sirve para nada —dijo María—. Y el maestro particular que consiguió la mamá de Bruno es un fiasco. Un montón de preguntas ni las contesté.Mis papás se apresuraron a consolarla.—Si tú no puedes, tampoco los demás —decían—. La familia Sánchez trae estrella; vas a pasar.A María hasta se le alivianó el tono.—Pues sí. Dicen que apenas volvieron a poner el examen de admisión y que el nivel anda bajito. Capaz entro a una de las meras-meras.No pude evitar soltar una risita.A María le picó el orgullo; buscaba en quién desquitarse.—Si no paso, es por tu guía —me suelta.Se me vino encima, con la mano levantada, pero Bruno la sujetó por detrás y le dobló los brazos.—¡Ah! ¿Qué haces, Bruno?Su grito hizo que varios estudiantes, recién salidos del examen, se detuvieran a mirar. Bruno, todavía de uniforme, no quiso armar show: la soltó y se puso delante de mí, cubriéndome con el cuerpo.María se sobó la muñeca y, de reojo, vio la orden de comisión en mi mano.—¿Te manda
Corrí hasta Bruno. Al ver la curva alegre de sus ojos, solté el aire.—¿Se armó?—¡Se armó!Abrí el sobre manila: era una orden de comisión a Isla María Madre, en las Islas Marías. No era lo que yo esperaba; se me vino tantito abajo el ánimo.—¿De todos modos te vas? —pregunté, alzando la vista.Bruno me despeinó con cariño y se hizo el ligero.—Esto ya es buen resultado. Un soldado no puede pedir vida sin tragos amargos.Sabía que tenía razón, pero la inquietud me picaba por dentro.—¿Por qué te importa tanto adónde me manden? —dice—. Mira, tranquila: no te llevo conmigo. La vida en la isla está ruda; tú te quedas en la Unidad Habitacional Militar aquí. Buscas chamba o presentas el examen, como tú decidas.No había ni una sombra de reproche en su voz; esa consideración me desarmó.—¿Qué dices? No es que le saque a la friega. Me da miedo que tú…—¿Que yo qué?Bruno inclinó la cabeza y acercó la cara; su aliento me cosquilleó la piel. El mundo se me quedó en blanco.—Que te mueras.Él s
María se rió con descaro al oírlo.—Julia, no pensé que tu fama de mal agüero llegara tan rápido a oídos de tu marido.—Mal agüero con salado —bajó la voz—, nacen para estar juntos.Apreté los puños hasta hacer crujir los nudillos.Empujado por sus cuates de la infancia, Bruno entró a regañadientes.Al verlo, María se plantó con los brazos cruzados. Alta y llamativa, siempre destacaba entre la gente.Pero Bruno ignoró a todos y me miró solo a mí.De cerca me quedé pasmada: el trazo frío de sus cejas y esa mirada firme superaban a los galanes de revista. Con razón María repetía cada vez que lo mencionaba que, bueno, guapo sí era.Bruno notó el ramillete idéntico prendido en mi pecho y entendió que habían cambiado a la novia. Frunció las cejas y soltó sin pensar:—¿Cómo que tú? ¿No se casa conmigo María?A María ya le hervía la sangre por haber perdido el centro de la escena; al oírlo, respondió sin titubear:—¿Quién quiere casarse con un soldado raso como tú? Ni te mires al espejo: no t
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