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Capítulo 4

Author: Joana
La cara de María se puso dura de golpe.

Al ver el auto de la familia afuera, también se le llenó el corazón de pánico. Sus ojos le lanzaron miradas de puro odio a Keyla.

—¿Lo hiciste a propósito? ¡Lo hiciste a propósito, ¿verdad?!

—María, ¿de qué hablas? Hace rato estaba arriba preparándole un regalo a Gabriel, ¿cómo me vas a echar la culpa a mí...?

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pues se había llevado una injusticia enorme. Cuando Joaquín, el mayordomo de la casa familiar, entró y vio esta escena, después de echarle un ojo a la casa hecha un desastre, arrugó la frente y se dirigió a María:

—Señora, la abuela me mandó a decirle que, ya que no sabe educar a los niños, ella va a tener que educarla a usted.

A María se le desencajó la mandíbula.

—¿Qué?

Joaquín hizo un gesto de “hágame el favor”.

—Le pido que vaya al patio y se arrodille tres horas.

—Joaquín...

Apenas Keyla empezó a hablar, él le cortó las palabras y le dijo con amabilidad:

—Señora, no diga nada para defenderla. Usted también aguantó mucho en el funeral del joven señor hace unos días, cuídese.

Ella se sintió frustrada. Quería preguntar si la salud de la abuela había mejorado un poco, para buscar el momento indicado de hablar del divorcio.

Aunque Gabriel manejaba el Grupo Torres, los asuntos familiares de siempre los decidía la casa familiar. Por más que María se resistiera, no le quedó más que ir al patio a arrodillarse, en plena nieve. Se lo tenía merecido.

Keyla ni la volteó a ver y se preparó para subir las escaleras. Pero Carmen se sintió en apuros.

—Señora, ¿qué hacemos con esa pintura?

—No te preocupes, ahorita viene alguien por ella. La van a arreglar.

Keyla respondió cortante. Por supuesto que no le iba a decir a nadie que en realidad era falsa. La verdadera estaba en la galería de una amiga en exhibición, intacta. Al fin y al cabo, el mayor deseo del abuelo, en vida, era que más gente pudiera ver sus obras. Dejarla en casa habría sido una lástima.

—¡Mujer mala!

Cuando Keyla iba a subir las escaleras, Andrés habló con resentimiento:

—¡Ya le hablé a mi tío por celular, cuando regrese, te va a ir muy mal!

—Ahí te espero.

—¡Se va a divorciar de ti! ¡Después vas a ser una vieja que nadie quiere!

Ella sonrió.

—Él no te va a hacer caso.

Él y María, necesitaban que ella fuera su pantalla. Pues, una vez que se divorciara, un cuñado y una cuñada, un hombre y una mujer solos, viviendo bajo el mismo techo, haría que la reputación de María quedaría hecha pedazos. Pero, Gabriel no iba a permitir que eso pasara.

***

Él regresó rápido. María llevaba menos de veinte minutos arrodillada cuando él se apareció. Traía puesto un abrigo largo de cachemira negra que lo hacía ver más alto y le daba una presencia más elegante.

Apenas se bajó del auto, corrió hacia María, la levantó en brazos y entró a la casa. La puso en el sofá y cuando Gabriel le aplicó una crema en las rodillas, el dolor en sus ojos no lo disimulaba para nada.

—¿Estás loca? ¿Por qué te arrodillaste así porque te lo mandaron?

—La abuela ya había dado la orden, ¿qué podía hacer?

María le jaló suavemente la manga, con los ojos rojos y la voz temblorosa.

—Gabriel, ¿te podrías divorciar de ella? Es demasiado terrorífica...

Él arrugó la cara.

—¿De Keyla?

—Sí.

Ella se mordió el labio.

—¿Sabes por qué Andy arruinó la obra del abuelo? Fue porque ella lo convenció a propósito.

—¡Mi mamá tiene razón!

Andrés hizo berrinche, con lágrimas cayendo por sus mejillas.

—Tío, ella me volvió a asustar a propósito, diciendo que el monstruo que se come los brazos estaba escondido en esa pintura, por eso yo...

—Imposible.

Él negó y le puso la mano cariñosamente en la cabeza.

—Andy, ¿no escuchaste mal? Tu tía tiene el mejor carácter de toda nuestra familia. Anoche me dijo que no estaba enojada contigo, así que no te iba a asustar más. Además, el abuelo la quería mucho en vida, ella no iba a jugar con sus obras.

Esta última frase se la dijo a María. Pero ella no lo podía creer.

—¿Estás diciendo que Andy y yo estamos mintiendo? ¡Gabriel! ¡Has cambiado muchísimo!

Esa acusación lo molestó, encendiendo una rabia inexplicable en su corazón, pero al encontrarse con su mirada decepcionada, solo le quedó aguantarse la molestia.

—Mari, no he cambiado.

María lo miró fijamente.

—¿Dirías que no sientes nada por Keyla?, ¿que nunca la has tocado ni una vez?

Gabriel siempre se había considerado intachable ante ella. Pero al escuchar esta pregunta, no pudo responder. El hombre se tensó un poco y bajó su mirada.

—No la he tocado.

Él le había fallado a Keyla.

“No la he tocado”. Ella bajaba las escaleras, sosteniéndose la espalda con una mano y cargando una caja de regalo con la otra, cuando escuchó esas palabras. Una frase clara. Ella se rio de sí misma dibujando una sonrisa en sus labios. Caminó hacia ellos.

—Gabriel, mañana en la noche es la cena familiar de los Rodríguez. La abuela me pidió que te preguntara si tienes tiempo para ir.

Mercedes Rodríguez era una vieja conocida de los papás de Keyla. Después de que murieron en el accidente, Mercedes se la llevó a vivir con los Rodríguez. A los ojos de todos, ella era como un miembro de los Rodríguez.

Después de que se casó con los Torres, los negocios entre los Torres y los Rodríguez no se interrumpieron. Al escuchar esto, Gabriel, tal vez porque acababa de decir algo de lo que se sentía culpable, aceptó.

—Está bien, mañana en la noche paso por ti, vamos juntos.

—Ajá.

Keyla bajó la mirada hacia la caja de regalo, luego miró a la madre e hijo sentados junto a él y no dijo nada más. Se dio vuelta para salir.

Lucía había ganado un caso importante y la invitó a ir de compras. Al enterarse de que se había lastimado el pie, tuvieron que cambiar el plan a ir a cenar.

—Keyla.

Gabriel la detuvo.

—¿Qué traes ahí?

Ella se volteó y agitó la caja en su mano.

—Un regalo.

—¿Un regalo? ¿Alguna amiga tuya cumple años hoy?

—Es un regalo por nuestro aniversario de bodas, te lo preparé.

—Keyla, perdón...

—No pasa nada. Estás ocupado con el trabajo, es normal que se te olvide.

Ella, como siempre, lo miró con una mirada transparente, aprovechó para pasarle la caja de regalo, con una voz suave, dijo:

—De todas formas, tu cumpleaños es en dos semanas, puede ser tu regalo de cumpleaños. ¡Gabriel, te deseo un feliz cumpleaños por adelantado!

“Y a mí también deseo un divorcio feliz”.

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